Un viejo diputado famoso por su
oratoria fue el guayaquileño Vicente Leví Castillo. Llegó al Congreso de
entonces como trampolín de su programa radial ‘El show de esta noche’, donde
tenía por costumbre denunciar a los contribuyentes morosos. Un día de marzo de
1967, en una sesión y mientras el diputado lojano José Castillo Luzuriaga
estaba a punto de revelar una lista de evasores de impuestos, Leví sacó una
pistola y amenazó con disparar a su colega. Este no se amilanó, así que Leví
disparó a los pies y, acto seguido, sacó sendos cartuchos de dinamita para
-según él- hacer volar al Parlamento. Cundió el pánico. Días más tarde, con
lágrimas en los ojos y supuestamente arrepentido, volvió a su curul.
Pero las lágrimas parecían de
cocodrilo, porque al año siguiente cuando el ‘Profeta’ Velasco Ibarra se
encontraba dirigiéndose a un mitin a Daule para buscar su quinto mandato, el
Hombre Dinamita, es decir Leví, invitó a Velasco a compartir su auto, ante un
desperfecto mecánico. Tras acomodarse inició con la perorata, porque Leví se
creía el mayor experto en minas del país. Velasco escuchó con paciencia, pero
sin decir nada. En este punto, Leví le hizo a Velasco una pregunta que no
podía quedar sin respuesta:
-Si llega usted a la presidencia y yo
me le presento en su despacho y le digo: Señor Presidente, vengo con cinco
cartuchos de dinamita en mi cinturón y le pido que me nombre Director de Minas,
y si usted no lo hace yo prendo las mechas y volamos… ¿Qué me diría?
-¡Volamos, señor!, fue la respuesta de Velasco.
-¡Volamos, señor!, fue la respuesta de Velasco.
Esta es una de las anécdotas que el
lector puede encontrar en la obra Memorias de la Política, del historiador
Javier Gomezjurado Zevallos. A veces, esta disciplina -como la filosofía- se
vuelve un intrincado laberinto para eruditos que han olvidado su propósito.
Para la primera, siguiendo a Heródoto, contar las maravillas y curiosidades del
mundo, y en el otro acercar a los seres humanos a una pregunta básica: cómo ser
felices. Sería Tucídides, el historiador militar, quien durante más de 2.400
años -y hasta hoy- que convertiría a esta ciencia casi en inaccesible.
De allí que se agradece a Gomezjurado
optar por una línea casi de crónica -no exenta de la rigurosidad académica-
para en pequeños esbozos dar cuenta de la realidad política de un país.
La Academia Nacional de Historia reseña
Memorias de la Política, es un mosaico de crónicas, una recopilación de las
situaciones más disímiles de la vida política de Ecuador, en las últimas
décadas, incidentes que han ido construyendo la memoria colectiva. A veces,
desde el poder se devela el talento, la sutileza, el ingenio, las virtudes y
bondades de los protagonistas, pero también refleja las inconsistencias del ser
humano, la viveza criolla, las falencias y desaciertos. Obviamente, como se
dice, a veces el poder marea, para quienes buscan notoriedad.
El libro, de 230 páginas, tuvo el
auspicio de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Esmeraldas.
Gomezjurado es autor de Historias y anécdotas presidenciales y, hace pocos
meses, de Desempolvando la historia. Todo este material debería estar en
internet para no perder la memoria.
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