jueves, 25 de julio de 2024

Cantuña, primer párrafo, 2024/07/23

Cantuña, primer párrafo




Cuando hace siete años inicié la escritura del mito de Cantuña tardé tanto en el primer párrafo porque, como se sabe, en éste se condensa el alma del relato. Allí están tensión, ritmo, profundidad, pero también un guiño a las obras maestras. No hay nada más memorable con la gran obra del Quijote de Miguel de Cervantes, del Caballero de la Triste Figura: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” o el clásico “Había una vez…”, sin olvidar lo que la revista francesa Lire definió como el mejor inicio de novela: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía…”, de García Márquez.

Mi primer párrafo, así lo creí entonces, debía iniciar al estilo de Kafka con el sueño inquieto de Gregorio Samsa; además de un guiño a lo que sintió Rumiñahui al mirar las cenizas de Quito, en la obra Memorias del Fuego I, de Eduardo Galeano; las “montañas borrascosas”, como si emulara a Emily Brontë; y las “tres carabelas”, una frase genial que encontré en El otoño del patriarca, del mismo Gabo. Al fin, el relámpago era mío. Solo después comprendí que, de seguir así, no terminaría nunca. Aquí el primer párrafo en cuestión y en la publicación como en verdad inicia, porque –aunque no se crea- puse en armonía el relato con las magníficas ilustraciones de Roger Ycaza y sus diablillos.

“Cuando entreabrió los ojos, después de un sueño premonitorio, Francisco de Cantuña miró a la distancia las cenizas aún humeantes de Quito e imaginó que detrás de las montañas borrascosas emergían las tres carabelas. Otra vez, bramó el relámpago.

Hace poco, en Cajamarca se había oscurecido en la mitad del día”.

 
 

lunes, 22 de julio de 2024

Quito, las calles de su historia - Calle Venezuela




Calle Venezuela

De plata fueron hechas las lunas menguantes para los pies de las Vírgenes de madera. Los devotos iban a la calle de la Platería para pedir favores a sus santos a cambio de joyas o indulgencias que solicitaban los conquistadores cuando se hacían viejos, como perdón de sus pecados. Estos hombres de antiguas corazas acaso querían olvidar sus sangrientas masacres contra los indígenas.

Iban a las Capellanías a pagar misas para toda la eternidad porque sabían que las imágenes de madera eran benévolas con las almas atormentadas.

En 1613, el Alguacil Mayor de Quito, Don Diego Sánchez de la Carrera había llegado de allende el mar para decidir sobre la vida de los quiteños. Acaso, quisieron halagarlo y la calle se llamó De la Carrera.

En la misma calzada, Antonio José de Sucre, patriota venezolano, construyó su casa, con indicaciones que llegaban en cartas escritas en el fragor de las batallas de Independencia. Unas balas de la infamia lo asesinaron en Berruecos, pero nadie olvida que de Venezuela también llegó el ejército libertario de llaneros.


Quito: las calles de su historia. Juan Carlos Morales Mejía; Ramiro Jácome Perigüeza (ilustraciones), Trama, Quito, 2005
https://www.instagram.com/p/C9u3_iOpMrg/?igsh=aWd0dDBkOWQxaGhx
 
 

lunes, 15 de julio de 2024

Quitumbe, el origen de Quito




Juan Carlos Morales Mejía
José Villarreal Miranda (ilustración Quitumbe, detalle)

Cuando Quitumbe abandonó el mar, aún los gigantes de Sumpa (provincia de Santa Elena) merodeaban los pozos de su hermano menor Otoya, antes de deborarlo. Las tribus estaban en disputa: unos era guerreros y pastores, los otros agricultores. Para buscar otros caminos, Quitumbe dejó a su esposa Llira y su futuro hijo Guayanay (traducido en las crónicas como golondrina) y en la isla Puná descubrió al maíz, al que hay que moler con cuidado.

Mas, como el destino es de los elegidos, continúa por abruptos parajes –por la ceja de montaña y los bosques nublados- hasta llegar a un lugar donde un volcán siempre está despierto. Allí, en medio de las quebradas funda Quito, donde tiene un hijo: Thome, quien posteriormente inventará las armas de combate.

Sigue la línea de su padre, Tumbe, de fundar poblaciones y va hacia el sur y surge Tomebamba, pero continúa hasta levantar el templo a Pachacama y establecer regadíos, según relata el quipucamayo Catari. Con el tiempo, los descendientes de esa primigenia isla fundarían el Cuzco. Sus descendientes, los astutos incas que necesitaban poseer un imperio, volverían a adorar al sol en Quito, trayendo chaquiras de concha Spondylus, de los mares de sus mayores de la mítica Sumpa.


Bibliografía. Coronel Valencia, Valeria, Quitumbe, de la narrativa contrarreformista a la genealogía regional de Manco Cápac, Revista Quitumbe, número 10, 1996