Publicación en el Diario El Norte
Puede descargar dos documentos: Ensayo y libro
Ensayo El Libertador enfrenta al realista Agualongo
2013 Libro Batalla de Ibarra
Ustedes tienen un país y yo el mío. El suyo es un enmarañado nudo político que el tiempo intenta desatar, el mío es una cadena de cumbres y montañas que se elevan, reverentes y majestuosas, hasta el cielo azul, escribía el poeta libanés Khalil Gibran. Clamaba: el suyo es un ardid de zorro que combate con la hiena, y una artimaña de la hiena que combate con el lobo… el mío es la juventud escalando rocosas cumbres, vadeando arroyos, errando por los campos…
Un abismo nos separa mientras gritan, con las manos esposadas, ¡Viva la Patria! Su país es una incautada pistola Magnum Desert Eagle con 58 balas de otros calibres y dudosos insumos hospitalarios, el mío tiene a la profesora de Playas Catalina Espinoza viajando en su bicicleta y una pizarra a la espalda para enseñar a los niños que no tienen internet.
Su país son documentos falsificados de discapacidad para comprar lujosos autos, el mío es la enfermera Fátima Sandoval Churuchumbi, de la comunidad de Angochagua, ayudando en primera línea a sus hermanos de Otavalo. Su país es la iglesia cristiana de papi que recauda diezmos mientras sus hijos venden fundas para cadáveres en 148,50 dólares cuando en verdad valen 12, el mío es el de Marcelo Paredes quien, después de ser despedido por el Café de la Vaca con 400 dólares y 22 años de servicio, creó Mikuna en su barrio de Atucucho.
Su país es el recuerdo del oro ávido de los conquistadores, el mío aquel del milenario cultivo del maíz y sus mujeres que danzan frente a los dioses tutelares de volcanes en las fiestas del solsticio. El de ustedes, como logro social y blanqueamiento, es un departamento en Miami y jacuzzi con dinero robado a los difuntos, el mío es Emerson Obando, quien devela la escondida laguna del Cubilche. Mi país siempre será perdurable, el suyo es una mentira que se desvanecerá como las arenas del desierto. Adoum, el poeta, cantó: “Ecuatorial, ecuatorial, ¿recuerdas / tu sudor, el pie perdido / en la noche resbalosa de la víbora?” (O)
https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/carta-pais-volcanes
La provincia de Imbabura fue creada por el Congreso de la Gran Colombia el 25 de junio, hace 196 años, en un momento crucial de la vida del continente. El hecho ocurrió en Bogotá, en 1824 (seis años antes de la configuración de Ecuador y un año después de la Batalla de Ibarra, que cerró el ciclo independentista).
Los límites se establecieron desde el actual puente de Rumichaca hasta Guayllabamba, incluido Cayambe y un hecho –propio de la mentalidad geopolítica de Simón Bolívar- a destacar: también era parte El Pailón, que no es otro que el actual puerto de San Lorenzo. Ibarra fue fundada como puerto de tierra en 1606 para ser el enlace entre el comercio del eje Bogotá-Popayán-Quito, primero por la dificultad de llegar a Guayaquil por parte de los textileros quiteños y otro más de peso: la búsqueda de un puerto propio. Cosa que lo entendieron claramente los regionalistas y lograron parar la construcción de la carretera Ibarra-San Lorenzo nada más ni nada menos que 400 años. Aún hay otro reto: faltan 50 kilómetros para llegar a la Amazonía.
Sin embargo, con esa mentalidad occidental que tenemos, solemos pensar que con la creación rubricada de una región comienza su historia. Imbabura es heredera del pasado Caranqui, el poderoso señorío étnico cuyos límites precisamente eran desde el Valle del Chota hasta Guayllabamba. Constructores de 5.000 tolas y señores del maíz, tuvieron influencia en los quitus, según recientes investigaciones de Galo Ramón Valarezo.
Los caranquis, como muchos de los pueblos de nuestro actual país antes de la llegada de incas y castellanos, dominaron los pisos ecológicos –conocido como microverticalidad- e hicieron de la reciprocidad y el intercambio su forma de vida. Por eso, a juicio de Santiago Ontaneda Luciano, nunca crearon un imperio a diferencia de los invasores dispuestos a las guerras y al exterminio, sea a nombre del sol o de los cristos sangrantes, a diferencia de los montes tutelares de los caranquis. (O)
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