Uno de los personajes más tiernos de la
literatura universal es Sancho Panza. Siempre a lado de su amo, en espera de la
prometida ínsula o recibiendo palazos, en medio de las ventas donde el hidalgo
caballero pretendía deshacer entuertos. Don Quijote -al final- le entrega la
prometida herencia y hasta el pobre y lloroso Sancho se queda con una talega de
monedas que encontró en una de estas empresas.
El tema en torno al Caballero de la
Triste Figura es inagotable. Siempre se presta -como en el texto de Borges,
Pierre Menard, autor del Quijote- a múltiples lecturas. Esta ocasión viene del
creador de La metamorfosis, aquel Gregorio que amanece convertido en un
insecto. El otro microcuento es de Denevi, autor argentino que -literalmente-
nos transporta a un mundo irreverente en torno a ese otro prodigio que es
Dulcinea. Hay que recordar que debemos también a Sancho los refranes que aún
perduran: “Dime con quién andas, decirte he quién eres”. Algo curioso, como
muchas cosas del inmortal libro del Manco de Lepanto, es que no conocemos el
nombre del asno de Sancho, mientras que nadie olvida a Rocinante, el caballo de
Don Quijote. Dicho esto, aquí está lo prometido.
Franz Kafka, en La verdad sobre Sancho
Panza, refiere: “Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró,
con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas
de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a
tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote, que
este se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero,
por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser
Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió
impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a Don
Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento
hasta su fin”.
Mario
Denevi, en el texto El precursor de Cervantes, señala hablando de otro
personaje memorable, Dulcinea: “Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza
Lorenzo, hija de Lorenzo Corchuelo y Francisca Nogales. Como hubiese leído
numerosas novelas de esas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía
llamar Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se
arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besaran la mano. Se creía joven y
hermosa, aunque tenía treinta años y pozos de viruela en la cara. Finalmente se
inventó un galán, a quien dio el nombre de Don Quijote de la Mancha. Decía que
Don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de lances y aventuras,
al modo de Amadís de Gaula y de Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día
asomada a la ventana de su casa, aguardando el regreso de su enamorado. Un
hidalgüelo de los alrededores, que a pesar de las viruelas estaba prendado de
ella, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en
un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario don
Quijote. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Dulcinea había
muerto de tercianas”.
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