domingo, 4 de noviembre de 2012

Canto a los muertos


Según el mito griego, Caronte conducía a las sombras de los difuntos de un lado a otro del río Aqueronte hacia la morada del Hades. Pero había una condición: el recién fallecido debía tener un óbolo para pagar al temible barquero porque de lo contrario estaba condenado a vagar durante cien años hasta que este olvidara la deuda.
De allí que en la Grecia antigua era costumbre poner una moneda en la boca del muerto para que pudiera abonar el metálico a ese anciano de ropajes oscuros y antifaz. Los traidores y los suicidas no tenían esa ventura.
Esta simbología llega en esta época de colada morada y guaguas de pan, que también representan las ofrendas a los difuntos desde el legado del mundo andino y su cultura del maíz. En los cementerios indígenas aún los deudos comparten su comida y su música.
En el libro “Atala”, del Vizconde de Chateaubriand, hay una escena memorable dicha por el extranjero: “¡Infortunados indios, que he visto errar por los desiertos del Nuevo Mundo con las cenizas de vuestros abuelos! ¡Vosotros, los que me habéis dado hospitalidad a pesar de vuestras miserias, yo no puedo devolvérosla, hoy día, porque errante también, a merced de los hombres, soy menos dichoso en mi destierro, pues no traje conmigo los huesos de mis padres!”.
El poema “Coplas a la muerte de su padre”, de Jorge Manrique, desde el siglo XV, clama: “Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando, / cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado, / da dolor; / cómo, a nuestro parecer, / cualquier tiempo pasado / fue mejor”.
Siempre es doloroso enfrentarse a las tumbas de nuestros mayores, porque nos devuelven un espejo de lo que un día seremos. De allí que el tema “Vasija de barro” sea también un recordatorio de ese regreso a la tierra. La primera estrofa, de Jorge Carrera Andrade, dice: “Yo quiero que a mí me entierren / como a mis antepasados / en el vientre oscuro y fresco / de una vasija de barro”. En un antiguo documental, el pintor Oswaldo Guayasamín, cuya una de sus obras fue motivo de inspiración de la canción, muestra el libro donde fue escrito este tema emblemático.
Curiosamente las sucesivas estrofas, del mentado poeta más Hugo Alemán, Jaime Valencia y Jorge Enrique Adoum, están borroneadas en las guardas y contraguardas de la obra “En busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust. En esta época, vuelvo al poema “La lluvia”, de Borges: “…La mojada tarde / me trae la voz, la voz deseada, / de mi padre que vuelve y que no ha muerto”.



Tomada de la edición impresa del Sábado 03 de Noviembre del 2012


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