El problema -reconozcamos que es un
problema- del país podría resumirse en una cosa: el cambio de chip. Y eso
involucra a todos los aspectos. Por ejemplo, en el campo de la cultura no se
puede únicamente creer que el país se construye desde lo étnico (esto en muchas
ocasiones, además del paternalismo, insufla al mismo racismo).
También en el plano de la economía. Los
verdaderos empresarios no pueden ser aquellos que compran un auto y lo venden
más caro, con toda una línea de estrategias que incluye propio crédito y propio
banco.
Se tiende, erróneamente, a pensar que
los problemas de un país están directamente relacionados con el accionar
político. Esa es una parte. La otra es lo que la propia sociedad construye. Y,
como van las cosas, el tema del cambio de la matriz productiva -es decir pasar
de agrarios a industriales o también al conocimiento- implica una apuesta de
todos los sectores, pero fundamentalmente del área educativa. No es posible que
aún existan universidades que se ufanen en mostrar como emprendimientos una
poma de mermelada de frutillas (sin etiqueta, sin registro sanitario, sin
adecuado diseño, sin comercialización, sin marketing…).
Obviamente, la tarea es dura y otra vez
nos lleva al cambio de chip; en otras palabras, a instalar el adecuado software
en nuestras cabezas. Wayne Dyer lo dijo: “La gente rígida nunca crece. Tiene la
tendencia a volver a hacer las cosas de la misma manera que la han hecho
siempre”. Hay que decirlo: nuestro país, en su gran mayoría, aún es agrario o
exportador de materia prima, lo que le hace altamente conservador y aún apegado
a los designios de las lluvias (de allí su afición por las deidades).
Y para saber de emprendimiento hay que
mirar en otras realidades. Así, Henry Ford recién tuvo éxito en su tercer
intento como emprendedor en 1903 con la introducción del auto Ford T, que
revolucionó el transporte y la industria mundial. Nacido en una granja pobre de
Míchigan, se sorprendió en sus inicios ante un invento que modificó al mundo:
la máquina de vapor. Tras lanzar a su segunda empresa a la bancarrota, por
dedicarse a mejorar sus prototipos, este inventor se constituyó en el padre de
las cadenas de producción, bajando costos, pero elevando los salarios de los
trabajadores.
Este es uno de los casos más notables de
emprendimiento que, como muchos, nació en un garaje. Un siglo antes, en 1803, Jean-Baptiste
Say concebía al emprendedor como un agente económico que une la tierra de uno,
el trabajo de otro y el capital de un tercero para vender un producto. Para
1934 Joseph Alois Schumpeter aseguraba que un emprendedor era alguien que
rompía con el statu quo porque creaba nuevos productos mediante la innovación.
Y esto era precisamente el secreto del desarrollo económico.
Otra
vuelta de tuerca la dio Peter Drucker al afirmar en 1964 que un emprendedor es
alguien que tiene como propósito el cambio. En este sentido, Michael Porter
dice: “La competitividad de una nación depende de la capacidad de su industria
para innovar y mejorar. Las empresas consiguen ventajas competitivas mediante
innovaciones”.
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