sábado, 24 de mayo de 2014

El Torreón de Ibarra



Con el cambio de siglo llegaron las novedades. En 1900, Thomas Alva Edison había inventado la luz, con sus lámparas iluminando la noche en Nueva York y hasta un fonógrafo que guardaba las voces del mundo. Esas noticias se conocieron en Ibarra, y la urbe, que aún no terminaba de reconstruirse del terremoto de 1868, se propuso también ser una ciudad moderna con su propio teatro.
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Los ibarreños no querían un escenario común, por lo que decidieron contratar al mejor arquitecto de aquel entonces, el alemán Francisco Schmidt, quien construyó el Teatro Sucre de Quito, de estilo neoclásico con frontispicio inspirado en el Partenón griego, por pedido de la culta Marieta de Veintimilla, sobrina de Ignacio de Veintimilla, el dictador de finales del XIX.
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Sin embargo, eran tiempos difíciles para el país, y los ibarreños no contaban con los 111.000 sucres que costó el teatro capitalino, así que les quedaba otro elemento de la modernidad: un reloj, que sería instalado en lo que ya habían llamado El Torreón. Además, los recursos fueron destinados a construir la casa de la Gobernación, el hospital y la cárcel, por el mismo Schmidt, quien, de todas maneras, visitaba frecuentemente la ciudad de las paredes blancas.

Pero el tema del reloj, uno de los símbolos de la modernización liberal, fue arduo. La Iglesia, a regañadientes, cedía de a poco su papel hegemónico y sus tierras en la organización estatal, mientras la Revolución Liberal, liderada por Eloy Alfaro, impulsaba el laicismo y la educación. En este contexto, el gobernador de Imbabura, el alfarista Ricardo Sandoval, tuvo noticias de que uno de los hombres más ricos de la región era precisamente el canónigo Vicente Chávez. Así que una mañana fue a visitarle y sin tapujos le solicitó una contribución para el reloj, que debía ser fabricado en Alemania con medidas específicas.
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Como eran tiempos de convulsión para la Iglesia, el sacerdote no podía negarse, así que pidió consejo a su cuñado Isaac Acosta, quien era un hábil relojero. Pero como antes los alfaristas ya habían solicitado caballos para sus luchas armadas, mejor el clérigo ofreció, de su propio peculio, la mitad de lo que costaba el reloj. Por fin, después de otros periplos, en 1906 se colocó el magnífico reloj de tres esferas de un metro de diámetro, campana para las horas y sus fracciones y con cuerda para ocho días. Pero el cura Chávez, donador obligado de 400 sucres, tenía un as sobre la manga de la sotana. Después de la solemne misa dijo unas últimas palabras, con una mirada pícara: “Cuando el reloj dé las 12, se acordarán de mí”.




sábado, 17 de mayo de 2014

Las malas palabras



El lenguaje que heredamos no solo nos trae palabras, sino estructuras, dice Alex Grijelmo, en “La seducción de las palabras”, para recordarnos que son estos símbolos lo que nos representan. Nos dice que el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano.
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“Las palabras son los embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones, pero su contenido excede la definición oficial y simple de los diccionarios”, señala Grijelmo. Entonces, en un escrito no solamente está la presencia de quien lo hace sino también esa herencia cultural simbólica que está presente en su lenguaje.
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Ángel Rama, en su libro “La ciudad letrada”, nos recuerda que también la conquista de América Latina se dio con la complicidad de las palabras (aún es fácil engañar a los nativos –ese eufemismo- en los trámites jurídicos).
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No hay ningún propósito perverso en contar con una voz –que también es la voz de muchas voces-, una realidad que de otra manera pasaría a la fila de los informes fríos. Bien lo sabe la nueva historiografía desalentada por los expedientes jurídicos donde no es posible recuperar el aliento de una época. Es que más allá de las formas o las narrativas hay algo crucial para América Latina: la supervivencia de su memoria, que también está en la oralidad. ¿Hay palabras buenas o malas?
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Borges, citando a Coleridge, asegura que todos los seres humanos nacen aristotélicos o platónicos. Los últimos intuyen que las ideas son realidades; los primeros que son generalizaciones; para estos, el lenguaje no es otra cosa que un sistema de símbolos arbitrarios; para aquellos, es el mapa del universo.
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Platón vertiendo las ideas en su República perfecta o Aristóteles, acercándose a la razón humana, le dan sentido a las palabras. Chesterton, para vindicar lo alegórico, empieza por negar que el lenguaje agote la expresión de la realidad.

La primera historia generada por Herodoto nos recuerda que la palabra está en la cotidianidad de la gente, en el sentido de la vida y también en su mitología. Está precisamente en entender al otro. Tucídides, su sucesor, lo entendió de otra manera: la historia estaba en las grandes batallas y en los generales. Y esa manera de entender la historia, desde la épica, ha sido parte fundamental de Occidente. Todo esto, observamos cada vez que encendemos la televisión, con un añadido: para la visión tradicional el país inicia en Quito y termina en Guayaquil, exceptuando cuando ocurre un deslave en provincias.



http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/las-malas-palabras.html








jueves, 15 de mayo de 2014

Empanadas de morocho



Cuando a Julia Palacios de Castro, a inicios del siglo XX, le avisaron del fallecimiento de un pariente salió tan de prisa -con su mantilla negra- que olvidó sacar el morocho de la vasija de barro, previsto para el almuerzo. Como al muerto se velaba más de tres días, según la costumbre, cuando volvió se encontró con ese burbujeante tipo de maíz.
En esa época no se desperdiciaba nada, así que Julia pensó primero en hacer una colada. Pero la idea no cuajó. Después, llevó al olvidado morocho a la piedra de moler hasta convertir a esa masa fermentada en una especie de tortilla delgada. Como tenía un poco de queso se le ocurrió hacer unas empanadas y de allí a la paila de bronce.

El mínimo bocadillo agradó a los suyos y a los vecinos, quienes -como era usual- fueron convidados. No tardó en regarse la noticia del prodigio que hasta el mismísimo presidente del Cabildo solicitó tan misterioso manjar para lo cual Julia le agregó hilachas de carne, zanahoria, arroz y arvejas. Así nacieron las empanadas de morocho de Ibarra.

Eso lo cuenta Mery del Pilar Játiva Castro, nieta de Julia, en su nuevo local de paredes verdes, con íconos de la urbe, en las calles Olmedo y García Moreno, quien recuerda que las filas eran tan largas que daban vuelta a la Gobernación y que, como las pailas funcionaban al carbón, el futuro presidente Galo Plaza Lasso, cuando bajaba de su hacienda a caballo, no tenía problema en avivar el fuego, con un aventador de totora, para saborear esta delicia que era únicamente de fin de semana. En verdad, de cuatro bocados, se despacha esta crujiente empanada, acompañada de ají de tomate de árbol, chochos y cebolla. Hay varios locales, de los parientes de Julia, quienes siguen su legado.

Su preparación es ardua, con varios días para cambiar el agua del morocho. Se debe freír con manteca de chancho y vegetal, para que no se pegue, pero lo más importante es hacerlo en paila de bronce, a fuego intenso. El resto, como el estado de la masa blanquísima, ya son secretos, como una forma de volver a Ibarra. Obviamente, hay variantes de este tipo de empanadas.

En el tema de gastronomía, el país tiene un boom editorial con valor agregado. Y eso pasa en la región, como el caso del peruano Gastón Acurio; y más lejos el catalán Ferrán Adrià, encantado con los mercados ecuatorianos. Pero siempre, conocer el origen de los platillos es indispensable para entender a un pueblo, como es el caso de Imbabura, donde predomina el maíz. En un solo platillo puede estar mote, tostado y choclo, pero eso es con fritadas.


sábado, 10 de mayo de 2014

El reto de la Fábrica Imbabura



Este lunes, la renovada Fábrica Imbabura será inaugurada como museo regional. Fue el tesón de los anteños y sus autoridades quienes lograron un propósito: transformar las instalaciones en ruinas en un centro cultural. No se podrá entender a este pujante cantón -el más pequeño de la provincia de Imbabura- sin la historia de este lugar emblemático.

Miguel Posso Yépez, en el libro de la historia de la Fábrica textil Imbabura, refiriéndose a ese momento de 1924, dice que los presentes que acudieron a la misa campal no dimensionaron la magnitud de la obra: “No se daban cuenta de que este acto era el comienzo de una historia que cambiaría definitivamente el destino de la parroquia y de la provincia”. Hay que acudir al pensador Alvin Toffler, en su libro El shock del futuro, para apreciar esta situación. Él dice que en el mundo hay tres tipos de sociedades, agraria, industrial y la del conocimiento, y que al pasar de una a otra -de manera vertiginosa- se produce un cortocircuito en una comunidad.

En otras palabras, la parroquia de Atuntaqui y sus alrededores, donde eran agricultores y arrieros, se encontraron -casi de la noche a la mañana en términos sociales- en que una buena parte de su población estaba instalada en la Fábrica Imbabura, con turnos rigurosos, propios de la época industrial y el sonido de la sirena, a diferencia de un tiempo medido por las lluvias y de mirar al Sol para ver la hora, de la condición agraria.

Y eso también ocurrió en otros lugares del país, a finales de la década del 30 del siglo pasado, donde se instalaron 15 industrias, por la impronta de los cambios que ocurrían internamente, desde la plutocracia a la Revolución Juliana, pasando por la misión Kemmerer a la crisis del cacao, hasta los estragos de la Primera Guerra Mundial. Con el tiempo, la fábrica que producía gabardinas, telas para sobrecamas, sábanas, toallas, cortinas, gasas, bramantes, de alta calidad, pasó a otros dueños, entre ellos Lorenzo Tous Febres-Cordero, quienes ya contaban con más de un millar de obreros. Incluso, tuvo momentos trágicos, hasta que -como si se tratara de un leviatán herido- terminó por hundirse.

El reto, de las nuevas autoridades que se posesionan en menos de 15 días, es requerir asesoramiento para que la fábrica sea un lugar de encuentro de lo contemporáneo. Se precisan profesionales en gestión cultural, con experiencias como la Bienal de Cuenca o la misma Red de Museos de Quito. La improvisación es el peor daño que le puede ocurrir a la fábrica, porque puede terminar en un local de desfile de modas y farándula.

sábado, 3 de mayo de 2014

¿Es posible educarse en democracia sin aprender a discernir?



Iván Égüez

El gobierno de la Revolución Ciudadana (RC) ha sido el que mayores recursos ha asignado a la cultura y el que menos logros puede exhibir en ese campo o, al menos, en el del libro y la lectura. Lamentablemente nuestra Constitución no consagró expresamente a la lectura como un derecho y el Gobierno ha descuidado este aspecto como otros del ámbito cultural.
En 7 años no se ha llegado a promulgar una ley de cultura, no se ha cumplido el mandato constitucional de conformar el Sistema Nacional de Cultura; no ha pasado nada con la vigente e inaplicable Ley del Libro; ni siquiera se ha aprobado un manual de gestión para las entidades de cultura que reciben fondos públicos; el Ecuador no tiene una Biblioteca Nacional como institución; lo que fue la Biblioteca Nacional, hoy, pese al celo con que cuidan el acervo sus bibliotecarias, es una sala de deberes sin presupuesto; cada año de desactualización y deterioro del fondo bibliográfico es para siempre irrecuperable.
La Casa de la Cultura Ecuatoriana recibe fondos solo para sueldos y en el rubro de inversión consta cero, mientras el Ministerio de Cultura, en 2013, no tuvo capacidad de gasto y no utilizó $ 31,8 millones de su presupuesto (El Expreso, Vivanco) y el Consejo Nacional de Cultura apenas ha llegado a utilizar el 30% del Fondo de Cultura, y el 70% restantevuelve como inversión al Banco del Estado. De este modo el objeto para el que fue creado el fondo —inversión cultural— se ha convertido en inversión bancaria, pues se ha vuelto prácticamente inútil dadas las exigencias operacionales como aquella de que el emprendedor cultural entregue una garantía hipotecaria por el 150%.
Es lamentable, pero se ha desperdiciado el tiempo al no articular un Plan Nacional de Lectura (Ecuador es el único país iberoamericano que carece de este instrumento de desarrollo) a fin de elevar el comportamiento lector de los ciudadanos y, con ello, la capacidad de comprensión de la época, del mundo y de la existencia misma del ser ecuatoriano.
Son contadas y aisladas las acciones en pro de la lectura; la falta de políticas claras ha restringido el acceso al libro; no existe una distribuidora nacional de libros y revistas; no existe un sistema nacional de librerías; el Sistema Nacional de Bibliotecas (Sinab) acaba de ser absorbido por un departamento del Ministerio de Educación que no tiene nada que ver con la administración de bibliotecas (estaría bien, quizá, si fueran bibliotecas escolares; el Sinab fue concebido como una red de servicio a la ciudadanía, la mayoría de sus bibliotecas —casi 500 distribuidas estratégicamente en todo el país— funcionaban por convenios con los municipios porque su fondo bibliográfico no es escolar sino general). Los ecuatorianos no podemos sacar libros de las bibliotecas públicas, tampoco se pueden comprar los que hayan sido editados por algún ente público bajo la muletilla de que son ‘especies valoradas’, por lo mismo deberían venderlos al precio de costo, sin lucrar, pero se embodegan, se reparten al tuntún entre quienes asisten a algún evento en calles o plazas como si todos los ciudadanos fueran lectores, como si una golondrina hiciera verano —el azar de recibir un libro— sin expresar la voluntad de quererlo, así se devalúa más al libro porque en el marco de una ideología de la caridad los sectores populares saben que se regala lo que ya no sirve. En el mejor de los casos la buena voluntad al servicio de la inutilidad. Distinta es la entrega gratuita de textos escolares, mérito de la RC. Mientras otros países se esmeran en mejorar la accesibilidad al libro, aquí hay que seguir un trámite con solicitud al ministro, cédulas de ciudadanía y de votación a color y esperar la respuesta para poder obtener un libro. Las librerías no pueden vender los libros que publican algunos entes públicos porque no tienen precio de venta al público (PVP) ni código de barras, algunos no tienen ni el International Standard Book Number (Número Internacional Normalizado del Libro).

Una estrategia de desarrollo
La construcción de un plan nacional de lectura es una demanda urgente para paliar esas acumuladas carencias y distorsiones, pero sobre todo, para enrumbar algo que va más allá de la actividad de los sectores vinculados con el libro y la lectura, algo que tiene que ver con la identidad y matriz ontológica de los ecuatorianos, pues contribuye al fortalecimiento y fijación de la lengua, (ella es a la cultura lo que esta es a la nación); a la apropiación de un lenguaje autónomo y fresco frente al lenguaje disecado del statu quo; al mejoramiento del comportamiento lector y, con ello, al desarrollo de la creatividad, imaginación e inteligencia para cualquier desempeño. En este sentido la reciente reforma de la malla curricular en la educación básica es un acierto que busca consolidar la lengua.
Por tanto un plan nacional de lectura incidirá ostensiblemente en el índice de desarrollo humano (IDH); su visión y alcance dependerán de la visión de desarrollo que tenga el país, a sabiendas de que “no hay desarrollo posible sin desarrollo intelectual” (Correa) y “no hay desarrollo intelectual sin lectura” (Ramírez).
Se habla del cambio de matriz productiva sin que este desafío esté enraizado en el entendimiento de todos los ecuatorianos. Para enraizarlo no son suficientes las declaraciones y las cuñas publicitarias, sino una profunda convicción de cambio y de superación del atraso en toda la población. Cualquier país que exhiba cifras de un crecimiento económico sin desarrollo humano exhibirá cifras huecas, sin sustento real, pues quienes generen esa riqueza no serán quienes disfruten de ella, se sentirán ajenos, desplazados de lo producido, no sabrán mucho de sí mismos, estarán obligados a copiar, a obedecer, no a crear sino a remedar o remendar, no a hablar sino a callar, a disimular, porque cada vez estarán más lejos de la palabra propia, es decir de su ser.

El cambio de matriz
El sistema educativo, que reduce la enseñanza-aprendizaje a lo pedagógico y didáctico, ha fracasado al no formar ciudadanos lectores. Peores tiempos nos esperan con la panacea de la llamada economía del conocimiento que finca en el soporte tecnológico la formación de hombres robot o tornillos programados para el desempeño focal de una actividad, ajenos al contexto que los inmiscuye pues no tendrán elementos de discernimiento para saber, al menos, en qué nube habitan. Una cosa es enseñar a leer, a decodificar el alfabeto, y otra cosa es formar lectores. De los que aprendieron ‘a leer’, el 4,82% de mujeres y el 6,07% de varones terminó apenas el tercer grado de primaria y el 30% de personas mayores a 15 años son analfabetos funcionales (Catálogo nacional, Sinab, 2013).
En cuanto a la formación de ciudadanos lectores el sistema educativo ha sido el gran valladar y desde ahí se promueve el no leer, ya sea reemplazando la lectura del libro por la del resumen, germen de la cultura del menor esfuerzo, trampa que, como todo facilismo, conduce a la mediocridad; o reemplazando la lectura por la ‘lectura rápida’, ese método que suicida al lector, que fue creado y promocionado por sus vendedores ‘para evitarle que lea’; se promueve el no leer cuando el docente se excluye de la lectura o ‘saca el cuerpo’ diciendo que lo que manda a leer a los alumnos no es culpa suya sino del programa. La ‘lectura comprensiva’ (como si fuera posible otra clase de lectura), la lectura ‘pedagógica’ que impone un Método de leer en aras de la frenética legibilidad y única interpretación, esa que reina en los cursos de mejoramiento de la educación, esa que busca la idea principal, los adjetivos o los adverbios que contiene un texto, más aún si es un texto narrativo, hace que la narración, la imaginación y el interés se pierdan en nombre del Método. “Es allí donde desaparece la lectura, donde desaparece el lector y se cierra el libro. (...) Duele que la lectura se haya vuelto la falta de lectura. Provoca un cierto malestar cuando la lectura se hace solo obligatoria y ya no es más lectura. Se retuerce el alma al percibir que la lectura se haya vuelto estudio a secas, ir al punto, ir al grano, al concepto”. (Skliar). Se da a leer algo que el maestro no ha leído, se da el libro no como un pan sino como el número de la mala suerte, no se contagia la lectura. El cerebro necesita establecer secuencias, analogías, réplicas, interrogaciones; ver escenas; escuchar la voz de los personajes; imaginarse cómo son, cómo se visten, cómo comen o caminan; todo eso se puede ver ensimismado en las páginas de un libro cual si se estuviera viendo cine —pero a su aire, sin vértigo ni envasamiento—, jugando a la gimnasia cerebral, al soñar despiertos, aprender sin fórmulas ni certezas, evitando que la función simbólica de la palabra quede relegada frente a la representación visual. Sartori advierte que un mundo concentrado solo en el hecho de ver es un mundo estúpido. El homo sapiens, caracterizado por su capacidad de abstracción, se ha convertido en un homo videns, una criatura que mira pero no piensa, que ve pero no entiende. “Estamos en el reino, o si ustedes prefieren, en la república de las pantallas. Primero fue el televisor, después el video, y el DVD, más tarde el ordenador, luego las video consolas y ahora los móviles última generación. (…) Su relación con la palabra es una relación leve, por ello también lo será su capacidad de argumentación y de interpretación del mundo. No solo será un lector débil, también será un ciudadano débil, que preferirá la condición de súbdito, de voraz consumidor y de sumiso votante”. (Marías). Que los alumnos puedan tener en el aula smartphonesya no tiene que ver con el mundo de la pedagogía sino con el de los negocios, aparte de las inequidades, envidias y frustraciones que generarán porque no todos pueden tener esos aparatos.
El problema es que los maestros no son lectores, pero un plan nacional de lectura tiene que contar con ellos, con maestros lectores, son los más codiciados mediadores. Pero si continúan con esa carencia de lectura, con esa falta de formación como mediadores, el país se retrasará en todo, no solo en mejorar su comportamiento lector, no solo en lograr el cambio de la matriz productiva, sino de cambiar su matriz ontológica: pasar de la servidumbre a la libertad. ¿Es posible educarse en democracia sin aprender a discernir?

Necesidad estratégica
Un plan nacional de lectura (PNL) es una necesidad estratégica que obliga a todos a coadyuvarlo, en especial al Estado, que deberá articularlo, orientarlo e implementarlo, independientemente de que existan o no campañas, planes institucionales, sectoriales u otros emprendimientos, acciones y eventos, públicos o privados, en favor de la lectura. Todas esas iniciativas podrán participar en el proceso de construcción de la visión, formulación y ejecución del plan, cuya cobertura será a escala nacional y todos los que hacen algo por la lectura deberán consolidarse con lineamientos que les estimulen, los potencien y los enmarquen en un sentido y política centrales. Un plan es para sumar y multiplicar, no para restar ni dividir.
Dada su magnitud y trascendencia, un PNL deberá ser concebido y ejecutado como una política pública liderada por el Estado y fecundada en el seno de la sociedad civil, lo cual significa que será vinculante para todos los actores, públicos, privados o comunitarios que, de una u otra manera, incidan o integren cualquiera de los ámbitos y acciones que abarque el plan. De otro modo, un PNL no pasará de los anuncios y los escritorios ministeriales. En ningún país un plan es solamente estatal.
Todo el campo cultural debería ser concebido así, trabajar con los actores reales, no solo con oficinistas, ajenos al quehacer cultural. Las normas públicas son muy rígidas y, a veces, en el campo cultural son un corsé que impide respirar. Hay cosas que ya no dependen de la buena voluntad que puedan tener los funcionarios, sino de la rigidez e inaplicabilidad de concepciones, procesos y normas válidos para sectores menos intangibles. Hay que echarle cabeza a temas sensibles como la relación nación/estado, Estado/cultura, Estado/creadores artísticos.

 ¿Qué es una política pública?
Es un proceso que armoniza diversas visiones, dinámicas, prácticas, experiencias e intereses sobre determinada problemática. Es una deconstrucción social, puesto que ‘deconstruir’ una oposición es demostrar que esta no es natural e inevitable, sino que es un constructo, producto de discursos y visiones que la configuran. Al igual que en la lectura, donde la deconstrucción es, en términos de Bárbara Jonson, “una tensión de fuerzas entre modos de significación que combaten dentro del texto”, en lo social es tensar los centros de interés en busca de un centro envolvente. La política pública es, de este modo, una búsqueda permanente, dialógica, de articulación y concurrencia, pero, sobre todo, de sentido, de orientación en favor de objetivos de interés común, un eje que potencia y enrumba los esfuerzos aislados en favor del buen vivir para todos.
Las políticas públicas deberían ser, en general, lineamientos determinados por el bien común o buen vivir, que buscan guiar, articular y promover, a través de la concertación y participación ciudadanas, las acciones desarrolladas por diversos actores: el Estado, la empresa privada y las organizaciones civiles, en determinados campos de la vida social.

Fomento y mediación de la lectura
Un PNL abarca 2 grandes campos y en ellos se inscribe cualquiera de las acciones que se han emprendido (o emprenderán) en favor de la lectura, desde la creación de un ente que estudie nuestras lenguas (lo que hizo el Instituto Lingüístico de Verano hasta 1979, pero para nuestro provecho) hasta un proyecto de aula que pudiera presentar cualquier maestro; desde una red de librerías, otra de bibliotecas, hasta centros de evaluación lectora y de acopio de datos e indicadores que tienen que ver con la producción, distribución, consumo, lecturabilidad, etc. Estos 2 campos no se excluyen, más bien se complementan porque responden a  la concepción del Plan como estrategia de desarrollo, y son: el de fomento de la lectura; y  el de mediación de la lectura.
Por fomento de la lectura se debe entender toda acción, pública o privada, encaminada a promover, prestigiar, difundir, facilitar, entronizar (empoderar) la lectura como un derecho ciudadano y como una práctica cotidiana de libre accesibilidad y sin restricción alguna. 
Sus principales gestores son el aparato del Estado en sus instancias pertinentes, todos los medios de comunicación, los gobiernos seccionales, las instituciones y organismos que integran el Sistema Nacional de Cultura, las cámaras del libro y demás asociaciones gremiales, el sector editorial, el sector gráfico, el Sistema Nacional de Bibliotecas, el Instituto Ecuatoriano de Propiedad Intelectual, la Academia de la Lengua, los comunicadores y gestores culturales, las instituciones y centros culturales, las fundaciones y organizaciones sociales, los colectivos de trabajo, las cárceles, asilos y hospitales, las ferias y otros eventos de promoción del libro, los premios, los auspicios, los proyectos concursables, las bibliotecas y los bibliotecarios, las librerías y los libreros, los editores y autores, etc.
Por mediación a la lectura, en cambio, se entenderá toda acción encaminada al mejoramiento individual del comportamiento lector, al disfrute íntimo (vivencial) de la lectura como un hecho creativo que potencie la relación entre el lector y el texto, entre la abstracción y la palabra, “entre el ser y la casa del ser” (Heidegger); por tanto, que contribuya al mejor entendimiento de la existencia (del yo y del tiempo), de la alteridad (del convivir) y de la memoria (de la historia) a través de la palabra escrita y la fijación de la cultura oral. Para existir primero hay que nombrarse y reconocerse, así se operó el cambio de la matriz ontológica desde la anomia a la cultura; ahora se trata de impedir el vacío existencial  y pasar a la existencia autónoma, soberana. Somos la palabra que hablamos “los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje” (Wittgeinstein) ya que “el lenguaje es la ideología en acto” (Martí). Seremos libres cuando tengamos nuestra propia voz. Las palabras dependen de las personas que las pronuncian, porque lo que hay en ellas es el tiempo y el ritmo de la vida, del lado que les ha tocado vivir la vida a esas personas en concreto.
El mediador de lectura es aquel que incide entre el texto y el lector. Los principales mediadores de lectura son: los padres de familia que leen a la vista de sus hijos y con su ejemplo hacen de la lectura algo natural, cotidiano y placentero, son los que prestan los ‘primeros auxilios’ al novel lector que a veces se accidenta en un párrafo, en una palabra o en una línea; los maestros lectores, aquellos que contagian la lectura, que pueden recomendar un título a cada alumno, según su perfil sicológico, formación e interés; los buenos bibliotecarios, los gestores culturales, los filósofos y poetas, los artistas y cineastas, los escritores, los comunicadores, los cuentacuentos, los grupos de teatro, los talleres de escritura y los clubes de lectura.
Cuando se entienda que la lectura es más importante que una carretera, este país será otro, primero porque habrá mejores y debidas carreteras, luego porque nos daremos cuenta del sacrificio que se hace para tenerlas, las cuidaremos y aprovecharemos más, es decir, seremos mejores ciudadanos, las cosas volverán a tener un valor de uso y no solo de cambio, de réditos políticos o de mercadeo. Por último no olvidemos que la lectura es uno de los pocos espacios de espiritualidad laica que quedan en este mundo cada vez más deshumanizado. Es un ejercicio de alteridad, se piensa en el otro, se escucha la voz del otro, del que te pone en el oído razones y te permite que las aceptes o no, te permite que dudes, que hagas un ejercicio de conciencia. Si la escritura es un acto solitario, la lectura lo vuelve solidario. En verdad no sé para cuál se necesita más imaginación, si para el acto de escribir o para el de leer. Ambos son un homenaje al silencio voluntario, padre de todas las iluminaciones, contrario a esa práctica de vecindario que tiene nombre de enfermedad venérea: verborrea. Por ello, hasta la lectura en voz alta es interior, el interior que Lao Zi, en el Libro del curso y la virtud, dice que en esa nada radica la utilidad de la vasija.