Son curiosas las maneras poscoloniales con
que nos movemos aún en nuestra América: hay que esperar un premio internacional
para que reconozcamos a nuestros poetas. Peor si aún son jóvenes, y más aún si
son mujeres. Llenos de colecciones -que está bien que las haya- de nuestros
escritores consagrados, tendemos a olvidar a la poesía contemporánea que
precisamente nos cuenta en el lenguaje de nuestro tiempo las seis o siete
metáforas que han regido al mundo.
Y este es el tema sustancial, porque no
podemos únicamente leer el mundo desde el admirable cuento del Guaraguao de
Joaquín Gallegos Lara, sino que también son importantes los signos del ahora.
No podemos esperar aniversarios ni ofrendas florales.
Esto a propósito del galardón Creación
Joven del Premio de Poesía Loewe que acaba de obtener Carla Badillo Coronado
por su obra El color de la granada, donde el jurado destaca: “Es un libro de
una gran madurez y concisión, que decanta temas eternos, pero con una gran
frescura expresiva y originalidad para la edad de la autora”. Además, en estos
días, acaba de recibir una mención en el Premio Nacional de Novela Breve La
Linares con su texto Abierta sigue la noche, donde la triunfadora también fue
la editora reciente de Cartón Piedra, Sandra Araya, por lo que habla muy bien
de un espacio ganado por un medio público para despecho de quienes creen lo
contrario.
Badillo, Quito, 1985, triunfadora del
Premio Nacional de Poesía César Dávila Andrade en 2011, tiene un espíritu
cosmopolita que no le ha impedido tender un puente con sus raíces, como su
pertenencia a grupos de danza tradicionales. Viajera en búsqueda de su propia
voz también fue parte del suplemento cultural de este diario Cartón Piedra, con
un escrito memorable sobre el poeta vivo más importante del país como es Efraín
Jara Idrovo, que levantó un canto de alabastro con ‘Sollozos por Pedro Jara’.
Una de las deudas pendientes que tiene el
país con sus poetas es la falta de difusión de sus obras porque no basta imprimir
los libros. Un ejemplo. La Universidad de Chile, hace ya muchos años, ha
colocado en su sitio web la poesía de Vicente Huidobro. En este sentido, es
hora de que, al menos, la Universidad de Cuenca difunda la portentosa obra de
César Dávila Andrade o del mismo citado Idrovo y más aún de las nuevas voces.
Entonces, es imperativo que las nuevas
voces de escritores ecuatorianos tengan un espacio más decidido desde las
instancias correspondientes. Y, claro, no hay que tener temor al marketing ni
que los jóvenes ecuatorianos -a través de una reestructuración curricular-
puedan acceder a estos lenguajes que precisamente cuentan lo que somos, a
inicios del siglo XXI.
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