En
los mitos antiguos, la presencia de los gigantes es una constante. En los
relatos bíblicos, por ejemplo, está el filisteo Goliat -que medía seis codos y
un palmo (2,9 m)- o los Nefilim, que eran seres caídos e hijos de dioses. Están
los 12 titanes, según la versión helena, liderados por Cronos, quien peleó con su
padre Urano (Cielo), a instancia de su madre Gea (Tierra).
Se
puede leer la epopeya sumeria del rey Gilgamesh, de siete metros de altura,
donde se habla del Diluvio Universal, o recorrer las historias de Ulises y los
enormes y malvados cíclopes, con un ojo en la frente. No hay que olvidar la
venganza de Thor contra estos seres poderosos.
Para
el caso de Ecuador se encuentra la leyenda, escrita por Juan de Velasco, sobre
los gigantes de la península de Santa Elena, y otra, en los primeros tiempos,
en los territorios de los caranquis, en Imbabura. Al igual que muchos otros
descomunales seres, este sucumbe ante la soberbia. El mito del gigante y las
lagunas fue investigado en primera instancia por Aníbal Buitrón, pero los
abuelos caranquis -con diferentes versiones- aún lo cuentan de manera oral.
Los
caranquis -señorío étnico que floreció del 1250 al 1550 de nuestra era y
constructor de 5.000 tolas en la actual provincia de Imbabura- tienen, además,
mitologías que hablan de las montañas porque la región está atravesada por dos
cordilleras, a diferencia de los incas que tenían como deidad al sol.
Lo
propio ocurre en el centro del país con las deidades de la Mama Tungurahua y el
Taita Chimborazo. Los cerros son vistos como protectores y dadores de agua, de
allí que las lagunas (cochas), vertientes (pogyos), cascadas (pacchas), ríos
(hatun yacus), se conviertan también en elementos simbólicos.
Según
refiere Marcelo Naranjo, los elementos naturales -en la cosmovisión norandina-
no son puro paisaje estático, sino que, al igual que los humanos, toman
decisiones para bien o para mal. El cerro Imbabura, entonces, pervive en la
vida de la provincia con una presencia más que física; es el Taita, es viejo
sabio y respetable, a quien enojan los mortales perezosos.
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