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Un
poco de tinta
En los tiempos antiguos tener patente de corso
significaba ir por los mares –amparado por un Gobierno- para perseguir a los
piratas. En definitiva, el corsario era otro filibustero que –con las técnicas
de la guerra- se hacía con el botín. Sin embargo, a veces, ese corsario se
rebelaba contra ese sistema y prefería arribar a una isla y no precisamente
para enviar mensajes en una botella.
Ser articulista en un diario de provincia (o
en cualquier diario) es ser un corsario de papel, pero armado con un cañón de
certezas. Tarde o temprano, el corsario elige comulgar con los designios del
Poder, prefiere una jubilación digna para poner en reposo su ojo tuerto o
simplemente es echado por la borda. Y, a veces, es preferible estar con los
tiburones.
Más tenebrosos que los piratas –en este caso
representados por los camaradas periodistas- son los jefes y sus aliados, que
puede ser quienes detentan un Poder simbólico y religioso. Tras escribir el
artículo Satán, literalmente pasé a la tabla ubicada en la proa. Por lo demás,
dicho artículo es académico y es una referencia al libro La guerra de las
imágenes, de Serge Gruzinsky, o si se quiere una clase de maestría de Cultura,
en la Universidad Andina Simón Bolívar, aunque habría preferido que sea de los
signos del Señor de la Luz. Ya lo decía don Quijote: “Con la iglesia hemos
topado, amigo Sancho”.
Lo propio me ocurrió en cierta Escuela de
Comunicación por solicitar a los alumnos que lean esa novela policial que es El
código da Vinci. Y es verdad, uno cree que la Inquisición era una institución
medieval y no se percata de los nuevos inquisidores, amparados en los nuevos
púlpitos electrónicos. ¿Qué defienden, mientras levantan sus palabras que
hablan del amor al prójimo? Creo que defienden la ignorancia, en un Mundo donde
el conocimiento es cambio.
Aquí están los textos que aparecieron en una
memorable época del año 2005 en el diario La Verdad, de Ibarra, fundado por el
Obispo de los Indios, Monseñor Leonidas Proaño, del que tuve que salir como
corsario de papel. Debo agradecer especialmente al entonces gerente, Rafael
Granja, quien me brindó la aventura de creer que es posible soñar. Estas
palabras prueban que no nos equivocamos, como tampoco lo hicimos cuando
visitamos Pucahuico. Además a todo el equipo, desde aquel que aún desempolva
los tipos hasta aquellos que cada madrugada llevan a vender el diario con la
promesa de un pan. Y, claro, a los directivos y, por supuesto, a los lectores
por permitirme ser un auténtico corsario en un mar de tinta, tan dichoso como
un calamar.
Ahora, es la Universidad Técnica del Norte, de
Ecuador, quien ampara estos textos con la certeza de que es posible la
diversidad de opiniones y la búsqueda de un sentido en las palabras. El libro
está abierto como un abanico para que –como si se tratara de un viaje sin
retorno- el lector pueda entrar a un laberinto. A propósito, los temas no
hablan de esa perversidad que es el vértigo de los asuntos noticiosos sino que
prefiere temas universales y sin tiempo, alejados de ese Poder perverso. Al
amparo de una nave –con la insignia de una calavera- el autor busca encontrar
el último arrecife, en los ojos de una muchacha.
JCMM, Ibarra, 5 febrero 2008
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