Las montañas son los dioses tutelares en la mitología de los pueblos originarios, antes de las sucesivas invasiones de incas y castellanos quienes trajeron a las deidades del Sol y los cristos agónicos. En la parte norte, se encontraba el señorío étnico de los Caranquis, quienes fueron los constructores de 5.000 tolas, tenían como eje el maíz y su territorio era desde el Valle del Chota hasta Guayllabamba.
En este mismo espacio se ha reseñado la importancia del agua en su cosmogonía. Ahora, comparto el nacimiento de los dos hermosos islotes enclavados en la laguna de Cuicocha (que significa la Laguna del cuy, que también tiene su propia leyenda):
Taita Imbabura esperó con paciencia que las aguas amainaran, en los primeros días del Mundo. Después, con cautela tendió un puente de colores. Por allí se fue para iniciar sus amoríos con la montaña Cotacachi, también conocida como Huarmi Urcu, que significa Mujer-Montaña. Por el arco iris se lo vio pasar las cordilleras para amarse, entre los pajonales.
De estos amores, a los montes vigorosos les han nacido varios hijos: el Yanaurcu, un joven apasionado, que significa Cerro Negro, y las chiquillas Putujura y la Negra, que recién están creciendo y por eso son aún lomas. Son hijos del Imbabura, el Taita o padre, el más sabio de los montes y su compañera la Mama Cotacachi.
Hace poco, Taita Imbabura se ha subido nuevamente al cuichi, como dicen los abuelos al arco iris. La amante Cotacachi, cuentan que por capricho, ha puesto a sus dos hijas rodeadas por una laguna. Eso le han dicho al Taita que ha querido conocer personalmente a sus gemelas, que se parecen islotes, donde llegan aves nómadas.
Taita Imbabura alarga su poderoso pie. Pero casi al descuido aparece el río Ambi que le corta el paso. El río está enfurecido y el Taita siente que sus pies se transforman en rocas.
No puede moverse pero allí está mirando con dirección a la laguna de Cuicocha. A veces, cae una llovizna en su cabeza cubierta de un penacho de nubes, como si estuviera llorando.
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