martes, 13 de agosto de 2013

Dulcinea del Toboso se ha perdido

Rey de los hidalgos, señor de los tristes, / que de fuerza alientas y de ensueños vistes, / coronado de áureo yelmo de ilusión; / que nadie ha podido vencer todavía, / por la adarga al brazo, toda fantasía, / y lanza en ristre, todo corazón, nos dice Rubén Darío.
El tema de Don Quijote, de Miguel de Cervantes, ha sido objeto de múltiples lecturas. Recordará el lector,  “Capítulos que se le olvidaron a Cervantes”, de nuestro Juan Montalvo, que reseñaremos la próxima semana. Ahora, el tema es menos peliagudo porque -siguiendo las improvisaciones que se han realizado- nos encontramos con la ironía.
Marco Denevi nos entrega, en esta oportunidad, una variación del tema del fascinante mundo del Caballero Andante o del Caballero de la Triste Figura...Alguna vez en la vida debemos leer al Quijote, como el mundo anglosajón lee a Shakespeare. En la obra, además de ser el inicio de la novela, encontraremos aventuras emocionantes como cuando Don Quijote, junto a su escudero Sancho Panza, se enfrenta a la delirante hazaña de los molinos de viento, pero también dichos y proverbios que han enriquecido a nuestra lengua, el castellano, que llegó de América a España, como nos recuerda Borges. Este cronista prepara una antología de los temas quijotescos: un loco que vaga por los caminos luchando contra las injusticias, a nombre de su dama, Dulcinea del Toboso. Esa sola metáfora ha conducido a creer en la posibilidad de una humanidad más cuerda.
Marco Denevi nos entrega, en esta oportunidad, una variación del tema del fascinante mundo del Caballero Andante o del Caballero de la Triste Figura, como a Don Quijote le gustaba llamarse, por sus cuitas de amor:
“Vivía en el Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchuelo y Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosas novelas de esas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besaran la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía treinta años y pozos de viruela en la cara.
Finalmente se inventó un galán, a quien dio el nombre de Don Quijote de la Mancha. Decía que Don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de lances y aventuras, al modo de Amadís de Gaula y de Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, aguardando el regreso de su enamorado.
Un hidalgüelo de los alrededores, que a pesar de las viruelas estaba prendado de ella, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un su rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario Don Quijote. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Dulcinea había muerto de tercianas”.


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