domingo, 23 de septiembre de 2012

El capitán que fundó Ibarra

La fundación de Ibarra, en estos días, trae a la memoria un personaje, el capitán Cristóbal de Troya y Pinque, quien estuvo en primera fila en la Rebelión de las Alcabalas, en 1592, que más allá del rechazo al nuevo impuesto “reflejaba el descontento de una sociedad en transición que ya no alcanzaba en el viejo orden establecido por los encomenderos”.

Tras las disputas, Cristóbal de Troya, encomendero, regidor de Quito y que había batallado contra los piratas, como el inglés Candi, en la isla Puná, en defensa de la Audiencia, nuevamente está al servicio de la Corona. Más que congraciarse -tras la revuelta de las alcabalas, que formó parte junto a su suegro Moreno Bellido- busca cumplir una vieja aspiración de las élites de la Sierra Norte de la Audiencia: la salida al mar por Esmeraldas, y de allí a Panamá por el Mar del Sur, como ahora se conoce a las pacíficas aguas que un día Balboa mirara con asombro. Se requiere  una villa que sea como “puerto de tierra”.

El propósito es que los productos puedan ir directamente a Panamá sin pasar por Guayaquil, no solamente por la dificultad de los caminos, sino por el monopolio que ejerce este puerto, que construye sin prisa su astillero. Desde 1598, Francisco de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y duque de Lerma, ha insistido al débil rey Felipe III para fundar una villa. Otros petitorios se han hecho: Conde de Monterre, en 1605, Juan del Barrio Sepúlveda, Oidor de la Real Audiencia; y Fray Pedro Bedón, vicario de los dominicos; y el capitán Hernán González de Saá.

Pasa el tiempo, ahora Troya está en la explanada natural del valle de Carangue -en la antigua y desolada tierra de los caranquis que poblaron mil años, construyeron 5.000 tolas y comerciaban como hermanos en los diversos pisos ecológicos-, junto con Pedro Bedón y más clérigos, junto con vecinos, y algún cacique que se ha sumado a la petición para fundar la nueva villa el 28 de septiembre de 1606. Ha sido enviado por el presidente de la Audiencia, Miguel de Ibarra (que significa ribera en vasco). Este funcionario, preocupado por los textiles y la salida al mar por Esmeraldas, ha tenido que soportar varios frentes.

Parte de los terrenos de la nueva villa ha sido comprada al poblador Antonio Cordero y a la última nieta del inca Atahualpa, Juana Atabalipa. Los antiguos dueños -los huambracunas- miran desde lejos cómo el capitán Cristóbal de Troya estampa su firma en nombre de un rey y un dios que les son ajenos: En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, en quien debemos creer y adorar…

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