Hace mucho tiempo,
existían unas brujas que se reunían en su aquelarre para bailar en torno al
fuego e invocar a las fuerzas malignas. Estos sucesos fantásticos se daban en
un profundo bosque que los viajeros procuraban evitar, porque sabían
de las artimañas de estas mujeres, que se decía, conferenciaban con fuerzas del
averno.
Acertó a pasar por esos parajes, acaso perdido en el camino, un jorobado que se quedó casi petrificado cuando -separando unas ramas- miró a las brujas danzando en torno a la inmensa hoguera.
Acertó a pasar por esos parajes, acaso perdido en el camino, un jorobado que se quedó casi petrificado cuando -separando unas ramas- miró a las brujas danzando en torno a la inmensa hoguera.
-Lunes y martes y
miércoles, tres -decían las hechiceras y se movían con sus piernas ágiles para
volver a repetir:
-Lunes y martes y
miércoles, tres -replicaban y sus rostros parecían multiplicarse en medio de
las sombras.
El jorobado, acaso
contagiado con la melodía, replicó desde su escondite:
-Jueves y viernes y
sábado, seis.
Hubo un silencio
hasta que una bruja, que parecía dirigir el aquelarre se plantó con una mirada
que escudriñaba la noche:
-¿Quién fue el que
dijo eso?
El hombre del bulto
se quedó pasmado. Después, tímidamente, se acercó donde estas seductoras
mujeres que le aguardaban.
-Por ayudarnos a
completar nuestra canción recibirás una recompensa, le dijo la maga,
con unos ojos siniestros, pero con la sonrisa amable.
-Te quitaremos la
joroba, exclamó y al punto el campesino adquirió una forma espigada
y se adentró en el bosque más contento que un conejo que se libra de un halcón.
Además, le obsequiaron un talego de oro.
Llegó al pequeño
pueblo donde vivía y la noticia se propagó a otros sitios que no tardó en
llegar hasta un hombre codicioso que pensó obtener también una recompensa en
oro de buena lid.
Se dirigió por el
bosque y con tan buena suerte que se encontró, al cabo de
varios días, con el mismo aquelarre de brujas, quienes cantaban en
medio de la noche en torno a la hoguera.
-Lunes y martes y
miércoles tres, seguidas de un coro que replicaba:
-Jueves y viernes y
sábado seis.
Las hechiceras iban
tomadas de las manos en esta ronda, mientras una melodía las
envolvía en un círculo que representaba un ritual antiquísimo, con
simbologías de estos seres poseedoras de sabiduría secreta.
La canción seguía en
ascenso, “in crescendo”, como dicen los músicos, y
parecía que las cabelleras lustrosas de las brujas, se mecían en un aire
liberador, mientras las llamas creaban sombras que parecían formar
entes que huían despavoridos en medio del bosque.
Lunes y martes y
miércoles tres; jueves y viernes y sábado seis...
A
esto, con gran sonoridad, el curioso replicó:
¡Domingo siete!
Las brujas se
detuvieron en el acto y hasta las llamas parecieron petrificarse.
-¿quién dijo eso?
Dijo una de ellas.
Saltando desde los
matorrales, llegó el hombre, que seguro
pensó, sería recompensado ante tremenda inspiración.
Fue recibido
solemnemente, en el centro del círculo. Y otra dama de la noche habló: ¡por
haber interrumpido y arruinado nuestra canción, recibirás como
castigo esta joroba, exclamó airada, al punto
que colocó sobre los hombros del desdichado la misma giba, que hasta
hace poco pertenecía al primer hombre que se internó por esos
parajes.
Fue
así, que el codicioso regresó a su pueblo, con una maleta
de carne en la espalda mientras, en las profundidades del
bosque, continuaba una melodía, llevada por varias manos
enlazadas, que danzaban en torno de una fogata:
Lunes y martes y
miércoles tres: jueves y viernes y sábado seis...
Esta mitología
antigua aún es posible encontrar en el norte de Ecuador. Esque al
mirar un mapa detenidamente se descubre un secreto: un triángulo casi perfecto
entre las poblaciones de Mira, Pimampiro y Urcuquí. Esa es la ruta de las
brujas voladoras, que vuelan extendiendo los brazos, con sus vestidos
blanquísimos y ondulantes, mientras repiten una fórmula mágica:
De viga en viga
De villa en villa
Sin Dios
ni Santa María
No van en escoba ni
tampoco llevan trajes negros y sombreros arrugados, como las brujas
nórdicas; aunque también fueron perseguidas por la Inquisición, aquella que
condenó al sabio Galileo Galilei por afirmar que la tierra gira alrededor del
Sol. Por eso, otras voces, dicen que en verdad las brujas guardan una sabiduría
secreta lejos de la arrogancia del poder. Son antiguas magas perseguidas por
sus ritos profanos, para los ojos de los inquisidores.
Las brujas norandinas
son bellísimas, al punto que convierten a los hombres
desprevenidos en gallos o en manos de plátanos, que cuelgan en
aleros de sus casas. Pero no transforman a sus víctimas en sapos sino que, en
los tiempos antiguos, traían noticias de los lugares distantes.
MORALES Mejía, Juan
Carlos. Libro Jugando con el abuelo y la abuela, Ministerio de Cultura de
Ecuador.
Ilustración Brujas
voladoras: José Villarreal
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