Juan Carlos Morales
América
Latina no solamente ha sufrido
el despojo del oro y de la plata, del caucho y del cobre y del
petróleo. También le han expropiado la memoria, para que no sepa de
dónde viene y no pueda averiguar adónde va. Esta frase se lee en el
prólogo de “Memorias del fuego”, de Eduardo Galeano.
Esto
a propósito de la polémica por el tesoro del Cisne Negro, como se
conocía a la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, hundida por los
ingleses, en la Batalla del Cabo el 5 de octubre de 1804, que produciría
a la postre la guerra de Trafalgar. Sería una historia de
novela de piratas a no ser -como nos recuerda Juan Paz y Miño- porque
se ha iniciado una disputa por el embarque, que acaba de ser enviado “de
regreso a casa”, como dicen en España, con 17 toneladas de oro y plata.
La bicoca de 400 millones de euros, en la actualidad.
¿De
quién es el oro? Es la pregunta que ronda, porque se sabe que la
embarcación había salido desde Callao, en Perú, y fue descubierta en
2007 por los cazatesoros del Odyssey Marine Exploration. Los tribunales
gringos obligaron, en estos días, a devolver las
594.000 monedas, pero a España.
Por
eso el presidente de Ecuador, Rafael Correa, propuso a su par Ollanta
Humala reclamar en forma conjunta. Se une, desde Bolivia, Evo Morales,
porque la plata fue sacada de Potosí, “uno con la riqueza argentífera
extraída del Sumaj Orcko (Cerro Rico) y la otra con los huesos de los
hermanos mitayos sacrificados en esa inclemente labor de explotación en
las entrañas de la montaña”.
Desde
Colombia, Guillermo Maya Muñoz dice: “¿Acaso este tesoro no pertenece a
quienes produjeron los metales preciosos, como esclavos, las
comunidades indígenas y afrodescendientes? ¿Cómo un país reclama un
tesoro que es producto de trabajo esclavo como propio? El problema no es
jurídico, bajo el principio de inmunidad soberana, como se ha tratado
en las cortes, es de justicia hacia las comunidades esclavizadas, que
fueron arrebatadas de sus raíces, de sus vidas cotidianas y que fueron
hundidas en los socavones de por vida para que extrajeran riquezas para
una monarquía parasitaria, rentista y decadente”.
En
otros tiempos, hubo reparaciones por el oro judío, enviado a Suiza. No
sería descabellado, digo, que España devolviera ese oro para construir
un gran museo vivo de las culturas ancestrales, ya que no se puede
devolver la historia. Mientras tanto hay que recordar a Francisco de
Quevedo: Madre, yo al oro me humillo, / Él es mi amante y mi amado, /
Pues de puro enamorado / Anda continuo amarillo. / Que pues doblón o
sencillo / Hace todo cuanto quiero, / Poderoso caballero / Es don
Dinero…
Tomada de la edición impresa del Sábado 10 de Marzo del 2012
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