El
pensamiento criollo, a partir de Juan de Velasco, fue fundamental para llegar a
los hechos del 10 de Agosto de 1809, ampliamente reseñados en estos días. Queda
en la historia un personaje clave en impulsar estas transformaciones sociales.
Primero bibliotecario, después médico y también el primer periodista. Mucho se
ha escrito. Y muy bien. Están sus cartas, donde su agudo espíritu lo lleva a la
filosofía, sus duras críticas, su apego a la justicia, su sapiencia sin tregua.
Aquí un bosquejo de este prócer a quien le debemos tanto.
Eugenio
Francisco Javier de Santa Cruz y Espejo es un nombre que no alcanzaría en las
hornacinas del hospital San Juan de Dios. Pero sí le servirá para que un indio
como él -su padre nació en Cajamarca- pueda burlarse de los prejuicios de esa
época que, cosa curiosa, aún no terminan de irse. Así obtuvo su título de
médico y ayudó a combatir la peste de la viruela, adelantándose a su época.
Pero tuvo otra gesta: las ideas libertarias.
Espejo,
nacido en 1747, estudió además literatura y filosofía y era un hombre que
atisbaba el futuro. Como un buen polemista se procuró engastar su verso contra
las injusticias para: “bajar el capote a estos omnipotentes, a estos
potentadillos, a estos avaros atesoradores del dinero de todo el mundo”, como
refiere en Cartas riobambenses, de 1787, sitio donde tuvo que huir. Después se
encontraría con uno de sus discípulos: el Marqués de Selva Alegre, pero en
Bogotá, donde fue enviado por sus ideas. Después publicaría el periódico
Primicias de la Cultura de Quito y antes El Nuevo Luciano, Marco Pocio Catón y
la Ciencia Blancardina.
Ahora
que está de regreso a Quito, se instala otra vez en el hospital San Juan de
Dios. Desde el pequeño agujero de su laboratorio, Espejo no tiene tiempo para
mirar El Panecillo. Hay otra preocupación: sus enfermos que descansan en la
paja recién cortada y que por las noches realizan inscripciones -con el fuego
de las velas- arriba de sus lechos. Piden los favores de Dios, pero Espejo los
alentará por la mañana.
Pero
Espejo no está conforme: quiere difundir aún más las ideas libertarias. Se
decide. Isaac J. Barrera revive el pasado: “El 21 de octubre de 1794
aparecieron en todas las cruces públicas de la ciudad unas pequeñas banderas de
tafetán colorado, cruzadas de fondo blanco, en cuyo anverso y reverso se leían
estas inscripciones: ‘Salva cruce liber esto felicita atem et gloriam
consequto’ (Felicidad y gloria conseguiremos, al amparo de la cruz seremos
libres). También se dice que fue su hermano Pablo quien escribió la proclama.
Nadie ha podido probar que solo fuera él, pero tampoco nadie lo ha negado.
Espejo será encarcelado, pero tendrá licencia para asistir a sus pacientes.
Pero las aves no resisten el cautiverio y morirá”.
En
la actual calle García Moreno, donde está el hospital San Juan de Dios, ahora
convertido en Museo de la Ciudad, hay siete cruces. Desde una ventana
desvencijada se puede sentir una ráfaga de viento danzando entre los enormes
crucifijos de piedra. Espejo, que era conocido como Chusig o lechuza, aún
parece rondar en las noches de la franciscana urbe. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección:
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