En
el documental aparece Carlota Jaramillo, la “Alondra Quiteña”, contando
la reacción que tuvo la “gente bien” de Quito cuando cantó por primera
ocasión en el Teatro Sucre: “El teatro se volvió una chichería”, me
dijeron. Lo relata, sin amargura, a un joven e hirsuto Freddy Ehlers. El
documental reposa en la mediateca, frente a la Compañía de Jesús,
aquella que tiene el cuadro del Infierno y la soberbia.
Como
en ningún otro país, los ecuatorianos hemos tenido y tenemos vergüenza
hacia nuestra cultura popular, acaso porque nunca nos reconocimos en el
legado nativo y siempre nos creímos más españoles que la arrugada
duquesa de Alba.
Ese
desprecio nos ha llevado a creer que, por ejemplo, el tema “Torres
Gemelas”, de Delfín Quishpe, no cumple los parámetros de la cultura
nacional (en YouTube destilan comentarios racistas).
Soledad
Quintana dice que la música popular padece tres estigmas: desprecio
desde el centro-periferia (música de chagras), desprecio desde el
sentido de clases (música del populacho) y desprecio por el origen
étnico (música de indios o música chicha). A esto hay que añadir, para
el caso de la música rockolera, la vinculación con los bajos fondos y la
cantina. Julio Jaramillo nunca fue invitado por los canales de
televisión tradicionales.
En
la Enciclopedia Océano de Ecuador, un entendido dice que estas
expresiones, que vienen desde la herencia del pasillo, es la música de
los empresarios de la miseria. El mundo andino se construye a partir de
las máscaras, nos recuerda un ensayo, para decirnos que vivimos del
ocultamiento. En otras palabras, queremos ser lo que no somos y por eso
bailamos la música popular solo cuando estamos borrachos. Friedrich
Nietzsche, en su libro “Genealogía de la moral”, donde aborda lo bueno y
lo malvado, nos recuerda que quitarse la máscara -es decir asumir la
identidad- tiene un alto precio.
Todo
esto viene a cuento a propósito de la presentación ayer del último
trabajo “La Fiesta Popular 1”, de Chaucha Kings (los reyes del trabajo
esporádico, podría ser la traducción, aunque la palabra quichua tiene un
profundo significado de reciprocidad). Más allá de la farra es un
reconocimiento, en vida, de nuestros cultores populares, como el caso
del compositor e intérprete Segundo Rosero y sus aportes en temas como
“Pasito tun tun”, “17 años”, “Vagabundo, borracho y loco”; además de
Widinson o Gerardo Morán, y el propio Delfín
Quispe en el tema “El canelazo”, del riobambeño Gerardo Arias.
Es curioso, Chaucha Kings, un grupo hecho de buenos retazos de otros grupos, nos muestra el espejo de lo que somos.
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