El hijo de migrantes y casado con una eslava, Donald Trump blande –tal es la palabra- la Biblia frente a las protestas en un país que es “la tierra del libre y el hogar del valiente”, como cantan en su himno, tras desalojar a los manifestantes en Washington.
Él, que se ufana de tener un retrete de oro (váter dicen los peninsulares) en una de sus torres Trump, ha tenido que esconderse en el bunker de la Casa Blanca, construida por los esclavizados, arrancados de África, antepasados de George Floyd asesinado después de que el policía Derek Chauvín le asfixiara durante 8 minutos y 46 segundos en Minneapolis. Si no era por la valiente Darnelle Frazer –que recuerda a Rosa Parks que en 1955 se negó a ceder su asiento en un autobús de Alabama en plena segregación racial- quien filmó la escena no sabríamos que la vida de un afroamericano vale menos que los 20 dólares falsos por lo que le detuvieron al “gigante amable”.
Para entender a la tierra de Walt Whitman es preciso acudir al visionario James Baldwin, amigo entonces de los asesinados Martin Luther King, Malcolm X y Medgar Wiley Evers. Para él, según reseña Juan Gelman en Miradas, el problema radica en la necesidad del blanco de encontrar una forma de vivir con su compatriota negro. Esa necesidad lo ha empujado a aplicar sucesivamente el espanto de Lynch –de allí deriva linchamiento- o el Ku Klus Klan, mientras el jazz se expande por el mundo.
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