Quito
es una ciudad de campanas. Desde Yaku (Parque Museo del Agua) se divisa la
espléndida urbe patrimonial. A la izquierda, la iglesia de San Agustín, en
medio de los ocres tejados, la bandera tricolor flameando en Carondelet, el
edificio del Cabildo junto a las cúpulas verdosas de La Catedral y su gallito;
las cúpulas de La Compañía nos hablan del poder jesuítico que tenía 132
haciendas durante la época colonial (cuatro grados geográficos, para entender
la dimensión).
Están
también los magníficos campanarios de San Francisco, construidos por la
sabiduría de fray Jodoco Ricke y fray Pedro Gocial, promotor de la escuela
quiteña, flamencos al fin y amantes de la cerveza.
Se
observa la iglesia de Santo Domingo, en cuyo interior está una imagen del santo
que devuelve las cosas perdidas. A la lontananza, ese “capricho” que es la Mama
Cuchara y solo desde aquí se entiende el porqué de su nombre. La subida hacia
el museo Yaku es ardua. Se pasa por las últimas tiendas que huelen a un
temprano palo santo.
Se
llega, además, hasta el antiguo Panóptico, construido con ese perfecto ojo que
mira, que asustaba a Michel Foucault, por eso de vigilar y castigar. No es
casual que fuera ideado por Gabriel García Moreno quien también nos legó la
Politécnica Nacional, cuando trajo a los jesuitas alemanes expulsados por el
iluso Otto von Bismarck.
El
país salió ganando porque contó con magníficos vulcanólogos como Joseph Kolberg
o Teodoro Wolf quien en sus revolucionarias enseñanzas traía la teoría de las
especies de Darwin. Se sabe, según se lee en el libro Gabriel García Moreno la formación de un estado conservador en los
Andes, de Peter Henderson, que cuando un padre de familia de la época se
acercó al entonces presidente a quejarse del disoluto religioso, el también
amante de los volcanes replicó: “Yo no traje al Dr. Wolf para enseñar religión,
sino para que enseñe geología”.
No
hay que olvidar que García Moreno fue distinguido en la universidad de París
por su contribución vulcanológica del Guagua Pichincha (donde falleció un
porteador nativo). ¡Cuánta historia desde el mirador de Yaku!
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