sábado, 20 de abril de 2013

Evas, guerreras cotidianas


Para poner en escena Las guerras de Eva, el grupo Pukañán, de Ibarra, entrevistó a mujeres que han sufrido maltrato, en una sociedad donde los niños reciben juguetes de rambos con metrallas y las niñas acunan a barbies, con el equipo completo de cocina. En un país, donde las mujeres aparecen estranguladas o expertos en artes marciales las asesinan a pedradas, al filo de una quebrada, mientras se justifica con un “a qué son locas”.
A los danzarines les impresionó la historia de una joven, ahora de 28 años, que fue abusada por su tío con apenas seis años. Ella solo pudo contarlo cuando el hombre, que acaso le llevó un peluche, falleció.  En este laboratorio de arte, aparecieron otras mujeres quienes les relataron memorias de golpes, despidos intempestivos por embarazo, violaciones y ese machismo cotidiano del manoseo en los buses y las vaciladas en la calle, más allá del consabido “reinita”.
Solicitaron, vía redes sociales, peluches en desuso para que sean parte de la escenografía, como una suerte de crítica a la mujer vista como un objeto, como una rosa inmarcesible. Sin embargo, desde que Eva mordió la manzana, ha sido asociada a la idea del pecado por un mundo patriarcal y machista, donde no se libra lo judeo-cristiano, que solo subió a la mujer a los altares, en forma de virgen coronada.
En la obra, dirigida por Rodrigo Herrera, participan Paola Cabrera, Pilar Rueda, Carolina Solarte, Gastón Andrango y Carlos Cortez. Para el espectador no hay tregua ni contemplaciones, porque esta danza cuenta la memoria oculta de cada día. Bajo una luz carmesí, aparece una puerta desprendida donde una mujer trata de aferrarse a una salida.






Varios peluches y muñecas con facciones del astuto Norte, como diría Martí, son atados con una cuerda a otra danzarina, en una escenografía minimalista con música de Sigur Rós, que evoca a una mariposa y a un puño ensangrentado. En el vértigo, se escuchan las melodías de Yann Tiersen, evocada en el filme Amelie, la de israelí Chava Alberstein, quien cuestionó a su propio gobierno durante la primera Intifada palestina, y esa sutileza que es la obra de Alberto Iglesias, clave en la cinematografía de Almodóvar.




Pukañán (Camino rojo) hace danza contemporánea que –a diferencia de la clásica que va tras lo apolíneo- busca lo dionisíaco, lo humano, sus pasiones y tragedias. Esa trasgresión permite que, al final, los peluches y muñecas de ojos azules y rostros descascarados terminen en una escalera, que no conduce al cielo. Porque el pecado de Eva es antiguo, desde  el día que un Dios barbudo y macho aplastó a la serpiente, por su sapiencia.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario