“Dime
con quién andas, decirte he quién eres”, es un refrán que se lee en el capítulo
II del Quijote, el libro lozano de Miguel de Cervantes que, tras cuatro siglos,
habita en nosotros. Mucho del refranero popular salió de la boca del escudero
Sancho: “Pagan a las veces justos por pecadores” o “Cuando a Roma fueres, haz
como vieres”, además de “No por mucho madrugar amanece tan temprano”, que hasta
ahora lo usamos. La novela cervantina ha sido objeto de múltiples lecturas en
el país como Los capítulos que se le olvidaron a Cervantes, de Juan Montalvo, o
la antología de Franklin Cepeda Astudillo. En otros lares, Rubén Darío le
escribió un poema: “Rey de los hidalgos, señor de los tristes, / que de fuerza
alientas y de ensueños vistes…”.
Lo
propio hizo Jorge Luis Borges, quien siempre se quejaba de ser más Alonso
Quijano y no atreverse a ser Don Quijote. Hay que destacar el cuento ‘El
hacedor’ y el poema ‘Sueña Alonso Quijano’, porque al escritor ciego le
preocupaba el desdoblamiento de los distintos personajes y, de manera especial,
sus acostumbrados acertijos laberínticos y juegos de espejos (curiosamente
tenía miedo a estos artilugios desde niño).
Ojalá
en los colegios Don Quijote no tenga el mal de Alzheimer, ahora que sabemos que
ni medio libro leemos al año por culpa de quienes hacen de la lectura algo
aburrido. Marco Denevi nos entrega una variación del tema. “Vivía en El Toboso
una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchuelo y Francisca
Nogales. Como hubiese leído numerosas novelas de esas de caballería, acabó
perdiendo la razón. Se hacía llamar Dulcinea del Toboso, mandaba que en su
presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besaran
la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía treinta años y pozos de viruela
en la cara.
Finalmente
se inventó un galán, a quien dio el nombre de Don Quijote de la Mancha. Decía
que Don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de lances y
aventuras, al modo de Amadís de Gaula y de Tirante el Blanco.
Se
pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, aguardando el regreso de su
enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que a pesar de las viruelas estaba
prendado de ella, pensó hacerse pasar por Don Quijote. Vistió una vieja
armadura, montó en un su rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del
imaginario Don Quijote. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió a El
Toboso, Dulcinea había muerto de tercianas”. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/don-quijote-con-alzheimer
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