lunes, 14 de agosto de 2017

Alta Moda, bajo el signo de Perú

Lima, en estos días, celebra su Feria del Libro. Las editoriales universitarias, en serio, realizan una tarea que interroga a su sociedad. Hay las últimas novedades, como el libro póstumo de Umberto Eco, especiales históricos de Nazca, que coincide con la gran exposición montada en el Museo de Arte de Lima, Mali, donde, casi escondidas, se exhiben tres fotografías de Martín Chambi, en medio de imágenes costumbristas, cristos lacerados, ángeles del arcabuz, retratos de prohombres o fardos funerarios.

Sin embargo, en el populoso Barranco se exhibe una exposición inusual: Alta Moda, del fotógrafo peruano de celebridades Mario Testino, en su propio museo. Después de recorrer las imágenes, que incluyen a la malograda Lady Di evaporándose en el blanco y negro, se entra a una suerte de túnel del tiempo: fotografías de personajes y trajes del Cusco, donde aparece el esplendor de una de las culturas peruanas, pero tratadas como si fueran de revista de colección, a lo Vogue. Sin ambages, la muestra señala que Testino se inspiró en la obra de Chambi pero que, obviamente, propuso su propio concepto.

“Como el Cusco es una de las ciudades más altas del Perú, decidí llamar ‘Alta Moda’ a esta exposición haciendo un guiño al doble sentido”, dice el relato de Testino en el libro de la muestra. Realiza una diferencia con el término de ‘alta costura’ para indicar que también los trajes peruanos son tan personales, cosidos a mano, teñidos y bordados, como son los vestidos de las pasarelas con un añadido: representan antiquísimas tradiciones.

El ensayo ‘Imágenes que resisten el tiempo’, de Jennifer Allen, indica: “La movilidad social y geográfica de Testino (sus viajes por el mundo para fotografiar a modelos, celebridades y miembros de la realeza) refleja el movimiento del que Chambi disfrutó en diferente medida en una época anterior a los viajes masificados y en la que las comunidades indígenas padecían un sometimiento económico, político y social más agresivo.

Mientras que Testino se marchó de un país marginado para elaborar la crónica del centro neurálgico de la sociedad global del espectáculo, Chambi venció los prejuicios de su tiempo para fotografiar las élites de la ciudad de Cusco en su estudio: magistrados, hombres de negocios, colegas artistas, familias burguesas… Los retratos de Chambi, como ‘Boda de don Julio Gadea’ (1930), son ajenos a sus orígenes como los retratos de Testino del compromiso de Kate Middleton con el príncipe Guillermo de 2011. Viajando a lomo de burro en lugar de hacerlo en avión, Chambi registró la cultura quechua de su época”.

Martín Chambi nació en Coaza, al norte del lago Titicaca en 1891. Era desheredado, era indio, era pobre y era peruano. Es posible consultar en línea ambas propuestas: (http://www.martinchambi.org) y (http://www.mariotestino.com).

Como siempre, nadie es profeta en su tierra. Mario Vargas Llosa es más contundente: “Madrastra de sus hijos, escribió del Perú el Inca Garcilaso. Con Martín Chambi, uno de los más grandes artistas nacidos en su suelo, lo ha sido. Una madrastra ingrata, olvidadiza…”.


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La Virgen de El Panecillo en reggaetón

La semana pasada escribí sobre ‘Despacito’, la canción de Luis Fonsi y Daddy Yankee, donde este último pone su flow a ritmo de reggaetón, esa expresión urbana que nació contestataria en Puerto Rico. En YouTube tiene 2.934’711.063 visualizaciones, es decir ha aumentado 137 millones, además de una proyección turística de 45 por ciento hacia tierras boricuas.

La primera opción de Fonsi para este ‘fenómeno’ musical fue Nicky Jam, pero por problemas de agenda se llamó al autor de ‘Gasolina’. Bien, Jam y Wisin -con el auspicio del Ministerio de Turismo de Ecuador- han producido el video ‘Si tú la ves’, que inicia con una imagen impresionante de la Virgen de El Panecillo, inspirada en aquella colonial de Bernardo de Legarda, quien miraba con atención las danzas nativas presentes en el ‘paso’ de la alada, más alta que el Cristo Redentor de Río.

Esto recuerda a la película ecuatoriana A tus espaldas, de Tito Jara, donde aparece como protagonista Jorge Chicaiza Cisneros, quien se debate en la búsqueda de una identidad sin máscaras, como el país mismo. Eso cuenta el director, quien realizaba un documental en el sur de Quito, cuando un entrevistado le dijo: “Aquí no nos ponen atención, tanto que la Virgen de El Panecillo nos da la espalda”. Hay que leer a Bolívar Echeverría y su ‘ethos barroco’ (www.bolivare.unam.mx) y a Manuel Espinosa Apolo en Los mestizos ecuatorianos y las señas de identidad.

Tal vez por eso a ritmo de reggaetón aparece Ecuador con parte de sus encantos, junto a los actores ecuatorianos Giovanna Andrade y Andrés Holguín, y como extras -que también muestra lo que somos- dos mujeres indígenas de Cotopaxi, tierra de la pintura naif de Tigua.

Pese a las críticas, el éxito de campaña es innegable porque los videos musicales son la comunicación de este tiempo (sobre los 10,5 millones de visualizaciones y con Jam llevando una bandera tricolor en la chaqueta). El propósito sería también apuntar hacia proyectos fílmicos, ojalá con cineastas nuestros.

Y eso porque una cosa es la identidad y otra promocionar el turismo. Este último, por lo demás, una construcción de la época industrial, algo reciente (los abuelos salían únicamente de romería a Baños de Agua Santa). No hay que crear drama, el turismo es eso: una hermosa ‘invención’, cuya diferencia está en mostrar lo ‘real’.

Ahora se requiere de nuevas campañas, unidas al Ministerio de Cultura, para que seamos los propios ecuatorianos quienes nos creamos de tanta belleza, como el tema ‘El espantapájaros’ de Gerardo Guevara. Allí, en cambio, funciona el tema de la identidad, de lo contrario qué tipo de anfitriones seremos si no amamos nuestra tierra. Entonces, se esperan producciones en gran formato de propuestas contemporáneas: María Tejada, Carlos Grijalva, Mancero Trío, Mateo Kingman, Nannda Buenaño, por nombrar algunos.

Y eso también les corresponde a los excelentes documentalistas que tiene Ecuador. A nuestra música, a diferencia del bolero, con Agustín Lara, o el tango de Carlos Gardel, siempre le faltó cinematografía. Algo que el reggaetón lo sabe hace rato. ¡Ay, bendito!



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'Despacito' y el efecto mariposa

Hace medio año me di a la aventura de buscar en la marejada de internet la mejor versión de ‘Desafinado’, el tema de Tom Jobim y letra de Newton Mendonça, que alude a las críticas que en ese momento se hacían al bossa nova. De Gael Costa a João Gilberto, de Ella Fitzgerald a Andrea Motis, de Toquinho… Me quedé con la interpretación de Eliane Elias, con un espléndido solo de batería con escobillas. El número de visitas: 24.714, hasta ayer. Obviamente, es un gusto personal: “Tú con tu música olvidaste lo principal / que en el pecho de los desafinados / también late un corazón”.

Del otro lado, están las preferencias mundiales. 2.796’981.218 visitas en YouTube tiene el tema ‘Despacito’, de Luis Fonsi, junto a Daddy Yankee: “Déjame sobrepasar tus zonas de peligro…”. ¿Qué significan estas cifras? Pido a Carolina Córdova, paisana candidata a un PhD en Norteamérica, que dé luces a este artículo. Bien, la población del planeta es de 7.520’557.500, así que el 37 por ciento ha visto el video (casi cuatro de cada diez humanos). De yapa, me cuenta que la Novena sinfonía de Beethoven la han escuchado 79’241.723 personas en una de sus versiones. Esto es el 1 por ciento, aunque a 11.695 no les gusta.

Curioso, la versión original del hit ‘Macarena’ tiene 20 millones de visitas, lo que ‘Despacito’ lo logra en un día, solo superado por la canción de la película Rápidos y Furiosos, de Wiz Khalifa, de 2015. Además, ‘Lambada’, de 1989, es como cinco días del tema del boricua. Bueno, ‘Gangnam Style’, el hit de 2012, solo tiene 100 millones de antiguos seguidores.

¿Cómo entender este fenómeno? Comprobar que la ‘aldea global’, que postulaba Marshall McLuhan, es una realidad. Lo otro, está en el libro Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco, donde dice que la cultura de masas no es típica de un régimen capitalista. “Nace en una sociedad en que la masa de ciudadanos participa con igualdad de derechos en la vida pública, en el consumo, en el disfrute de las comunicaciones...”. Néstor García Canclini, en Culturas híbridas, advierte sobre los empresarios de la cultura. Aparece la voz de Ernesto Sabato para decir que vivimos un mundo cosificado y corrompido por un arte de bazar barato, por culpa de una pésima universidad. Y, claro, la banalización de la cultura y la imposición del gusto mediático, en el lenguaje de ahora.

Dirán que Fonsi traicionó los orígenes del reggaetón, con sus letras de denuncia en los barrios marginales de Puerto Rico, para volver a los estereotipos de la sensualidad de lo latino, pero él hace fusión, como la prestigiosa coautora Erika Ender.

Hay un fenómeno nuevo: la diversidad de versiones de ‘Despacito’ en muchos sitios del orbe (en los últimos sanjuanes, en Otavalo, incluyeron el texto “vamos zapateando, poquito a poquito”). Es lo ‘glocal’ (lo global y lo local) que literalmente licúa ‘pasito a pasito’ y se apropia de una expresión cultural para darle otro sentido.

‘Despacito’ es una canción de verano, y tal vez marque para siempre a Fonsi. Es el precio de la sobreexposición de las redes y del efecto mariposa ante ese vértigo. Por eso, ‘Desafinado’, tras medio siglo, sobrevive. (O)



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Quito, ciudad eterna

Al hombre que transita por tierras selváticas le acomete el deseo de una ciudad, nos dice Ítalo Calvino, en el libro Las ciudades invisibles. Desde sus orígenes, las polis son míticas. Oswaldo Soriano decía que Borges -tal vez alejado por su temprana ceguera- se había inventado una Buenos Aires exaltante y épica que nunca existió. “Cortázar, en cambio, necesitaba asomarse al sucio Riachuelo que Borges había mistificado en poemas y cuentos donde los imaginarios compadritos del arrabal asumían un destino de tragedia griega”.

Borges en sus poemas sobre ese entorno de casas con patio, parras, aljibes y viejas conversaciones nos dice: “En busca de la tarde / fui apurando en vano las calles. / Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra…”. Esto saco a colación porque, en estos días, nuevamente Quito está nominada como destino de Sudamérica. La ‘Florencia de los Andes’ la nombró hace algún tiempo la revista National Geographic, con todo y su gallito de la Catedral, con sus campanas y quebradas que evocan antiguas cartografías sagradas en los montes que aún esconden ritos del Sol y la Luna.

Pienso en ese libro de Remigio Romero y Cordero titulado La Quiteida (si otros tuvieron La Eneida, ¿por qué nosotros no tener unos versos escritos en acero?). Está el mito de Quitumbe, que probablemente dio el nombre de Quito, según refiere Darío Guevara. Está el recuerdo de los grafitis de finales del siglo XX: ‘Quito: patrimonio de la soledad’ o ‘Quito: un panteón entre montañas’, con todo y ‘Torera’. Cada uno tendrá sus propias miradas de esta ciudad con una virgen alada que vigila, porque es como una sierpe de fragores que se extiende desde Carapungo (puerta de cuero en kichwa) a Guamaní (guamán significa gavilán), sube a las faldas del Pichincha y se pierde en la niebla de Guápulo.

La primera ocasión que encontré a Quito fue tras el velo de una habitación de estudiante en la calle Pereira. Tenía el privilegio de una vista espléndida: una pared blanquísima que dejaba adivinar las cúpulas de Santo Domingo. Y allí, los olores de las calles y las vivencias: las rocolas donde los amores náufragos se parecían a esas evocaciones de César Dávila Andrade que conversaba en los lupanares para escribir Boletín y Elegía de las Mitas: “Y a un Cristo, adrede, tam trujeron, / entre lanzas, banderas y caballos”. Cuentan que una noche, el Fakir se sacó su leva para colocarle a un mendigo, los dos ateridos de frío.

El Centro Histórico era visto como un espacio envuelto en una neblina de marginalidad, pero también de una historia cotidiana que se construía más allá de sus callejuelas y monumentos. Ahora, es un lugar también de turismo, como La Ronda, una de las calles más lindas del orbe.

Es una experiencia inmensa ascender por las gradas de la calle Mideros para, como en el poema, encontrar un huequito para mirar a Quito. De allí hasta San Francisco, para saber que Cantuña se salvó por una piedra que los diablillos no alcanzaron a colocar en el prodigioso atrio. Además del díscolo padre Almeida en busca de fandangos.

Me quedo con el libro Quito eterno de fray Agustín Moreno. Quizá la ciudad ya es otra


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"He arado en el mar"

“Me tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderme en el vacío”, dijo casi al término de su vida Simón Bolívar. Fue el compadre de Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis –aquel de Maqroll el Gaviero, de sus tribulaciones- quien le proporcionó el argumento del libro El general en su laberinto, con un encanto de naufragio y cuchillada.

Allí, mientras navega en su último viaje por el río Magdalena, el Libertador, el huérfano más rico de Venezuela y que estuvo en la entronización de Napoleón Bonaparte junto a Alexander von Humboldt, rememora sus periplos por estas tierras ingratas. “He arado en el mar y sembrado en el viento”.

No se puede entender a Bolívar sin sus maestros, Andrés Bello y Simón Rodríguez. Tampoco a sus predecesores, Francisco de Miranda, separado de la causa. Peor, después de todo, a sus sucesores quienes se repartieron estas patrias recién paridas a dentelladas. Aquellos que mataron a Antonio José de Sucre, como se lee en ese libro de tambores que es El Mariscal que vivió de prisa, de Mauricio Vargas Linares.

Cuando escribí el ensayo sobre la Batalla de Ibarra, del 17 de julio de 1823, me pregunté dónde estaba el héroe en los días previos. Gracias al libro Bolívar, de Indalecio Liévano Aguirre, lo encontré reponiéndose en una hamaca en la hacienda El Garzal, cercana a Babahoyo, mientras se preguntaba si la rancia aristocracia limeña, liderada por el monarquista José de Canterac, podría revivir al Virreinato agónico.

Otros frentes eran más importantes que la reunión con José de San Martín, en Guayaquil, este propugnando el orden tradicional y el otro un cambio social. La lejana Maracaibo estaba a punto de caer. Y además, se encontraban los recios pastusos -más realistas que el propio rey- quienes habían caído bajo el influjo del púlpito, tal es la palabra, y ya habían vencido en Pasto al entonces coronel Juan José Flores. Un hombre los lideraba: Agustín Agualongo, que llevaba una década en guerra y estuvo en la Batalla del Pichincha. ¿Qué había pasado en Pasto? 13 años de púlpito feroz. En otras palabras, los curas que defendían sus privilegios causaron su efecto entre las buenas gentes.

En este contexto ocurre la Batalla de Ibarra, donde el Libertador dirigió personalmente la estrategia. Y esto porque perder la plaza de Pasto significaba, como escribió Bolívar a Santander, prolongar la guerra hasta el infinito, tomando en consideración todos los frentes abiertos. “Yo pienso defender este país con las uñas”, sentenció.


Pero Bolívar también pensó en la Patria Grande. En Ibarra, por los 194 años de la gesta que es también una algarabía de actos, estará la Orquesta Juvenil de Pasto. Además, el pequeño libro del ensayo, que se presentará mañana, tiene el texto generoso del historiador colombiano Antonio Cacua Prada. Al cabo, las fronteras nunca debieron crearse entre nosotros, porque son “cicatrices de la historia”. Ya lo saben desde siempre los poderosos oscuros: divide y triunfarás. Por eso, siempre le negaremos a Bolívar su frase que alude al mar.

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La venganza de Cantuña

Dos libros fundamentales están atribuidos al divino Homero -algunos dicen que era un aedo, que significa cantor, ciego-, La Ilíada y La Odisea. El primero inicia así: “Diosa, canta del pelida Aquiles la cólera desastrosa que asoló con infinitos males a los griegos y sumió a la mansión de Hades a tantas fuertes almas de héroes que sirvieron de pasto a los perros y a todas las aves de rapiña”.

El segundo relata las asombrosas aventuras de Ulises, quien no podía volver a la amada Ítaca, bajo la maldición de Poseidón: “Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya, conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes”. La Ilíada es un libro de guerras, de traiciones, de embustes de un prodigioso caballo de madera; el otro, en cambio, nos muestra a los cíclopes, sirenas, y a Ulises amarrado al mascarón de proa. El uno muestra las historias de las batallas y su épica, el otro de la mitología y sus seres fantásticos. Los dos libros, en su tiempo, eran considerados como historias reales y nacieron de la tradición oral. En La Ilíada, en su primer párrafo, habita la muerte en la ira, los héroes comidos por los perros y las aves de rapiña, en La Odisea, nos promete las aventuras de un hábil varón perdido, después del combate, y el acercamiento a otras gentes. Y eso, porque desde el inicio de un texto, además de su tensión y su ritmo, podemos advertir su argumento.

Son diferentes miradas desde la época de los griegos, con un Platón que defendía el mito ante un Aristóteles que profesaba la razón. Y esta razón pura -a lo Kant- ha sido declarada como valor absoluto de la cultura de Occidente. Por eso los relatos de los abuelos y abuelas pasaron a ser una superchería porque el mito dejó de ser considerado como una revelación de los dioses.

Además, es una antigua disputa entre dos vertientes, la una iniciada por el primer historiador griego Heródoto, quien fue a Egipto para encontrar las simbologías de antiguas prácticas mortuorias, y la otra, por Tucídides, historiador militar, donde sus evidencias de causa-efecto dejan a un lado a la intervención de los dioses.

En Occidente, la historia de las batallas triunfó sobre los mitos. De allí que Pío Jaramillo Alvarado señalaba que: “Los viejos y cultos europeos han borrado nuestra prehistoria de una plumada irrespetuosa por haber encontrado las tradiciones de su origen confundidas con la fábula. El sentido de la historia no tiene la rigidez de un proceso judicial, y sus métodos son deductivos, inductivos, de observación y de experiencia. No es el testimonio escrito lo que siempre se ha de exigir sino que, en la naturaleza, en las capas terrestres y hasta en las convulsiones volcánicas, se han de rastrear los datos de la vida de un pueblo... nada hay tan respetable como la leyenda”.

Ecuador, como todos los países, tiene importantes mitos. Son parte sustancial de nuestra identidad y deberían ser enseñados como aprendemos sobre las batallas. Por este motivo, por allí anda suelto Cantuña, engañando al mismísimo diablo

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¿Cuándo se jodió el periodismo en Perú?

“Cocodrilos de altura, mono, gorila, son unos negros apretados que si te muerden te dan ébola” fueron las palabras del presentador Phillip Butters (a quien Martha Moyano le recordó que es afrodescendiente). Ahora, apela a la libertad de expresión, a la broma, a que si no le gusta cambie de canal; “sorry baby”, dice a Felipe Caicedo.

En Foros Perú se lee que allá a los ‘negros’ les dicen ‘cocodrilos’. Curioso, los esclavizados traídos de África deben ser tratados, en el siglo XXI, como si fueran verdugos, con todos los estereotipos. El libro Piel negra, máscaras blancas, de Frantz Fanon, señala que la ‘trata de negros’ supuso una operación que atrasó en medio milenio a la Mama África. Martin Luther King y Mandela son referentes para todos.

Desde 1940 no hay un censo en Perú que pregunte específicamente sobre lo afroperuano. La mitad de ellos ha sido insultada en la calle, denuncia el Centro de Estudios y Promoción Afroperuanos, aunque un tercio de América Latina, unos 150 millones, es afrodescendiente.

Por eso, leer sobre Butters, desde su homofobia, machismo y racismo llevan a un punto: la indignación, como nos recuerda el libro Indignaos de Stéphane Hessel. También, como si se tratara de la última novela Cinco Esquinas de Mario Vargas Llosa, donde aparece la singular reportera la ‘Retaquita’, uno se inclina a creer que estos personajes son únicamente de ficción truculenta.

¿En qué momento se jodió el periodismo en un país que tiene un referente: Etiqueta Negra? La República de Perú, en un artículo de María Elena Hidalgo, tras las audiencias, señala: “Vladimiro Montesinos destinó al menos $ 22 millones para el financiamiento de la ‘prensa chicha’, con la finalidad de apoyar la campaña reeleccionista de Alberto Fujimori y atacar a la oposición política y periodística, entre 1998 y 2000… Por cada portada de cada diario la mafia pagaba entre $ 2.000 y $ 3.000 al día, con fondos del presupuesto de las Fuerzas Armadas desviados al SIN”.

Para la académica Rosa Zeta, “el problema de los periódicos en el gobierno de Fujimori fue la desinformación, no porque faltara, sino que fue tendenciosa y se ocultó información relevante para el desarrollo de la sociedad. Es decir, se espectacularizó la información y los principios rectores del periodismo se anularon... Este gusto por lo superfluo quedó en la sociedad”.

El Nobel peruano de Literatura es contundente: “El peligro viene desde dentro del periodismo empujado por una necesidad de un público cada vez más interesado en el entretenimiento que en la información. Se acabó esa frontera. El amarillismo y el entretenimiento han pasado a ser los valores dominantes. Y el periodismo es víctima de eso… A veces la realidad es confusa. Siempre hay una manera de ser honestos”.


A la prensa sensacionalista lo único que la disuade, más allá de la presión social, es el retiro de los anunciantes. Cuando se topa al bolsillo, pocos medios resisten. Esto recuerda al libro No Logo de Naomi Klein, quien sugiere también el boicot. Y ahí no hay “sorry baby” sino, como diría el duro Terminator, “¡Hasta la vista, baby!”. 

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