viernes, 27 de diciembre de 2019

Jempe hurta el fuego, 2019/12/26



Los primeros relatos –conocida como cosmogonía- nos develan una sabiduría para interrogar al mundo, después del caos. Los pueblos ancestrales de Ecuador, al igual que todos las culturas del orbe, encontraron explicaciones de sus orígenes desde el nacimiento del fuego, hasta los gigantes soberbios (presentes en muchos mitos antiguos) o en los dioses como Chiga y las lagartijas, según cuentan los abuelos cofanes.

En estos días, la revista Ñan en su número 39, de las pocas del país que rastrea los caminos ocultos, acaba de publicar un compendio del trabajo del autor de estas líneas, en formato de microleyenda, ilustradas por José Villarreal Miranda. Allí se destaca el Gigante y las lagunas pero también el relato del sapo Kuartam que se transforma en jaguar, los monos del Tereré o la época en que las lagartijas sostenían al mundo, que nos llega de las culturas amazónicas, tan poco conocidas.

Basta leer Arqueología Amazónica, las civilizaciones ocultas del bosque tropical, compilado por Francisco Valdez, del Instituto Francés de Estudios Andinos, Quito, 2013, para tener otra visión. Aquí comparto el mito, recreado de la investigación de 60 mitos shuar, de Marco Vinicio Rueda, Abya Yala, Quito, 1987:

Hacía frío en la selva. Los shuar miraban a la distancia la morada de Takea, que era el único que poseía el fuego. Takea era un monstruo. Cada vez que alguien se atrevía a hurtar la lumbre era devorado. Por eso, en las noches heladas, los shuar se la pasaban tiritando y con miedo.

Un día, Jempe –el picaflor- llegó a la caverna de Takea, después de una lluvia torrencial. Los hijos del dios del inframundo lo encontraron empapadas las pluma y, a hurtadillas, lo metieron a la cueva. Jempe, una vez recuperado, alzó vuelo. Fue directo al lugar donde Takea protegía el fuego y, ante su asombro, prendió sus alas y escapó. Los shuar, de los antiguos tiempos, lo recibieron con alborozo. Ahora, cuando los shuar encienden una hoguera siempre recuerdan a Jempe y, a veces, cuando crepitan los leños una silueta de ave se dibuja en las lenguas del fuego. (O)

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viernes, 20 de diciembre de 2019

La leyenda del Becerro de Oro, 2019/12/19



Que es cosa del infierno, dice una beata. Que no se puede creer, masculla un vecino de la Calle Larga. En la Ibarra colonial hay miedo. Anda suelto un becerro con ojos de carbones encendidos. Por la noche, en feroz combate enfrenta a un jabalí fantasmagórico y sus siete cachorros. Ni rastros de sangre, al otro día.

Felipe Quiñónez se llena de coraje. Hiere levemente con un cuchillo al atrevido animal. Solo le creen del enfrentamiento cuando contento muestra tres monedas, que aparecieron adheridas a sus ropas al azar. El ser del averno pasa a llamarse pomposamente el Becerro de Oro.

Quien sí lo toma en serio es el sagaz Alfonso Hernández, llegado de Quito. Pactan enfrentar al engendro maligno. Antes de la justa, el diestro hace bendecir su estoque de toreo y un largo rejón con su cuchilla de acero, por si acaso.

La noche aciaga llega. El torete aparece echando fuego por el hocico, en una embestida que parece que sus pezuñas se adhirieran a la tierra. El bizarro Hernández salta de su caballo para situarse en el lomo del animal y acometerle una certera estocada en el pescuezo, aferrándose como un jinete del infortunio aún con su penacho de colores vistosos en su cabeza.

Es un solo golpe. El torete cae en un bramido trágico y se estrella contra las piedras. Al hundir la espada descubre el prodigio. El simulacro de toro tiene la piel curtida porque está embalsamado, pero rebosante de monedas de oro, como si en lugar de pellejo tuviera una manta brillante. Su propietario debió haber sido un avaricioso, pero al fin su alma puede descansar.

Para no caer en ese embrujo de la codicia, Hernández comparte con Quiñónez y tras los funestos sucesos muda de vida para, en algunas ocasiones, dedicarse a las obras pías porque frecuentemente se pregunta sobre el infortunado dueño del Becerro de Oro que pensó llevarse su tesoro más allá de la sepultura. (O)  


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Obra: José Villarreal Miranda

El aquelarre de las brujas norandinas, 2019/12/12


En las rodillas del abuelo Juan José Mejía oíamos los relatos de Pedro de Urdemalas que, luego supe, era una obra de Miguel de Cervantes llegada oralmente a la sierra norte de Ecuador. Nos narraba ese otro prodigio que es Las Mil y una Noches, lleno de caballos voladores, de genios encerrados en botellas, de Sherezade.

Pero las leyendas favoritas giraban en torno a las brujas voladoras del triángulo de Mira-Pimampiro-Urcuquí, que vestían trajes blanquísimos y eran hermosas como las nacientes aguas del Paraíso. Además, volaban sin escoba y con una fórmula mágica. De esas voces de mis mayores comparto en formato de microleyenda:

Las brujas norandinas se encontraban en la profundidad del bosque, cantando en torno a una inmensa hoguera: ¡Lunes y martes y miércoles tres!, mientras levantaban las enaguas y repetían el estribillo. Un jorobado, que andaba perdido, dio con ese aquelarre. Se quedó atónito, hipnotizado por el baile en círculo de las mujeres de voces de plata. Esa magia lo subyugó y con voz potente, siguiendo el ritmo, cantó: ¡Jueves y viernes y sábado seis!, repitiendo entre palmadas sonoras.

Las brujas se detuvieron en el aire, con sus cabelleras lustrosas. ¿Quién dijo eso?, exclamó una. En un instante, el jorobado estaba rodeado con antorchas. Ante su asombro escuchó: “Por haber mejorado nuestra canción te quitamos tu giba y te entregamos esta bolsa de oro”. Después, con un giro ascendente, desaparecieron.

El ahora espigado joven apareció en su pueblo y no tardó en contar lo sucedido. El avaro del poblado escuchó el relato y se procuró indagar sobre el sitio. Tras varios días arduos llegó y se puso en el mismo lugar a escuchar la envolvente melodía. En el clímax del coro hechizado reventó la noche con voz grave: ¡Domingo siete! ¡Domingo siete!, sin saber que es un número de mal agüero. Al punto, se encontró en un desierto con la joroba de su antecesor, su ropa en harapos y los bolsillos vacíos. (O)


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viernes, 6 de diciembre de 2019

La Caja ronca en micro leyenda, 2019/12/05



En las noches, los niños escuchábamos el relato de la Caja ronca, una leyenda que con sus variantes es contada en la Sierra centro y norte. Pertenece a ese barroco penitencial propio de la Colonia para, como estrategia, infundir el miedo. Sí, una de las formas de acceder al Paraíso según los designios tan propios de esa cultura que llegó en carabela.

A lo lejos, nos decían, aparece un carromato del infierno presidido por penitentes con trajes de cucuruchos que arrastran cadenas. Casi al último, varios personajes tocan tambores y flautas de sonidos tétricos. Varias versiones se han escrito de este mito que, para el caso de Ibarra, sucede en el antiguo barrio San Felipe, destruido por el terremoto de 1868. Para la primera mitad del siglo XX, la historia se ubicó en el llamado Quiche callejón, los extramuros de la urbe que ahora pertenecen a las calles Colón y Maldonado. Ahora, después de varios intentos, puedo compartir este relato convertido en micro leyenda:

Hace mucho tiempo, en San Juan Calle, vivían dos chiquillos tan curiosos que se preguntaban en qué sueñan los fantasmas. Sí, fantasmas esos que atraviesan las paredes. Escucharon de una procesión tenebrosa de penitentes quienes escondieron sus tesoros como si pudieran disfrutarlos en ultratumba.

La Caja ronca era una andanza de cucuruchos del averno con sonidos de cadenas, tambores y flautas. Mateo y Juan Alfonso no podían perderse. Fueron al Quiche callejón a medianoche. Y lo vieron todo: subido en una carroza estaba el mismo Lucifer, a juzgar por su tridente y enormes cuernos, mientras avanzaba un tumulto de pies descarnados llevando un ataúd. Un espectro entregó a los muchachos dos veladoras verdes, después todo se esfumó en la niebla. Al otro día, los muchachos amanecieron echando espuma por la boca y asidos a dos canillas de muerto en lugar de las velas. Al fin habían hallado espíritus pero con un ronco bramido del infierno. (O)

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Ilustración Caja Ronca: José Villarreal


miércoles, 4 de diciembre de 2019

XV Festival de Leyendas de Ecuador, 2019/11/28


En la entrada del plantel se encuentra Cantuña y, un poco más atrás, varias diablillas que reciben al visitante sin la prisa de la última piedra.

Se puede intuir, tal es la palabra, el vacío de la sotana del cura sin cabeza, una leyenda que nació en Alausí, de un tonsurado de la época de la relajación, tal como el famosísimo padre Almeida que se escabullía por los hombros del Cristo que le preguntaba sutilmente sobre sus fandangos. Están los duendes, como muchos de los seres mágicos que pueblan este país donde Jempe, el colibrí, entrega el fuego a los shuar, en una de las mitologías más hermosas.

El XV Festival de Leyendas de Ecuador se ideó para que los estudiantes de los colegios, por medio de la producción audiovisual y en idioma inglés, pudieran acercarse a esa otra historia, siguiendo a Herodoto, lejos de las batallas y el poder, tan caras a Tucídides.

Este año participaron nueve establecimientos, no en una competición sino en un evento fraterno para compartir las antiguas sabidurías. La artista Glenda Rosero elaboró las estatuillas inspirada en el mito del Lechero, de la provincia de Imbabura, que relata el nacimiento del lago, llamado también Imbacocha. 

Los espectadores pudieron observar mitologías de varias partes del país, que van desde las brujas blancas (son las nórdicas quienes van en escoba), hasta mineros fantasmagóricos, pasando por la infaltable Caja ronca y su procesión del averno, sin olvidar a María Angula o el árbol sagrado de la sangre de drago en Tena, con una puesta en escena destacable. 

La iniciativa es del Pensionado Universitario, con un equipo que pone pasión en este certamen que se consolida cada año, como aquel 2008 donde se consiguió que la Municipalidad capitalina, con la Resolución SG2543, declare a noviembre como el Mes de las Leyendas.

Ahora llegan nuevos retos: crear una plataforma digital donde consten los cortometrajes, difundir los mitos desde la vertiente literaria para la construcción del guion, talleres de actuación y filmación, amplia difusión… Todo eso será posible si el Cabildo capitalino también apunta a vigorizar la mitología de este país, en medio de volcanes. (O)



sábado, 30 de noviembre de 2019

El invento “diabólico” del XIX, 2019/11/22


En el poema “Inventario”, Jorge Luis Borges se pregunta: “¿Qué podemos buscar en el altillo / sino lo que amontona el desorden?”. Después de sortear la hamaca paraguaya con borlas, deshilachadas; una piel gastada, que fue de tigre; un reloj detenido, con el péndulo roto; una llave que ha perdido su puerta; se encuentra con “una fotografía que puede ser de cualquiera”.

Al final acota: “Al olvido, a las cosas del olvido, acabo de erigir este monumento, / sin duda menos perdurable que el bronce y que se confunde con ellas”. Al parecer, en este mundo de vértigo donde todos “capturamos” imágenes para el olvido, quedarán aquellas memorables producto de años de pasión por ese juego de la luz y la sombra que es el misterio de este invento del siglo XIX.

El libro Sobre la fotografía, de Walter Benjamin, habla de los orígenes. Así cuenta que un periódico chauvinista alemán, Der Leipziger Anzeiger, consideró oportuno enfrentar al “diabólico” invento francés: “Querer fijar fugaces reflejos no es solo una cosa imposible, tal como ha quedado probado después de una concienzuda investigación alemana, sino que el mero hecho de desearlo es de por sí una blasfemia. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y ninguna máquina humana puede fijar la imagen divina”.

En La mirada opulenta, de Román Gubern, tras pasar por la voracidad voyeur de quienes visitan tierras remotas o hablar de un cierto culto religioso con la imagen, retoma las palabras de Benjamin y dice: “El primer medio de reproducción de veras revolucionario”.

En el libro también llamado Sobre la fotografía, Susan Sontag da una clave: “La humanidad persiste irremediablemente en la caverna platónica, aún deleitada, por costumbre ancestral, con meras imágenes de la verdad”. “Fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje”, dijo Hersson Piratoba. Al final, miramos una fotografía como si estuviéramos frente a una hoguera. (O)


Cuando Bolivia valía un Potosí, 2019/11/14


Para entender la situación de Bolivia hay que alejarse de las visiones tras la salida de Evo Morales: ángel o demonio. Hay que mirarla desde un pasado más lejano, antes de cuando se acuñó la frase “Vale un Potosí”, popularizada por Don Quijote (cuando hasta el teatro europeo llegaba a las minas de plata), pero también en los desgarramientos ante la pérdida del mar o las 34 lenguas originarias, que pocos conocen porque, de esas, 31 son vulnerables, pero también de las dictaduras y esperanzas.

En el libro Bolivia: tierra herida (Universidad Técnica del Norte, 2008), se advierte ya sobre la situación actual, a propósito en esa época de los aires separatistas. Jorge Majfud, en un artículo de ese año, se preguntaba sobre si en verdad existe un imaginario de una sola Bolivia, blanca y próspera.

Es la misma discusión que el continente ha tenido y aún no ha resuelto en torno a civilización y barbarie. Ahora sabemos que esos términos esconden exclusión, racismo, sistema patriarcal, influencia fundamentalista religiosa y un largo etcétera que termina en una disputa por el poder económico y, de manera especial, por los recursos en pocas manos.

“En Bolivia los indígenas fueron siempre una minoría. Minoría en los diarios, en las universidades, en la mayoría de los colegios católicos, en la imagen pública, en la política, en la TV. El detalle radicaba en que esa minoría era por lejos más de la mitad de la población invisible. Algo así como hoy se llama minoría a los hombres y mujeres de piel negra en el sur de EE.UU., allí donde suman más del 50%. Para no ver que la clase dirigente boliviana era la minoría étnica de una población democrática, se pretendía que un indígena, para serlo, debía llevar plumas en la cabeza y hablar el aymara del siglo XVI, antes de la contaminación de la Colonia”.

En estos días hay que volver a las lúcidas tesis históricas de Walter Benjamin: “El sujeto de la historia: los oprimidos, no la humanidad. El continuum es el de los opresores. Hacer saltar el presente fuera del continuum de tiempo histórico: tarea del historiador”. (O)



La ciudad del gallo de oro, 2019/11/07


Más allá de la nomenclatura, las vías de una ciudad tienen múltiples historias. Basta leer el prólogo del libro de Ítalo Calvino, para comprobar esa realidad: “En Las ciudades invisibles no se encuentran ciudades reconocibles. Son todas inventadas; he dado a cada una un nombre de mujer; el libro consta de capítulos breves, cada uno de los cuales debería servir de punto de partida de una reflexión válida para cualquier ciudad o para la ciudad en general”.

Una de las urbes más portentosas, reseñada en el texto, aparece: “Partiendo de allá y caminando tres jornadas hacia levante, el hombre se encuentra en Diomira, ciudad con sesenta cúpulas de plata, estatuas en bronce de todos los dioses, calles pavimentadas de estaño, un teatro de cristal, un gallo de oro, que canta todas las mañanas sobre una torre”.

Así, en cada calle los pasos de los siglos juegan jugarretas. En la capital del país, aún los personajes de otros siglos se confunden con el presente y también tiene un gallo en una iglesia. Aquí, una evocación de la calle Espejo, parte del libro Quito: las calles de su historia, editado por Trama, de quien suscribe:

“Eugenio de Santa Cruz y Espejo caminaba por esta senda, meditando sobre las ideas independentistas, con influjo de la Ilustración. Venía visitando enfermos del Hospital de la Misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, donde investigó la viruela para combatirla o los beneficios de la quinina, mientras algunos le increpaban su ascendencia indígena de Cajamarca o el recuerdo de su madre, una mulata quiteña. Su apodo era Chusig que en quichua significa búho. Espejo iluminó a los próceres de la Real Audiencia con el periódico Primicias de la Cultura de Quito.

Cuando el doctor Espejo, de veinte años, pasaba por esta senda aún se llamaba calle del Chorro. Poco después de escribir su libro “La ciencia blancardina” se llamó calle del Cuartel. Fue una ironía porque allí fue encerrado el patriota más inminente del siglo XVIII. Murió a los 48 años poco después de ser liberado. El primer periodista del futuro Ecuador había encendido con sus palabras la antorcha de la Libertad”. (O)

https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/calle-espejo-quito


Gigantes en tierra de volcanes, 2019/10/31


En los mitos antiguos, la presencia de los gigantes es una constante. En los relatos bíblicos, por ejemplo, está el filisteo Goliat -que medía seis codos y un palmo (2,9 m)- o los Nefilim, que eran seres caídos e hijos de dioses. Están los 12 titanes, según la versión helena, liderados por Cronos, quien peleó con su padre Urano (Cielo), a instancia de su madre Gea (Tierra).

Se puede leer la epopeya sumeria del rey Gilgamesh, de siete metros de altura, donde se habla del Diluvio Universal, o recorrer las historias de Ulises y los enormes y malvados cíclopes, con un ojo en la frente. No hay que olvidar la venganza de Thor contra estos seres poderosos.

Para el caso de Ecuador se encuentra la leyenda, escrita por Juan de Velasco, sobre los gigantes de la península de Santa Elena, y otra, en los primeros tiempos, en los territorios de los caranquis, en Imbabura. Al igual que muchos otros descomunales seres, este sucumbe ante la soberbia. El mito del gigante y las lagunas fue investigado en primera instancia por Aníbal Buitrón, pero los abuelos caranquis -con diferentes versiones- aún lo cuentan de manera oral.

Los caranquis -señorío étnico que floreció del 1250 al 1550 de nuestra era y constructor de 5.000 tolas en la actual provincia de Imbabura- tienen, además, mitologías que hablan de las montañas porque la región está atravesada por dos cordilleras, a diferencia de los incas que tenían como deidad al sol.

Lo propio ocurre en el centro del país con las deidades de la Mama Tungurahua y el Taita Chimborazo. Los cerros son vistos como protectores y dadores de agua, de allí que las lagunas (cochas), vertientes (pogyos), cascadas (pacchas), ríos (hatun yacus), se conviertan también en elementos simbólicos.

Según refiere Marcelo Naranjo, los elementos naturales -en la cosmovisión norandina- no son puro paisaje estático, sino que, al igual que los humanos, toman decisiones para bien o para mal. El cerro Imbabura, entonces, pervive en la vida de la provincia con una presencia más que física; es el Taita, es viejo sabio y respetable, a quien enojan los mortales perezosos.


domingo, 27 de octubre de 2019

Poemario Ofidias, premio en México, 2019/10/24

Para engañar al mundo, parécete al mundo, lleva la bienvenida en los ojos, en las manos, en la lengua… pero sé la serpiente que hay debajo. Lady Macbeth, dice en la primera cita de Ofidias, el poemario de Valeria Guzmán Pérez, lexicógrafa, traductora y ensayista ecuatoriana quien recibió el mes pasado el Premio Nacional de Poesía Tijuana, en México. La ofidia es toda cuerpo: /
pura piel y tacto. La ofidia emite designios /
si enrosca en caos las palabras.

El jurado sustentó el galardón “por cómo ella maneja el lenguaje, experimenta con la forma y logra abordar con profundidad cuestiones que mezclan lo “ancestral” y “mítico” con la “eléctrica cotidianidad”.

La ofidia antepone la sutil seducción a la fuerza de mandíbulas y dientes. /
La ofidia retoza en el goce / de sus conexiones subterráneas.

La poeta, en esta primera entrega, habla de su oficio: Ofidias es una sección de poemas sobre la naturaleza femenina desde tiempos ancestrales y su relación con las serpientes. Se aborda aquí la pregunta por la otredad que nos constituye como mujeres, desde un saber distinto, mutación perpetua, entre sibilas, pitones y crotalinas. En el poema Pitón se lee:
Cuando el curso migratorio de las aves /se expande en el aire con plumas calurosas /
paciente yo, depredadora de emboscada, /
el deseo ensalivo. /
Bastará la proximidad del vuelo bajo /
para ser presa del estrangulamiento. /
Pero no te preocupes, vivirás para escuchar  /
el crujir de tus costillas y el torrente de tu sangre.

Raquel Olvera escribe en la contraportada: “Como una gota se carga lentamente hasta que ya no aguanta su propio peso y rueda, así, cada palabra de Valeria Guzmán ha caído en su libro Ofidias. La lucidez, en algunos momentos escalofriantes, se ha aliado con la belleza y macerado en el tiempo. Científica del lenguaje y poeta, Valeria no escatima energía en pulir cada verso hasta volverlo luz. Ofidias, Piel verbal, Tremor de Golondrinas y Morir de almendra amarga son las cinco vetas de esta mina de oro. En perfecto equilibrio entre la emoción y el pensamiento, frente a la alteridad radical de lo femenino, el libro que el lector tiene en sus manos tal vez se vuelva pájaro o serpiente pues, como en toda obra de transmutación alquímica, la magia sucederá”

https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/poemario-ofidias-premio-mexico

domingo, 20 de octubre de 2019

Entrevista en tvncanal, 2019/10/18 Decreto 883 y situación en el país


Juan Carlos Morales Mejía, periodista e historiador, dio a conocer sobre lo que genero el decreto 883 y la situación que desembocó en el país, en entrevista realizada por tvncanal de Ibarra, el 2019/10/18

Puede revisar la entrevista en Facebook de Tvncanal




Urkumantami kani, 2019/10/17

Quitando las telarañas de las narrativas de los medios, incluidas las redes, hay un hecho: la cadena nacional donde negociaron los pueblos originarios y el Gobierno sobre el Decreto 883 (solo un detonante).

Antes la institucionalidad presentó en un enlace a la milicia, el domingo los representantes amazónicos hicieron lo propio, usando sus penachos y pinturas en la cara, hombres y mujeres, en una muestra también de una posición hostil. El resto estaba con sus ponchos rojos y una memoria de levantamientos de siglos y sus muertos.

Fue más que una disputa entre campo-ciudad, mundos indígena-blanco-mestizo, centro-periferia, civilización-barbarie (qué mismo es el desarrollo, cabe preguntarse), clases sociales, élites representadas, pueblo llano o poscolonialidad…

Se trató del enfrentamiento de dos cosmovisiones: comunitaria andina frente a la individual occidental, que al no ser resueltas han producido a lo largo de nuestra historia racismo, exclusión, pobreza, regionalismo, a tal punto que Ecuador, y hay que decirlo fuerte y claro, vive una suerte de apartheid disimulado a lo largo de siglos, que se hizo más evidente en el cierre del puente, curiosamente llamado de la Unidad Nacional, en Guayaquil.

Basta leer los libros del sudafricano y Premio Nobel de Literatura John Maxwell Coetzee, como Esperando a los bárbaros, para advertir esa realidad, aquí en el país de los cuatro mundos, y comprobar que los indígenas (nativos significa y proviene del latín) -como eufemísticamente los llamamos para no decirles indios- no solo deberían quedarse en el páramo, donde irónicamente protegen el agua que toman los mishos.

A diferencia de Paraguay donde todos saben guaraní, acá ni siquiera hablamos quichua. Desconocemos sus principios: Ama killa, Ama llulla, Ama shuwa (No ser ocioso, no ser mentiroso, no ser ladrón). Peor Urkumantami kani (Soy del páramo).

Juan Montalvo dijo que un día contaría la historia del “indio” y haría llorar al mundo. Nunca lo hizo. Murió en París escribiendo Los capítulos que se le olvidaron a Cervantes, Shuk shunkulla, que seamos como un solo corazón, nos dicen. Nunca los hemos escuchado.

https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/urkumantami-kani

viernes, 11 de octubre de 2019

No amo mi patria, 2019/03/10


En estos días aciagos para el país, a veces, la poesía nos puede devolver el aliento. Pero también nos interpela. Así es -escrito para esta tierra de volcanes telúricos- un pequeño texto de Henri Michaux: “El que no ame las nubes que no vaya a Ecuador”.

Y, claro, está el potente poema “Catedral Salvaje”, de César Dávila Andrade: 

“¡Todo ardía bajo los despedazados cálices del sol! / 
¡Las infinitas grietas corrían como trenzas oscuras / 
sobre los bloques poderosos en que respira cada siglo el Cielo!”.

Fue el mismo bardo quien en Boletín y elegía de las mitas nos restregó en la cara la situación de los excluidos: 

“Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña, / 
Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal y Tanlagua, / 
Sí, mucho agonicé / 
Sudor de sangre tuve en mis venas / 
Añadí así más dolor y blancura a la cruz que trajeron mis verdugos”.

“Ecuatorial, ecuatorial, ¿recuerdas / tu sudor, el pie perdido / en la noche resbalosa de la víbora?”, escribió Jorge Enrique Adoum en Los cuadernos de la Tierra.

Pero los poetas de otras latitudes, como el mexicano José Emilio Pacheco, nos legaron “Alta traición”: 

“No amo mi patria. / 
Su fulgor abstracto es inasible. / 
Pero (aunque suene mal) / 
daría la vida/ por diez lugares suyos, / 
ciertas gentes, / 
puertos, bosques de pinos, fortalezas, / 
una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / 
varias figuras de su historia / 
montañas / 
(y tres o cuatro ríos)”.

En una entrevista, el escritor nos da pistas: “Hoy sabemos que todo texto nace de otro texto. Los orígenes de ‘Alta traición’ están por partes iguales en mi experiencia íntima e insustituible (los ‘puertos’ son Veracruz, Coatzacoalcos, Campeche; los ‘bosques de pinos’ los que rodeaban en mi infancia a la ciudad de México y ahora han desaparecido o se hallan en agonía”.

Porque, más allá de las circunstancias actuales, está una geografía que, además de dolernos, nos da también esperanza.

 “Ecuador, tierra de cóndores y alacranes / 
si alguna vez fui feliz / 
lo saben tus caminos / 
perdóname país de bruma / 
pero esta noche te lloro de alegría”, 

escribí en un tiempo que ya he olvidado.


viernes, 4 de octubre de 2019

Greta y un guiño a Humboldt, 2019/10/03


En 1799, Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland llegan a Venezuela. Se hospedan en la cabaña del indígena Guaykari. Miran la exuberancia de la naturaleza pero después, en los alrededores del lago Valencia, “observó que la deforestación llevada a cabo por los colonos españoles estaba agravando las sequías y las inundaciones.

Sin la función protectora de la vegetación, el agua de lluvia no se filtraba progresivamente en la tierra, sino que formaba torrentes que la arrasaban dejando yermo el suelo”. En La invención de la naturaleza, Andrea Wulf lo considera el ícono del ecologismo y quien desde la narrativa de esa época advertía del cambio climático en 1844 por la acción depredadora del ser humano (En 1920, Joseph Fourier ya anunció el efecto invernadero.).

Humboldt, en 1802, en el Chimborazo, comenzó a esbozar su naturgemälde, palabra alemana que podría entenderse como “pintura de la naturaleza”, que al mismo tiempo entraña una sensación de unidad e integridad. En otras palabras, que todas las acciones están conectadas, todo tiene sus causas y efectos.

Este preámbulo para llegar a la frase de la activista sueca de 16 años Greta Thunberg: “La crisis climática es a la vez el conflicto más fácil y el más difícil al que nos hemos enfrentado. El más fácil porque sabemos lo que tenemos que hacer y el más difícil porque nuestra economía está basada en la destrucción del planeta”.

Greta, como muchísimos más, al igual que Humboldt, quien era crítico a las expansiones coloniales, parece tocar la clave: “Nuestro futuro se ha vendido para que un puñado de personas puedan ganar cantidades inimaginables de dinero. Nos han robado el futuro a la vez que nos decían que no había límite”.

¿Quiénes son? En 2016, 62 personas tenían la misma riqueza que la mitad de la población mundial, es decir 3.600 millones de humanos. Ahora, ya han mejorado, solo son 8, según Oxfam: Jeff Bezos, Bill Gates, Amancio Ortega, Warren Buffett, Carlos Slim, Mark Zuckerberg, Larry Ellison y Michael Bloomberg.

¿Qué diría Humboldt si viviera, el aristócrata que murió pobre por develarnos a la naturaleza? Chico Mendes lo dijo: “La ecología sin lucha social es simple jardinería”. Por eso lo mataron.


Greta Thunberg: ¿Cómo se atreven?, 2019/09/26


Con un potente mensaje, Greta Thunberg, la joven sueca de 16 años, y líder mundial contra el cambio climático, arengó en Nueva York contra los líderes mundiales: “Me han robado mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías... Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno. ¿Cómo se atreven?”.

Como si estuvieran a contracorriente de las evidencias científicas, advertidas por Alexander von Humboldt hace más de dos siglos, los negacionistas -que dicho sea de paso, son altamente religiosos- se han unido para desacreditarla. Quizá el ataque más degradante lo vertió Le Figaro, a través de un comentario no filtrado y dirigido directamente al síndrome de Asperger de Greta: alguien opinó que era “una vergüenza ver a tantos jóvenes dejarse conducir por una zombi”.

Para no quedarse atrás, el asambleísta por Tungurahua Esteban Torres Cobo publica en su cuenta de Twitter, contra el “ambientalismo patético y almas esnobistas”: “La sobreactuación de Greta, la niña del apocalipsis zombi, es evidente”. Suficiente, clama airado el asambleísta, que votó No en la ley contra el aborto por violación, contradiciendo a 20.000 científicos que se han sumado a las protestas de los jóvenes ecologistas en 150 países.

Hace 25 años, Eduardo Galeano, en su libro Úselo y tírelo, ya lo advertía. El 20% de la humanidad comete el 80% de las agresiones contra la casa de todos. Harlem Bruntland, que encabezaba el Gobierno de Noruega, decía: “Si los siete mil millones de pobladores del planeta consumieran lo mismo que los países desarrollados de Occidente, harían falta diez planetas como el nuestro para satisfacer sus necesidades”.

“Este sistema de vida que se ofrece como paraíso, fundado en la explotación del prójimo y en la aniquilación de la naturaleza, es el que nos está enfermando el cuerpo, nos está envenenando el alma y nos está dejando sin mundo”, reflexionaba Galeano pero, como ahora, muchos insisten en vivir con esa lógica depredadora del humano que -con el consumismo voraz- nos llevará a la extinción como especie. Quizás entonces, vuelvan los dinosaurios para regocijo de algunos.


Ibarra, la ciudad burlada, 2019/09/19


La fundación de una ciudad, como Ibarra, implica el reconocimiento a los antiguos pueblos: los caranquis, porque de lo contrario tendemos a creer que estas tierras eran yermas.

Eso es lo primero antes de hablar de San Miguel de Ibarra, cuyo nombre fue un homenaje al presidente de la Audiencia de la época. Casi 400 años se tardaron los ibarreños en lograr el propósito y salida por Esmeraldas porque el país siempre se ha burlado del progreso de los otros. Y los propios carecen de sueños para pensar en una salida a Manaos, para de allí ir hacia el Atlántico (Imbabura no tiene carretera a la Amazonía, al igual que Cañar).

Ibarra tuvo en sus orígenes el propósito del mar… El capitán Cristóbal de Troya, encomendero, regidor de Quito y que ha batallado contra los piratas, como el inglés Candi, en la isla Puná, en defensa de la Audiencia, nuevamente está al servicio de la Corona.

Más que congraciarse -tras la revuelta de las alcabalas, que formó parte junto a su suegro Moreno Bellido- busca cumplir una vieja aspiración de las élites de la Sierra Norte de la Audiencia: la salida al mar por Esmeraldas, y de allí a Panamá por el Mar del Sur, como ahora se lo conoce a las pacíficas aguas que un día Balboa mirara con asombro.

El propósito es que los productos puedan ir directamente a Panamá sin pasar por Guayaquil, no solamente por la dificultad de los caminos sino por el monopolio que ejerce este puerto, que construye sin prisa su astillero. Desde 1598, Francisco de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y duque de Lerma, ha insistido al débil rey Felipe III para fundar una villa.

Otros petitorios se han hecho: Conde de Monterre, en 1605, Juan del Barrio Sepúlveda, Oidor de la Real Audiencia y Fray Pedro Bedón, vicario de los dominicos, y el capitán Hernán González de Saá.

Ahora, el quiteño Troya está en la explanada natural del valle de Carangue -en la antigua y desolada tierra de los caranquis-, junto con Pedro Bedón y más clérigos, junto con vecinos, y algún cacique, que se ha sumado a la petición, para fundar la nueva villa el 28 de septiembre de 1606.




Historia de la papa (Carchi), 2019/09/12


El almuerzo -locro de papas y mote con mapahuira, además de queso amasado y aguacate- trae la memoria de varios hechos históricos que interrogan al presente. La papa, cultivada por los pastos sobre los 3.000 msnm; el maíz y aguacate, de los caranquis (en el rango de los 2.500 msnm) y la definición de la manteca de cerdo, traída por los descendientes de Benalcázar.

Para explicar por qué, en específico, el pueblo pasto -después de realizar un aporte valiosísimo presente en su cerámica- tendría un declive ya para el siglo XVI, es necesario acudir al libro de Galo Ramón Valarezo El poder y los norandinos, la historia en las sociedades norandinas del siglo XVI, 2006.

Citando a María Uribe -quien menciona una crisis en la economía protopasto, que produjo un debilitamiento en el intercambio intrarregional- el autor señala dos elementos claves entrelazados que mermaron ese poderío: conservación de los alimentos e intercambios permanentes, crecientes y ventajosos, además de un territorio muy frío que favorecía una buena producción de papa, pero de muy poco maíz. Siguiendo a Ramón, pág. 67:

“Sabemos las dificultades de los señoríos norandinos para conservar la papa, difícil de convertirla en chuñu por la enorme nubosidad que dificulta la variación diurna sol-helada. Los protopastos, si bien manejaron los ciclos productivos, tampoco contaron con los enormes campos de camellones que tuvieron los cayambes o caranquis”.

Con apenas dos camellones, en los valles ondulados, este pueblo no logró acceder al maíz, “este precioso cereal que permite un fácil y conocido almacenamiento”, según refiere Cristóbal Landázuri, en Los cacicazgos pastos prehispánicos: agricultura y comercio, siglo XVI, citado en la obra.

Hay un tema crucial. ¿Por qué los descendientes de los pastos -en la actual provincia de Carchi- siguen a merced de los intermediarios, sin lograr una línea de industrialización, con valor agregado? No hay que olvidar que los mindalaes –los astutos comerciantes- esclavizaron a sus ancestros. Su universidad debería darnos una respuesta, en una provincia donde únicamente el 7% es planicie, mientras en Imbabura es el 45%.


sábado, 14 de septiembre de 2019

El mar indomable


El mar indomable solo está en nuestra mente, cuando llevamos en el corazón el recuerdo de una canoa en el remanso de un río. 

Morales






jueves, 5 de septiembre de 2019

El último árbol del Brasil, 2019/09/05




El último árbol del Brasil fue desenterrado a los diez meses de edad / único sobreviviente del Reino Vegetal. / ‘Comienza una nueva era’, es la proclama oficial / los indios que lo cuidaban se fueron esa noche / caminando sobre el mar… El último árbol del Brasil hacia el extranjero partió”,  canta Rubén Blades.

¿Cómo representarán los árboles, los niños después de milenios, si aún existimos como especie? Es lo mismo que, la semana pasada, me preguntaba: ¿Por qué los humanos no nos quedamos pintando bisontes en las cuevas de Altamira? Ahora, podemos palpar los árboles, pero no los bisontes. ¿Qué significaban?

En el libro La mirada opulenta, Román Gubern señala: “Ya Roland Barthes, poco sospechoso de tentaciones nigrománticas, se refirió en 1964 a la imagen como una forma de resurrección de los objetos. Y el calificativo de Barthes, que reapareció en su último libro, estaba asentado en una convicción popular y social establecida a lo largo de casi trescientos siglos de cultura producida por el Homo pictor.

Porque aunque la valoración y el uso social de las imágenes hayan pasado, a lo largo de tantos siglos, de la función ritual y mágica primigenia la función estética o informativa, nunca han perdido del todo sus componentes mágicos, exorcizadores o culturales que tuvieron en sus orígenes”.

Esa mágica condición que sustituye al objeto ausente, siguiendo al texto, está presente en las afirmaciones del origen mágico del arte primitivo, descubierto por Salomon Reinach, donde -en definitiva- hay que entender que los pintores primitivos dibujaban al bisonte para propiciar una buena cacería.

Todo esto para la primera pregunta: ¿Cómo serán pintados los árboles cuando -así como vamos de apocalípticos- destruyamos este planeta azul, los seres humanos, verdaderos depredadores sueltos en medio del asfalto? Como los casi extintos leones, tal vez ya no sepamos quiénes habitaban en la Tierra.

Borges lo decía: “En la caverna cuyo nombre será Altamira / una mano sin cara traza la curva / de un lomo de bisonte”. Y en el poema “La dicha”, para unir con la primera frase, afirmaba: “Los árboles me dan un poco de miedo. Son tan hermosos”.