sábado, 20 de octubre de 2018

La génesis del pasillo, 2018/10/11


Como muchos países andinos, Ecuador tenía dos vertientes musicales. La una, aquella emparentada con los antiguos rituales, en una música pentafónica, y la otra, aquella venida desde Europa (que incluía la música religiosa).

Había que esperar la llegada de los aires independentistas para que también la música adquiriera otras características. A todo esto hay que añadir el influjo de, por ejemplo, el romanticismo o el llamado “nacionalismo musical”, que permitió, desde lo académico, un guiño a las raíces vernáculas.

Mucho se ha discutido la paternidad del pasillo, a veces visto como una reivindicación del sentido de patria, pero es indiscutible que este género musical es producto, como todas las músicas, de profundas influencias. Se lo sitúa en el último cuarto del siglo XIX, en la época de Ignacio de Veintemilla, exactamente en 1877, procedente de Colombia, lo que no quiere decir que en el país tuviera sus características propias, como es el caso de Aparicio Córdova, quien compuso el pasillo “Los bandidos”.

Aunque existen múltiples criterios, lo más plausible es que el pasillo, como refiere el investigador Octavio Marulanda, sea una derivación de la palabra española “paseíllo”, que designa un aire festivo popular. Es decir no sería una derivación, como se creía, del diminutivo de la palabra “paso”, por “pasito”, sino más bien de “paseo”.

El término “pasillo” está vinculado a las representaciones dancísticas relacionadas con la tauromaquia. De hecho, se sabe que en los siglos XVIII y XIX eran frecuentes las danzas que rememoraban las corridas de toros, como es el caso del “toro rabón”.

En lo referente a la afirmación nacional del pasillo, se señala dos hitos importantes, por un lado el desarrollo de la industria fonográfica y su difusión a través de las emisoras de radio, y en segundo término la reactivación nacionalista, luego del conflicto bélico con Perú, en 1941.

Hay que destacar, además, la regionalización, el sabor local, que consiguió el pasillo especialmente en lugares como Loja, Imbabura y Manabí, que aportaron con sus propias visiones.




Invernal”, crónica de un pasillo, 2018/10/09


El teatro de la ópera de Manaos, donde el mito oyó a Caruso en la época del caucho, quedó atrás en el viaje de Manaos a Belén do Pará, siete días por el río Amazonas. Una noche, el leviatán de hierro tuvo un desperfecto y se quedó sin energía eléctrica. Apenas, logramos acoderar en una ribera cuando alguien propuso que cantáramos.

Oriundo de Imbabura, lo más fácil era entonar esa música del paisaje y del arraigo que es el pasacalle, como “Reina y señora”, o alguna bomba como “Carpuela linda”, de Milton Tadeo; acaso la emblemática “Vasija de barro”, escrita a cuatro manos en la solapa del libro En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.

Pero la oscuridad no daba tregua. Desde los adentros, y en medio de las tinieblas, salió esta estrofa: “Ingenuamente pones en tu balcón florido, / la nota más romántica de esta tarde de lluvia…”; el pasillo “Invernal”, escrito por José María Egas con música de Nicasio Safadi. Fue en ese día que comprendí la nostalgia y el desarraigo del pasillo, como la saudade del fado, y sus letras poéticas de corte modernista.

Después, en 2012, junto con los investigadores Manuel Espinosa Apolo y Franklin Cepeda Astudillo, este articulista realizó para el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) la consultoría “Validación del pasillo como patrimonio inmaterial de Ecuador”, uno de los varios insumos para entender esta música ecuatoriana.

Allí constan desde la etimología, el tema de la nacionalización y el imaginario mestizo, los sentimientos colectivos, el pasillo regional, formatos, cultores y estilos, el género musical y su relación con otras artes, desde la literatura al cine, además de su pervivencia y proyección, como parte del Plan de Salvaguardia.

Me quedé con una espina: comprobé que el pasillo, que en un momento logró ser un importante género internacional, no tuvo la correcta difusión especialmente cinematográfica (ni se diga en las radios alienadas). Bien, mejor oír la versión de “Invernal” de María Tejada, porque no hay que temer la influencia del jazz, o el soberbio “Espantapájaros”, de Gerardo Guevara.





Ibarra, 412 años después, 2018/09/27


Las ciudades que olvidan sus orígenes pierden su brújula. Por eso, es preciso siempre recordarles sus esencias, pero también sus antiguas historias, como el señorío étnico de los caranquis. Aquí un fragmento a propósito de las celebraciones septembrinas.

Largo fue el camino recorrido por el capitán Cristóbal de Troya -al año siguiente de la fundación de 1606, un 28 de septiembre- buscando el mar por Esmeraldas, motivo del nacimiento de la nueva Villa de Ibarra. Al mando de 20 arcabuceros llega hasta el añorado mar y escribe en su diario:

“Al anochecer nos juntamos todos los compañeros, pusimos las balsas y canoas en tierra. Aquella noche estuvieron más de 340 indios en tierra. Nos parecía que harían amistad. A ellos, por medio de un intérprete que llevaba, les ordené que ninguno echara ni canoa ni balsa en el puerto, porque al que no cumpliere lo mataríamos con un arcabuz. Al efecto, se puso guardias. Los indios, con todo cuidado, cumplieron la orden (...). Por la mañana de aquel día me quedé en la playa, a la ribera del mar...”.

Pero esta vía -soñada por las élites quiteñas que desean exportar sus productos- tiene más obstáculos que las selvas tropicales. Guayaquil, con su puerto, y Callao, se oponen tenazmente para defender sus intereses mercantiles. Un aporte histórico de Rocío Rueda Novoa en La ruta a la Mar del Sur: un proyecto de las élites serranas en Esmeraldas (s. XVIIII), en la revista Procesos, devela una realidad:

“Los ricos españoles y encomenderos asentados en las que ahora son las provincias de Carchi, Imbabura, Pichincha, Cotopaxi, se habían dedicado principalmente a la creación de obrajes dedicados a la producción de textiles de buena calidad, como bayetas, jergas, frazadas y paños que se vendían muy bien en el exterior. Ellos vieron en la apertura del camino, que incluyera un puerto (…), la posibilidad de incrementar sus beneficios, pues los obrajes se encontraban localizados en el eje económico longitudinal, en el circuito hacia Nueva Granada, por Quito, Pasto, Popayán, Santa Fe, Cartagena”.

Ibarra esperó casi 400 años para llegar al mar y sigue sin puerto.