Ibarra cuenta con la obra más representativa del pintor del paisaje Rafael Troya Jaramillo (Ibarra, 1845-1920). Se encuentra en el Salón de los Clásicos, en el Centro Cultural El Cuartel. Aquí un acercamiento.
Los cristos sangrantes de la época colonial debían quedar atrás. El nacimiento de las repúblicas clamaban nuevas temas para el arte. Había que inaugurar todo. Dejar la oscuridad y las cadenas. Una nueva luz –siguiendo a la Ilustración- debía bañar a estas tierras aún inhóspitas. Dos corrientes se mezclaron a finales del siglo XIX: neoclasicismo, presente en la pintura histórica, y romanticismo, donde la naturaleza adquiere un sentido sacro. Estas tendencias del arte a finales del XIX se remiten a lo bello (orden, forma y color), lo sublime (elevación del espíritu) y lo pintoresco (placer de lo singular).
“Alexander von Humboldt descubrió en tres años lo que los españoles no lograron en tres siglos”, dijo Simón Bolívar. Así, los nuevos naturalistas llegaron al recién creado Ecuador y precisaban capturar el paisaje para fines científicos. La misión alemana de Alphons Alphons Stübel y Wilhelm Reiss contrata al joven Rafael Troya para documentar en 160 lienzos a este país de volcanes, que tenía subyugados a los viajeros del XIX, pero que a ojos de los lugareños pasaban desapercibidos. Ese es el mérito de Troya: lograr que –por primera vez- el paisaje de Ecuador se convierta en un símbolo.
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