Creo en
la futura muchacha que estará levantando un lecho con maderas vistas mientras
un jazz insufla la tristeza de esta ciudad arrugada, creo en los tules de la
bruma que no permitirán que ascienda a los cielos como Remedios la bella, en la
novela de Gabriel García Márquez. Aunque las dos están henchidas de amor yo
necesito bailar una danza de tules en la eternidad mientras el sol se entierra
en el Sur.
.
Creo en mi abuelo
Juan José que tenía como brújula a una flor y en mi padre, César, que me enseñó
cómo atrapar imágenes en el alba; creo en las manos de mi madre, Rosa, cuando
hace mínimos panes de yuca y me envía a Quito, para que esta ciudad de
luciérnagas de neón se deslumbre por su aroma.
.
Creo en mis hermanos
porque una noche de invierno vinieron hasta mis manos y las llenaron de
caracolas. Creo en las piedras de río que he coleccionado en lugar de amontonar
oro. Creo en las hadas y las musas que descubrí mientras jugaba en un estanque
cuando era niño. Creo en las horas que dediqué a la música porque sé que en
ellas están los ángeles que ahora duermen en mis sábanas, y creo en la dulce
poesía de encontrar una manos, como en un tiempo posible. Creo en la muchacha
que recibe mis cartas mientras yo añoro un tiempo indeleble, creo en sus
anillos que son talismanes contra la bruma.
.
Creo en una novicia que sale por su
torno de palomas y en el amor imposible bajo el signo del azar: creo que los
dioses no pueden ser tan malditos. Creo, además, en una hamaca meciéndose con
el rumor del mar... y dos viejos recordando una noche donde la isla de Isabela
los convocó a la vida.
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