El historiador Heródoto de
Halicarnaso lo sitúa en el reinado de Atis, hijo de Manes, cuando en toda
Lidia, la actual Turquía, ocurrió una hambruna. “Como estos juegos de la
pelota, dados y taba inventaron para divertir al hambre, pasaban el día entero
jugando, a fin de no pensar en comer, y al día siguiente cuidaban de alimentarse,
y con esta alternativa vivieron 18 años”. Hay quienes lo ubican en el antiguo
México, con su variante de golpear la pelota con la cadera, o en Japón, según
el libro Historia de pelotudos, del autor de estas líneas.
Como siempre, los griegos
–a quienes los persas no podían entender por qué dedicaban tanto tiempo a los
diversos juegos– delimitaron el entretenimiento en dos matrices bien definidas.
La primera, la paidia –relacionado con el mundo infantil– que alude a la
libertad original, la diversión sin reglamentos. Lo otro es el ludus, donde
está la necesidad de someter al juego a convenciones arbitrarias. Esto último
lo supieron los ingleses con su football, quienes colocaron al balón en un
campo de juego o cancha (curioso, esta palabra es quechua).
Como sea, hoy se inicia el
Mundial de Rusia y todos tomamos un respiro, más aún tras el apretón de manos
entre Donald Trump y Kim Jong-un. Nada mejor, entonces, que traer a colación un
texto de Miguel Hernández que dedicó a esos seres de los que casi nadie habla,
pero que son claves.
En Elegía al guardameta se lee:
“A Lolo, /
Sampedro joven /
en portería del cielo de Orihuela. /
Tu grillo, por tus labios promotores, /
de plata compostura, /
árbitro, domador de jugador, /
director de bravura, /
¿No silbará la muerte por ventura?”
En Elegía al guardameta se lee:
“A Lolo, /
Sampedro joven /
en portería del cielo de Orihuela. /
Tu grillo, por tus labios promotores, /
de plata compostura, /
árbitro, domador de jugador, /
director de bravura, /
¿No silbará la muerte por ventura?”
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