viernes, 20 de diciembre de 2019

La leyenda del Becerro de Oro, 2019/12/19



Que es cosa del infierno, dice una beata. Que no se puede creer, masculla un vecino de la Calle Larga. En la Ibarra colonial hay miedo. Anda suelto un becerro con ojos de carbones encendidos. Por la noche, en feroz combate enfrenta a un jabalí fantasmagórico y sus siete cachorros. Ni rastros de sangre, al otro día.

Felipe Quiñónez se llena de coraje. Hiere levemente con un cuchillo al atrevido animal. Solo le creen del enfrentamiento cuando contento muestra tres monedas, que aparecieron adheridas a sus ropas al azar. El ser del averno pasa a llamarse pomposamente el Becerro de Oro.

Quien sí lo toma en serio es el sagaz Alfonso Hernández, llegado de Quito. Pactan enfrentar al engendro maligno. Antes de la justa, el diestro hace bendecir su estoque de toreo y un largo rejón con su cuchilla de acero, por si acaso.

La noche aciaga llega. El torete aparece echando fuego por el hocico, en una embestida que parece que sus pezuñas se adhirieran a la tierra. El bizarro Hernández salta de su caballo para situarse en el lomo del animal y acometerle una certera estocada en el pescuezo, aferrándose como un jinete del infortunio aún con su penacho de colores vistosos en su cabeza.

Es un solo golpe. El torete cae en un bramido trágico y se estrella contra las piedras. Al hundir la espada descubre el prodigio. El simulacro de toro tiene la piel curtida porque está embalsamado, pero rebosante de monedas de oro, como si en lugar de pellejo tuviera una manta brillante. Su propietario debió haber sido un avaricioso, pero al fin su alma puede descansar.

Para no caer en ese embrujo de la codicia, Hernández comparte con Quiñónez y tras los funestos sucesos muda de vida para, en algunas ocasiones, dedicarse a las obras pías porque frecuentemente se pregunta sobre el infortunado dueño del Becerro de Oro que pensó llevarse su tesoro más allá de la sepultura. (O)  


Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección:

Obra: José Villarreal Miranda

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