Cuando en 1992 Melvin Hoyos Galarza ingresó
al sótano de la Biblioteca Municipal de Guayaquil –donde en invierno el agua
llegaba a 40 centímetros desde el suelo anegando los archivos históricos- lo
recibieron más de un centenar de murciélagos, como si se tratara de la cueva de
Ciudad Gótica y sus guasones en estampida. Esa fue su primera impresión. En
medio del olor a humedad, atisbo a mirar una carpeta de raso rojo mordisqueada
por las ratas en sus bordes. Constató que se trataba de la partitura original
del Himno Nacional del Ecuador, escrito de puño y letra por el músico francés
Antonio Neumane.
A sus 36 años, había que dejar la desidia
–por ser amable- de la anterior administración pseudo populista. La tarea
contra la desmemoria fue ardua. A lo largo de estas décadas de administración
socialcristiana Hoyos –el director de Cultura porteño quien es arquitecto e
historiador- logró crear políticas culturales sin precedentes.
1.780.000 libros reposan ahora en las
estanterías del edificio, cercano al parque donde pasean las iguanas (600.000
obras permanecen en aireados repositorios), junto con un plan editorial de más
de 300 títulos que van desde textos para la juventud guayaquileña hasta libros
memorables de fotografías de esa urbe de antaño con olor a ría. Su labor ha
sido encomiable: reinauguración del Museo Municipal, Museo Itinerante, rediseño
del Museo del Comité Olímpico Ecuatoriano, apoyo a la gestión cultural como
festivales de toda índole, cómics, sin olvidar el pasado de los
Manteño-Huancavilca, porque los orígenes son la mejor brújula.
Hoyos confiesa seguir los preceptos
libertarios de los héroes independentistas, bajo la mirada de Olmedo. Ahora, su
nombre está postulado al prestigioso reconocimiento nacional Eugenio Espejo,
otro bibliotecario quien germinó con sus ideas lo que sería la República.
Largos años han pasado desde que Hoyos expulsó a los murciélagos, que ahora
revolotean por otros lares. La gratitud es la memoria del corazón, escribió Lao
Tsé. (O)
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