Los mitos viajan de voz en voz. Los abuelos son
las bibliotecas del mundo andino. Para que no se pierda, como la memoria, es
preciso volverlos a contar, una y otra vez. Es parte de la mitología que
debería enorgullecernos como país pero que, muchas veces, no consta en los
libros oficiales más dados a las batallas y a la épica. Es curioso, aún se
sigue nombrándolas como ‘costumbres y tradiciones’, como si viviéramos todavía
en el ‘costumbrismo’, de inicios del XX.
Los mitos están hechos de símbolos: la palabra
huagra significa toro, aunque estos animales fueron traídos por los
conquistadores, pero en este caso significaría enorme. Aquí esta mitología
quichua amazónica.
En los tiempos antiguos los pumas dominaban la
selva. Eran enormes y sus colmillos oteaban el horizonte por donde pasaban los
quichuas del Napo. Quienes se ocultaban entre los árboles sabían que había que
ser muy valiente para enfrentarse a las fieras. Las puntas de las afiladas
lanzas debían tener un veneno fortísimo para ultimarlos. Por eso, los valientes
se procuraban la chingana antes de enfrentarse a los felinos, a quienes debían
atravesar el corazón.
En esa época vivía un joven que se había
destacado por su coraje. Era un gran cazador que había entendido que la astucia
no está en el arrojo sino en la prudencia. Aliado a su lanza cazó a un puma y
cortándole la cabeza se dirigió a su casa para alegrarse con los suyos. Este
valeroso cazador supo que después del festejo había que enfrentarse acaso con
la muerte. Tomó su cerbatana y se perdió en el follaje...
Salió a cazar, pero esta ocasión no pudo vencer
porque se enfrentó a un puma gigante. Sabía que retroceder no es perder la
contienda y prefirió escabullirse para volver otra ocasión. Sin embargo, el
puma de patas enormes lo persiguió.
“El gran puma me persigue”, se escuchó a lo
lejos. “El gran puma me persigue”, gritó otra vez el muchacho. Su padre escuchó
sus gritos como si la selva trajera a esa única voz. Tomó rápidamente la
cerbatana y el matiri (planta medicinal) y se transformó en puma. Antes de que
sus patas cayeran a tierra y comenzara a correr para salvar a su hijo, la
cerbatana se trocó en rabo y el matiri en testículos.
¡Si eres valiente ven aquí!, lo retó el
transfigurado puma. El Huagra Puma que había perseguido durante dos días al
joven cazador meneó la cabeza. Desandó sus pasos porque supo que era un puma el
que le provocaba.
¡Nos veremos frente a frente!, le dijo el
transfigurado puma, al tiempo que le increpó por hostigar a su hijo.
La pelea fue ardua. Las patas se encontraban en
un duelo de zarpazo y ojos refulgentes, mientras que las hojas caídas recibían
esos dos cuerpos esbeltos en disputa. Un nuevo ataque. Uno de los pumas subió a
un árbol y desde allí se abalanzó contra su adversario. Mientras lo sostenía
trágicamente con sus garras le mordió el pescuezo hasta que el puma quedó inerte,
ante las fauces latentes del vencedor. El Huagra Puma no supo que su enemigo
bebió su sangre en su honor.
A la tarde, un puma acompañaba al joven cazador
de regreso a su morada. Al franquear el umbral, el puma se volvió otra vez un
quichua.
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/el-mito-del-huagra-puma
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