En
el prólogo de Doce
cuentos peregrinos, Gabriel García Márquez relata que la primera idea
para esta obra se le ocurrió después de un sueño esclarecedor que tuvo,
tras vivir cinco años en Barcelona. Soñé, nos dice, que asistía a mi
propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de
luto solemne, pero con ánimo de fiesta. Todos parecían dichosos de estar
juntos, pero de manera especial él, por esa oportunidad que le daba la
muerte por encontrarse con sus amigos queridos de América Latina.
Cuando, poco a poco, comenzaron a irse, el Gabo relata que él también
quiso acompañarlos, pero uno de ellos le advirtió severamente que para
él todo se había terminado: “Eres el único que no puede irse”, me dijo.
Sólo entonces comprendí, dice el escritor, que morir es no estar nunca
más con los amigos.
Como
notará el lector, el artículo tiene dos ejes: la alegría y la muerte,
porque una treta de la memoria es insistir en las cosas tristes...Esto
a propósito de la partida de Chucho Benítez que nos recuerda la frase
de Jorge Valdano: “La alegría es indispensable. Si no se ríe con la
cara, no se ríe con los pies”, porque este deportista también
representaba el otro país que se construye cada día sin diferencias por
el color de piel. No hay que olvidar que era hijo
de Ermen Benítez goleador histórico con 191 goles y nacido en
Esmeraldas.
Como
sabemos que los dioses -a quienes siempre les gusta la sangre joven- lo
llamaron para gambetear en el partido del domingo, hay que citar un
texto de Jorge Aníbal Niño, titulado Franciscana: “Dicen que cuando san
Francisco –en su humildad y en su sabiduría- inventó la pelota de trapo,
la chutó con toda la fuerza de su pie, y la bola entonces fue una
paloma negra y gorda que pasó de manera inatajable por el extremo
izquierdo del arco iris. Dios, conmovido por la exaltada alegría de su
siervo, decidió que un día crearía el fútbol”.
Como
notará el lector, el artículo tiene dos ejes: la alegría y la muerte,
porque una treta de la memoria es insistir en las cosas tristes. Bien
sabemos que la mejor elegía es la que escribió Jorge Manrique, allá en
el siglo XV, cuando murió su padre: “Recuerde el alma dormida, / avive
el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se
viene la muerte / tan callando”...
Mejor
recordar al siempre alegre futbolista con un verso de Antonio Preciado,
sobre un hombre bueno: “… Los ángeles se han perdido / de las vías más
andadas. / Cátala catún balé, / catún balé caté cátala. / ¡Aquí tengo,
para un grito, / polvo de trece gargantas! / Un hueso de cada muerto, /
el largo de tu pisada, / y aquí yo te resucito / las vidas que
te hacen falta. / ¡Cátala catún balé, / catún balé caté cátala!”
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