domingo, 26 de enero de 2014

Las Tres Marías de Chalguayacu



En la primera mitad del siglo XX, tres niñas de Chalguayacu, Rosa Elena, Gloria y María Magdalena Pavón, oían a este prodigio de la banda mocha que nació imitando a las bandas populares mestizas de viento, pero como no tenían instrumentos propios tuvieron que inventarse con lo que había. Así los trombones, tubas y fiscornos -estos últimos que nacieron a inicios del XIX como una suerte de trompeta para la cacería de la aristocracia alemana- fueron reemplazados por los puros, esas sencillas calabazas; saxofones, barítonos y trompetas mudaron a pencos, esos canutos que en los labios de los negros parecían de metal; clarinetes, flautas y piccolos pasaron a convertirse en sonidos salidos de la aromática hoja de naranjo que, según el ejecutante, lograba sonidos indescriptibles. Además de bombos y, cuando no había, hasta tapas de ollas y, por si fuera poco, incluían níveas cumbambas de burro.

Las Tres Marías han sido declaradas  Patrimonio Vivo del Ecuador y son parte del proyecto Taitas y Mamas, que reúne a íconos de la música ecuatoriana. 

Pero las niñas tampoco podían acceder a ser parte de la banda, porque sus integrantes eran únicamente hombres. Así que, además de su condición de antiguas hijas de esclavos ahora se sumaba que eran mujeres. Pero ellas, otra vez le dieron vuelta a la tuerca de la historia, porque de sus voces salieron los instrumentos que les faltaban y se convirtieron en trompetas, en bajos, en coros, de ecos y contrapuntos, mientras una llevaba la melodía, esas mismas que habían escuchado en las voces de sus abuelas, que un día fueron arrastradas a una tierra ajena.

Las Tres Marías, como se las conoce, han sido declaradas Patrimonio Vivo del Ecuador y son parte del proyecto Taitas y Mamas, que reúne a íconos de la música ecuatoriana. Estas mujeres de más de setenta años caminan por las polvorientas calles de su pueblo con los pies descalzos y muestran una historia del pueblo afro. De hecho, una de ellas conserva las huellas de la enfermedad de la pobreza: tiene bocio por falta de sal yodada.

Gloria, en la actualidad, vende las escasas frutas de su chacra en el mercado de Otavalo, María Magdalena es partera, mientras Rosa Elena, como si los jesuitas jamás se hubieran ido, tiene las llaves de la iglesia donde está el santo de la Compañía de Loyola, Francisco Xavier, y prepara los bautismos. Sin embargo, esta mujer de ojos de miel y sonrisa amplia, también es curandera, como si la sangre de los mandingas aún corriera por sus venas. Y eso nos evoca al tiempo en que uno de los chivos se convertía en el Diablo de los Mil Cachos y se paraba al frente del río Chota, para desbordarlo… Mas, mientras estas mujeres recias canten por los áridos parajes, no hay de qué preocuparse.

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