Es inevitable, la memoria de la Natividad viene bajo el
influjo de buñuelos con miel. Como nací en la época de novenas de ángeles y
pastores, galletas en forma de animales, olor de palo santo, pesebres con su
propia laguna de patos al mejor estilo barroco, el burrito sabanero y dulce
Jesús mío (dicen que el padre Ascúnaga interpretaba en el órgano de San
Francisco), chisperos, tamales… no soy proclive a los centros comerciales.
El pavo no me cae ni bien ni mal, aunque miro en las
redes la campaña para que se consuma Mr. Pollo. De Papá Noel, he notado que
tiene el traje de una bebida y que se ríe de manera anglosajona (jo, jo, jo),
pero aprecio esa metáfora que es el libro Canción de Navidad, de Charles Dickens
como una crítica al sistema industrial del siglo XIX, donde aparece el viejo
Ebenezer Scrooge, un portento de la avaricia y el egoísmo. En el texto, llegan
los diversos espíritus para mostrarle al vejete incluso cómo serán sus
festividades del futuro. Allí encuentra un nombre familiar en la tumba
abandonada. Después, es justo escuchar a Omo Bello cantar el Ave María de Bach.
Mas, como todos tenemos recuerdos, debo decir que el tema
“El tamborilero”, esos compases como si fuera música cíclica, aún perviven: “…
los pastorcillos quieren ver a su rey, / le traen regalos en su humilde
zurrón”.
Por esta ocasión, no caeré en la tentación de seguir a
Nietzsche y su crítica a la construcción judeo-cristiana de la caridad. Y eso,
porque hace pocos días –como historiador que soy- recibí una llamada a
medianoche. El Cabildo de la ciudad donde vivo había levantado un enorme
pesebre, que incluía unos fabulosos camellos. La interrogante era si el niño
Jesús debía reposar en una cuna o en el simple heno. Recordé, vagamente, la
época franciscana del colegio y en cinco minutos, merced a internet, di con la
respuesta. Al parecer, siguiendo la leyenda, el 24 de diciembre de 1223, san
Francisco de Asís, amigo de los pájaros, organizó un pesebre en una cueva en el
pueblo de Greccio prefigurando esa doctrina del perdón que puede anular el
pasado.
Después, me informaron que consiguieron las pacas,
supongo de cebada. Enseguida recordé que esa gramínea fue traída por fray
Jodoco Ricke y que, según contaba el pícaro fray Agustín Moreno, sus cofrades
construyeron una pequeña fábrica de cerveza. Eso me lleva a una pregunta
paradojal: qué tal quedarán los buñuelos con la cerveza artesanal Caran.
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