domingo, 30 de junio de 2019

Mademoiselle Satán anda en Quito, 2019/06/27

Nací en el siglo de la defunción de la rosa / cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles”, escribía en “Biografía para uso de los pájaros” el poeta Jorge Carrera Andrade. Y en “Cuerpo de la amante” exclamaba: “Pródigo cuerpo: / dios, animal dorado, / fiera de seda y sueño, / planta y astro”.

Pero el vate tuvo la desgracia de nacer en Quito, ciudad franciscana que asombró a los viajeros como Jorge Juan y Antonio de Ulloa, en sus Noticias secretas de América: “La mayor parte de los desórdenes, o todos los que se comenten en los fandangos disolutos (…) no parece que son invenciones del mismo maligno espíritu que lo sugiere para tener esclavizadas aquellas gentes”. Esto se lee en el libro Amor y sexo en la historia de Quito, de Javier Gomezjurado Zevallos, que hará ruborizar a más de uno. Aquí la desventura del poeta:

En 1927 se produjo un escándalo mayúsculo, protagonizado por Lola Vinueza Salazar, nacida en Puéllaro en 1884, a la sazón de 43 años, y nuestro bardo de 24. “Esta hermosa, exótica e impulsiva mujer había residido algún tiempo en París, desde donde trajo algunas novedades licenciosas poco conocidas en la aparente apacible, pero mojigata, ciudad de Quito”. Para no aburrirse, solía azotar a sus amantes desnudos y disfrazarlos de mujer. En fin, una noche, en su local La Capilla Ardiente, “flageló diabólicamente”, al joven poeta, quien, para acaso exorcizarse, escribió: “Mademoiselle Satán, rara orquídea de vicio: / ¿Por qué me hiciste, di, de tu cuerpo regalo? / la señal de tus dientes llevo como cilicio / en mi carne posesa del enemigo malo”.

Allí nomás ardió Troya, porque encima el poema se publicó con un retrato parecido a una estampa de la Virgen María, que unió por primera vez a liberales y conservadores contra el “blasfemo”. Fue expulsado de la casa paterna hasta que se disculpó con una “Retractación pública” (el poema está liberado en Ciudad Seva). El libro es altamente recomendado, justo en estos días donde aparecen los fundamentalismos teocráticos frente al Estado laico. Bien se sabe, desde los albores de nuestros tiempos, la culpa no ha recaído nunca en la serpiente.

https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/mademoiselle-satan-quito

Nomenclatura de la calle Montúfar, 2019/06/20


En el parque de San Marcos, al caer la tarde, una muchacha y dos jóvenes cantan un tema para los amores náufragos. Es aún ese Quito que conserva la esencia de barrio, en una urbe que tiene 80 km de largo por 5 de ancho y es como una sierpe de colores que se descubre cada día. En muchas ocasiones ha pasado que la ciudad ha crecido tanto que ha pretendido llevarse parte de la memoria de las comunidades, como Guápulo o Santa Clara de San Millán, donde ojalá aún sobreviva su afamada banda.

Volviendo a este barrio, por la calle Junín existen, además, excelentes posadas: desde antiguas casas coloniales convertidas en deslumbrantes hospederías hasta lugares más modestos, pero que igual tienen terrazas para mirar esa parte de la ciudad dominada por las iglesias. Están las tiendas de barrio o los artesanos que moldean la plata.

Al caminar, aparece la calle Montúfar. Aquí su historia: A la madrugada, se escuchaban las bocinas de los indios arreando a los toros con las cornamentas afiladas al matadero. En la Colonia se llamaba calle de las Carnicerías. Desde San Marcos, al regresar a mirar a El Panecillo, la Virgen alada de Bernardo de Legarda aparece fulgurante. Más allá está el arco de la Virgen del Rosario, levantado para expiar las culpas de una bellísima dama que apedreaba a esa imagen.

La calle evoca la memoria de Carlos Montúfar, quien -llegado como pacificador de la Corona- encontró en el bando independentista su destino, hasta ser fusilado por los realistas en Buga. El cantón Montúfar, en Carchi, honra su nombre. Fue cosmopolita y patriota. Sus amigos: Bolívar, Washington, Jefferson, Humboldt, Bonpland, San Martín, O’Higgins...

Hijo de Juan Pío Montúfar, líder de la Junta Suprema que depuso al poder español el 10 de agosto de 1809 y antes de morir desterrado en Cádiz renunció a ser el Marqués de Selva Alegre. Los 72 conspirados fueron asesinados en sus celdas en 1810, junto a 300 quiteños masacrados en las calles. La antorcha de la Libertad latinoamericana fue encendida con sangre.


Ibarra, mitologías de los extramuros, 2019/06/13

En los imaginarios de las ciudades están los extramuros. Hasta allí llegaban los duendes que son más de las cascadas y del mundo rural, como los chuzalongos que protegen al Taita Imbabura.

En el centro, se encontraban las damas tapadas. Para el caso de Ibarra está el sector de la Calle Larga, la entrada norte de la urbe e incluso había carrizales, existe la famosa leyenda del Becerro de Oro, que no es otro que una aparición de ultratumba que -al igual que la Caja ronca- se trata de un tesoro escondido por un avaro. Quien quitara la manta -cubierta de monedas de oro- podría salir de pobreza.

Como el sitio, ahora la avenida Eloy Alfaro, se trataba de un extramuro, no es casual que el primero que intentó llevarse el caudal fuera el negro Felipe Quiñónez, que se envalentonó después de asistir a una fiesta. Tales hechos ocurrieron en 1863, poco antes del terremoto de 1868 que devastó la urbe. Sería posteriormente Alonso Hernández, un caballero quiteño venido a menos, quien se hizo con la fortuna sin olvidar recompensar a Quiñónez por su ayuda. Aquí una escena:

“Alonso Hernández saltó de su caballo para situarse en el lomo del animal y acometerle una certera estocada en el pescuezo, aferrándose como un jinete del infortunio aún con su penacho de colores vistosos en su cabeza. Un poco más lejos, su caballo desbocado seguía esta lucha, en medio de una luminosidad de sangre, como si en su corrida siguiera los designios de fuerzas siniestras. El torete cayó en un solo bramido trágico y su cuerpo informe se estrelló contra las piedras. El matador -con una agilidad insana- pudo evitar la caída en el último momento, pero tuvo la fuerza de tentar a su víctima, que aún resoplaba con el aliento de los moribundos”.

Otro sector importante dentro de los sitios mágicos son las catacumbas, ubicadas en el antiguo puente de Los Molinos, el sector de la actual avenida Carchi. Se hablaba, además, de túneles que comunican desde la calle Sucre hasta las catacumbas, sitio donde se cree que era un cementerio indígena, por el sector de Santo Domingo.

https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/ibarra-mitologias-extramuros

sábado, 8 de junio de 2019

Libro Mega-Pais 2013

Lo puede revisar:  Libro Mega-Pais 2013













Eros anda “lluchu” en Quito, 2019/06/06


En la metrópoli, donde deambulan los zombis, existe la ciudad de los muertos. Se llama necrópolis (cadáver-ciudad, siguiendo su etimología). En el cementerio, como dice la canción, “las calaveras todas blancas son”. Siguiendo a los griegos, es la tierra de Tánatos, que tiene su hermano Hipnos, el sueño. Su contrario es Eros, ahora “lluchu” (desnudo en quichua).

Esto porque el historiador Javier Gomezjurado Zevallos, después de su libro La muerte en Quito, acaba de publicar Amor y sexo en la historia de Quito. Si en el primero los personajes terminaban tras una lápida, ahora -por sus 392 páginas- desfilan por las camas infinidad de historias de la franciscana ciudad que tenía a un cura como Manuel de Almeida que se escapaba por los mismísimos hombros del Crucificado para alborotar en fandangos las mejillas fúlgidas de las damiselas.

Con más de 300 citas bibliográficas y más de 500 citas a pie de página, la obra seguro hará sonrojar a algunos historiadores tan proclives al pundonor, olvidados de Jenofonte y amantes de Tucídides. Sería bueno leer el relato de un presidente de la Audiencia que tenía “rabo de paja” (pág. 89).

El libro inicia con una aproximación histórica de la sexualidad en las sociedades antiguas, poniendo énfasis en las poblaciones nativas. En el segundo capítulo aparecen muchos de los temas de la época colonial, tan proclive a realizar procesiones y oraciones mientras que por las noches en algunos de sus conventos la llama de la pasión ardía peor que el Cantar de los Cantares.

En el capítulo 3 les toca el turno a nuestros héroes y heroínas, que no eran solo de andar en batallas. Pero también la prostitución y sífilis en el período garciano, que nos consagró al país al Sagrado Corazón de Jesús. Para el siglo XX, en la sección 4, aparecen las chullitas y los chullas, pero también la inolvidable Lola Vinueza y el poeta de “Mademoiselle Satán”. En el capítulo 5 se detalla arte y literatura con relación al tema, donde no se olvidan las letras de canciones de esa picaresca despreciada por algunos mojigatos.

Un libro para no leer en un diván.


Prometeo, cinco vueltas de tuerca, 2019/05/30


En el mito clásico, Prometeo se alía con Zeus en contra de Cronos. El nuevo dios urde una treta para quedarse con los sacrificios del toro, pero Prometeo lo engaña sutilmente. Encolerizado, niega el fuego a los mortales. Prometeo, con la ayuda de Atenea, entra sigilosamente al Olimpo y hurta el elemento del carro de fuego del Sol.

Al enterarse de que Prometeo ha entregado el fuego a los humanos, Zeus lo castiga amarrándolo a un pilar en las montañas caucásicas donde un buitre devora todo el día su hígado, que vuelve a crecer por las noches, refiere Robert Graves (Ariel).

Dos. Franz Kafka, en 130 palabras (Fontana), deconstruye este mito en cuatro versiones. 1) El relato del encadenamiento y del ave de rapiña; 2) Prometeo aguijoneado se hunde en la roca hasta fundirse; 3) La traición fue olvidada, los dioses la olvidaron, él mismo la olvidó; 4) “Se cansaron de esta historia insensata. Se cansaron los dioses, se cansaron las águilas, la herida se cerró de cansancio. Quedó el inexplicable peñasco”.

Tres. Con este ardid literario, el filósofo Byung-Chul Han ha escrito el libro La sociedad del cansancio (Herder Editorial), donde afirma que el mito de Prometeo es “una escena del aparato psíquico del sujeto de rendimiento contemporáneo, que se violenta a sí mismo, que está en guerra consigo mismo”.

El ego -transformado en un supuesto “éxito” en la vida y por eso una suerte de estar encadenado- es el que devora a estos zombis en que se han convertido los humanos que se creen que viven en libertad. El dolor del hígado, que en sí es indoloro, es el cansancio. Propone ante esto la filosofía como resistencia y la contemplación como un camino (él mismo cultiva su propio jardín).

Cuatro. Han se olvida de la continuación del mito. Prometeo advirtió a su hermano Epimeteo de casarse con Pandora, creada insensata, traviesa, perezosa y bella. Esta liberó la jarra donde estaban todos los males -Vejez, Fatiga, Enfermedad, Demencia, Vicio, Pasión- incluida a la engañosa Esperanza, quien “los disuadió de cometer un suicidio colectivo”.

Cinco. Esquilo en Prometeo encadenado escribió: “Es mejor morir de una vez que sufrir miserablemente todos los días”


¿El Libertador chupó mangos?, 2019/05/23


Hay que bajar -con sutileza, se entiende- a los héroes de sus estatuas. Tal vez, conociendo su vida cotidiana se parezcan más a los mortales. Así podrán descender del panteón del Olimpo donde les han colocado los historiadores seguidores de las batallas, al estilo de Tucídides.

Dicho esto, y como discípulo de Heródoto, hay que decir que el Libertador Simón Bolívar prefería la arepa de maíz al pan. Eso lo sabemos por el Diario de Bucaramanga, escrito por el coronel Luis Perú de Lacroix, en 1828. Nos cuenta que come bastante en el almuerzo y le encanta el ají, más que la pimienta. Hasta en Potosí -ante un banquete desabrido, por temor a que no le gustara el picante- pidió que pusieran ají en la mesa para regocijo de los convidados.

Era puntilloso en el orden de la mesa. Tomaba tres copitas de vino de Burdeos o champán, pero apenas probaba café porque desde su estancia inglesa prefería el té. Está confirmado que comió mangos, introducidos en el siglo XVIII, aunque Gabriel García Márquez los dejó afuera del libro El general y su laberinto, por un error de interpretación de un historiador sabanero (el mango fue traído en 1789 por un navegante español llamado Fermín de Sancinenea, así que el Libertador sí chupó mangos en Angostura, cuando vivía con su esposa Josefina Machado, entre 1817 y 1819, porque además le encantaba toda clase de frutas).

Y un dato adicional: “Le gusta hacer la ensalada y tiene el amor propio de hacerla mejor que nadie: dice que fueron las señoras quienes le dieron ese saber en Francia”. Y de ese país, como refiere el general Guillermo Miller, un inglés que combatió junto al caraqueño, tenía al chef Luis Lemoyiven y al repostero Francisco Fremont.

Aunque, obviamente, se observa que no despreciaba la comida mantuana, “es una combinación del amor de los productos de la tierra y las delicias europeas”, según refiere en su texto Julio Alcubilla para señalar que practicó la “política del convite”. Así se entiende la declaración del cónsul británico en Venezuela, sir Robert Ker Porter, quien estaba maravillado con una tortuga enorme traída de la Guaira.



María Angula en Quito, 2019/05/16

La leyenda de María Angula siempre es aterradora porque contiene -más allá del puzún, que es estómago en quichua- el reclamo por las tripas usurpadas a un cadáver del cementerio de San Diego. Pero también causa espanto la Llorona, esa mezcla de cultura prehispánica y colonial, ahora banalizada por todo lo que toca Hollywood.

Estos dos relatos míticos algo macabros han servido para un nuevo tipo de turismo patrimonial. En el primer caso, por el colectivo Quito Eterno y en el segundo lo que se oferta en Querétaro, mientras un actor, vestido a la usanza del siglo XVIII, lleva a los viajeros a conocer las entrañas de las casas antiguas mexicanas.

Lo importante de estas propuestas está en que de esta manera los espectadores pueden conocer los sitios emblemáticos, como es el caso de la iglesia de San Francisco y su atrio, donde el astuto Cantuña burló al mismísimo diablo.

A propósito, hay narraciones europeas de pactos del diablo para la construcción de puentes de arco medievales que van desde Tarragona a Cardona, Pedrosa (España); Valentré o Olargues (Francia), Lazio o Torcello (Italia); Vila Nova o Misarela (Portugal); Ceredigion o Cumbria (Reino Unido); Sajonia (Alemania) o el famoso Paso de San Gotardo (Suiza). En muchos de ellos, los turistas pueden conocer de primera mano estas historias y hasta llevarse un souvenir.

Volviendo al país, quién quita que nuestro Juan de Velasco se inspiró también en estos relatos para legarnos su escrito de Cantuña, aunque hay otro autor de la misma época, Juan de Santa Gertrudis, quien nos muestra al personaje histórico que fue un prominente herrero (su marca está a la entrada del convento).

Es importante que esas versiones nuestras estén presentes en este tipo de turismo cultural que debería estar en otras ciudades del país. Ojalá la nueva administración en Quito tome nota de estos asuntos: la mitología es la otra historia. La tradicional ya la sabemos: trajes de militares recién salidos de la tintorería, como refiere Eduardo Galeano, en el prólogo de Memorias del Fuego.



El mito de la Caja Ronca, 2019/05/09


Había una vez, hace mucho tiempo en San Juan Calle, un chiquillo tan curioso que quería saber en qué sueñan los fantasmas. Sí, amable lector, fantasmas, esos que atraviesan las paredes. Por eso escuchaba con atención la última novedad: unos aparecidos que merodeaban en las noches de Ibarra, sin que nadie supiera quiénes eran, pero seguro no pertenecían a este mundo.

Así inicia el texto de la Caja Ronca que es, acaso, la más alta referencia de la mitología de la urbe norteña. Pero esta leyenda -con sus variantes- se localiza en casi toda la Sierra ecuatoriana, desde la vertiente de la cultura mestiza. El recorrido del siniestro cortejo fúnebre era, para el caso de Ibarra, por el denominado Quiche Callejón, en las actuales calles Maldonado y Colón.

El sector se llamaba antiguamente el barrio de San Felipe y, antes del terremoto de 1868 que devastó la urbe, se sabe que estaba colocada una cruz, que no es otra cosa que el indicio de una probable pacarina, es decir, un sitio sagrado para la cultura prehispánica. Como se sabe, los curas doctrineros tenían como costumbre poner los símbolos cristianos -grutas o cruces- para disuadir a los antiguos habitantes de sus antiguos sitios sagrados en torno al agua.

Como sea, la Caja Ronca también recorría el tradicional barrio de San Juan Calle, donde se encuentra el actual cementerio y ahora el barrio El Carmen es el sitio donde se expenden ataúdes y existen dos amplios salones de velaciones. Así que las procesiones -con ataúd al hombro- siguen por estas calles que enlazan de esta manera una ruta interesante: los extramuros.

Según refiere Manuel Espinosa Apolo, en su libro acerca de Pomasqui, precisamente los seres mitológicos, como el diablo, presente en la Caja Ronca, pertenecerían a la antigua visión prehispánica. Realizando una conjetura, se trataría de la fuerza presente en la cosmovisión indígena de aquellos personajes del panteón que fueron exterminados por los curas doctrineros en la extirpación de idolatrías, efectuada en la temprana época de la colonia.



Ibarra, 147 años después, 2019/05/02


En estos días, Ibarra concluye la conmemoración 147 del retorno de 553 personas sobrevivientes del terremoto de 1868. La urbe contaba, aproximadamente, con 7.200 ciudadanos de los cuales perecieron más de 5.000, de un total de 20.000 muertos en toda Imbabura, que destruyó también poblaciones como Cotacachi, Otavalo o Atuntaqui.

Largos años vivieron los ibarreños en Santa María de la Esperanza. De cuando en cuando, volvían a su amada tierra y, aunque los ánimos estaban divididos, resolvieron el reasentamiento en el mismo lugar. Nuevamente, el ímpetu de Gabriel García Moreno, entonces Presidente de Ecuador, es decisivo.

En su primera llegada, ya había decidido el trazado en damero  de la nueva ciudad, desde la esquina de un coco sobreviviente, y con calles amplias de 13 metros de ancho, como era la fisonomía de las nuevas ciudades modernas, que García Moreno había conocido en sus viajes a Europa. Por eso, la dirección para delimitar la nueva urbe está a cargo del ingeniero Arturo Rodgers, y de 14 entusiastas jóvenes ibarreños que son enviados a Quito para perfeccionarse en estos oficios.

Así, desde el 13 de abril de 1872, al cabo de cuatro años del suceso, comienza el retorno de los ibarreños desde La Esperanza. “Entusiastas caravanas van cumpliendo la orden de retornar; unas, la mayoría, a pie; otras, a caballo; los enseres a lomo de mula, y en carretas haladas por yuntas de bueyes, las cargas más pesadas, que van lentas pero más seguras. El 28 de abril, un nuevo domingo y fiesta de la Virgen de las Mercedes, celebran el regreso.

El canónigo Mariano Acosta proclama un emotivo discurso: “¡Ibarra! Patria mía, levántate del seno de las ruinas, y la diestra del Altísimo te embellecerá”. Por su parte, José Nicolás Vaca, que estuvo durante los cuatro años en La Esperanza, dice que esta fecha de 1872 tiene un significado similar a la fundación realizada en 1606, auspiciada por Miguel de Ibarra, cuando pensaba “por dicho paraje abrir el camino más breve para Panamá”. Al parecer, la idea de buscar el mar también fue enterrado entre los escombros.