domingo, 25 de noviembre de 2012

Venganza de los celulares


Con la posibilidad de escribir 150 caracteres, en los celulares, también podrían retornar los micropoemas. La idea no es descabellada, como se verá más adelante. Acaso, si así lo quisieran, las empresas telefónicas podrían enviarnos, de cuando en cuando, al caer la noche, algunas de estas estructuras poéticas que son de las más difíciles de realizar porque son una suerte de intrincadas joyas del lenguaje.
Por ejemplo, estos 100 caracteres de Jorge Carrera Andrade: “Nuez: / Sabiduría comprimida / diminuta tortuga vegetal, / cerebro de duende / paralizado por la eternidad” o este otro poema: “Tortuga: La tortuga en su estuche amarillo / es el reloj de la tierra / parado desde hace siglos”.
Los micropoemas están emparentados con los haikus japoneses, como aquel escrito por Mukai Kyorai, en el siglo XVIII: “Cima de la peña: / allí hay otro huésped / de la luna”. Sería inolvidable que pudiera llegar un tanka de Borges. “Alto en la cumbre / todo el jardín es luna, / luna de oro. / Más precioso es el roce / de tu boca en la sombra”, pero también los propios haikus del maestro ciego: “¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga?” o “Callan las cuerdas. / La música sabía / lo que yo siento”. También se puede intentar enviando grafitis: “La sociedad construye abismos. Hay niños en la calle vendiéndolos”, ahora que los banqueros andan por el barrio. Hasta el microcuento de Monterroso podría calzar en un mensaje: “El Dinosaurio: Cuando despertó, el dinosaurio todavía está allí”.
Todo esto, porque hace algún tiempo el Ayuntamiento de Madrid, acorde con los tiempos, organizó el concurso para celulares, en torno al tema de Don Quijote y su escudero Sancho. El ganador: “El universo dejó de expandirse. Cronos cangrejeó. Don Quijote arrinconó las armas para su bisabuelo y volvió dichoso a sus libros, fénix de papel” (de David López-Serrano). Y las menciones fueron:
1. “Con el gigante sol de primavera, nunca un estrecho hízose tan ancho. Mal herido cabalga, ya sin Sancho, Don Quijote montado en su patera” (David Bernal, de Alcalá de Henares). (En las pateras llegan los inmigrantes norafricanos).
2. “Quijadillas de caballete andoso. Valentrinas orgullantes de grotesco personazco. Jadalguitis, panzanchanza” (Luis Prabilla, de Madrid).
3. “Llamas nunca vistas. ¿Ardió Esplandián? ¿Y Florismarte? Exigían un haiku de fe: la misma hoguera/alumbraba al caballero/y engulle al hombre” (Pablo Vázquez Pereira, de Orense).
4. “Un molino, dos molinos, tres molinos. Coño, ¡El Quijote!” (Ángel Carrasco, de Madrid). Parece que los celulares no son tan malos como los pintan.




Tomada de la edición impresa del Sábado 24 de Noviembre del 2012


domingo, 18 de noviembre de 2012

Mitologías de Quito


“Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya, conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes”, dice el inicio en verso de “La Odisea”, escrita a finales del siglo VIII, a de N.E., y atribuido al divino Homero, el mismo autor de “La Ilíada”, donde se alude a los combates heroicos.
En los dos libros está Ulises. En el primero urde estratagemas contra el cíclope, huye de las sirenas, suspira por el amor de Penélope, recuerda a su perro Argos, Calipso llora, enfrenta al ignoto mar; el Ulises de la Ilíada está pendiente de las ansias de poder, de la vanidad, la guerra y la codicia. “La Odisea” es un libro de mitologías y “ La Ilíada”es la historia oficial y del poder y sus batallas.
Nuestro país, como todos, tiene sus versiones, iniciando con esa hermosa creación que es el Reino de Quito, de Juan de Velasco, continuando con la honestidad de Federico González Suárez, las nuevas propuestas históricas, cuyo editor es Enrique Ayala Mora, hasta las nuevas corrientes historiográficas. Pero también están quienes han trabajado en la mitología, como Paulo de Carvallo-Neto, las recopilaciones de Édgar Freire, las acuciosas investigaciones de Manuel Espinosa Apolo o esa creatividad de Quito Eterno.
Hay que decirlo, la historia del poder tiene más prestigio, lo otro ha sido -lo continúa siendo- tachado de superchería o cuentos de viejas, aunque las nuevas corrientes del pensamiento, como la etnohistoria encabezada por Levi-Strauss, les dieron un sustento teórico, porque no olvidemos que los dioses del Olimpo, como otras deidades, son parte de la mitología.
Esto a propósito de que el último jueves el Pensionado Universitario, de Quito, organizó el VIII Festival de las Leyendas de Ecuador en inglés, donde participan colegios capitalinos o invitados de provincia, con videos de las leyendas filmados, actuados, pensados por los jóvenes. Además, cada colegio recibe una estatuilla de Cantuña, entregada por la Municipalidad quiteña, que declaró a noviembre “Mes de la leyenda y tradición ecuatoriana”.
Para Consuelo Páez Salvador, la memoria ancestral debería llegar a los barrios, como esas antiguas tertulias donde los abuelos nos tenían en vilo con los relatos de los duendes y las cajas roncas. Los chicos y chicas hacen su trabajo, ahora tienen la palabra los cineastas ecuatorianos. No olvidemos que “Harry Potter” y “El Señor de los Anillos” son puro mito. Ojalá, algún día, nuestras brujas voladoras aparezcan en pantalla gigante. Mientras tanto, hay que volver a “La Odisea”: “Canta, oh Musa, la cólera del pélida Aquiles”.


http://www.eltelegrafo.com.ec/index.php?option=com_zoo&task=item&item_id=61714&Itemid=29


Tomada de la edición impresa del Sábado 17 de Noviembre del 2012


sábado, 10 de noviembre de 2012

Fotografías antiguas de Ibarra


Borges, en una inscripción, nos recuerda, además de los crepúsculos, “lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma... Solo podemos dar lo que ya hemos dado. Solo podemos dar lo que ya es del otro”. Esto a propósito de la presentación del libro “Imágenes de Ibarra”, del fotógrafo Miguel Ángel Rosales (1902-1994), editado por el Consejo Nacional de Cultura, del Ministerio del ramo, en la memorable colección Fotografía del Siglo XX, que no debería morir.
De memoria y olvido está hecha esta obra. Lo primero porque, al fin, podemos apreciar a una Ibarra desde los treinta a los sesenta, del siglo pasado, con un esplendor de postales panorámicas, una iniciativa de su autor que no se contentó con retratar a sus paisanos o asistir a bodas, sino que nos legó una nueva mirada.
Alex Schlenher, quien realizó su tesis sobre la obra del fotógrafo, lo dice: “Sin distinción de clase, etnia, género o edad, por el lente de Rosales pasó la gran mayoría de la población de Ibarra y sus alrededores. El fondo visual que deja el Foto Estudio Rosales de la calle Pedro Moncayo incluye por igual imágenes de mujeres y hombres -indios, negros, mestizos- de distintas edades. Medio siglo de la vida social y política de Ibarra quedó condensado en miles de imágenes de todos los formatos y tamaños habidos y reinventados. El mismo ciclo de la vida quedó plasmado en las fotografías de un hombre que, fiel a su espíritu de inventor, intervenía la mecánica de las cámaras para sacarles el máximo provecho. Una reciente investigación sobre el lenguaje fotográfico arrojó que el fotógrafo desarrolló un complejo sistema de láminas interiores para poder emplear los diferentes segmentos de la placa fotosensible en distintos momentos”.
Lo del olvido se debe a que aún en nuestras urbes miramos pasar a los sencillos fotógrafos que pulsan cada día lo que somos. Cuántas imágenes se perderán en estos años, cuántos rostros serán, con el polvo y la desidia, de cualquiera. Este libro de fotografías es como el primer álbum familiar de Ibarra, donde no se destacan los ennoblecidos sino la vida cotidiana de la urbe y sus alrededores. Aparece un flamante cuartel del parque La Merced, mientras en la actualidad una casa patrimonial es derruida por la indolencia.
La generosidad de Rosales está ahora en un libro. Pasarán los políticos locales sin pena ni gloria y, al final, una imagen de este fotógrafo valdrá más que los cuatro años en sus asientos de uno de ellos, porque no entienden el valor de preservar la memoria. Y todo lo que no se cuida se lo lleva un señor que se llama Alzheimer, quien no entra en la foto.




Tomada de la edición impresa del Sábado 10 de Noviembre del 2012


martes, 6 de noviembre de 2012

Presentación Libro Fotografías Siglo XX

El Consejo Nacional de Cultura y el Ministerio de Cultura invitan a la presentación del décimo segundo volumen de la Colección "Fotografias del Siglo XX"

Ibarra

Con Fotografias de Miguel Angel Rosales y
       Textos de Juan Carlos Morales Mejía

El jueves 8 de Noviembre de 2012, 19h00

Teatro del Ministerio de Cultura, calles Oviedo y Sucre, Ibarra



domingo, 4 de noviembre de 2012

Canto a los muertos


Según el mito griego, Caronte conducía a las sombras de los difuntos de un lado a otro del río Aqueronte hacia la morada del Hades. Pero había una condición: el recién fallecido debía tener un óbolo para pagar al temible barquero porque de lo contrario estaba condenado a vagar durante cien años hasta que este olvidara la deuda.
De allí que en la Grecia antigua era costumbre poner una moneda en la boca del muerto para que pudiera abonar el metálico a ese anciano de ropajes oscuros y antifaz. Los traidores y los suicidas no tenían esa ventura.
Esta simbología llega en esta época de colada morada y guaguas de pan, que también representan las ofrendas a los difuntos desde el legado del mundo andino y su cultura del maíz. En los cementerios indígenas aún los deudos comparten su comida y su música.
En el libro “Atala”, del Vizconde de Chateaubriand, hay una escena memorable dicha por el extranjero: “¡Infortunados indios, que he visto errar por los desiertos del Nuevo Mundo con las cenizas de vuestros abuelos! ¡Vosotros, los que me habéis dado hospitalidad a pesar de vuestras miserias, yo no puedo devolvérosla, hoy día, porque errante también, a merced de los hombres, soy menos dichoso en mi destierro, pues no traje conmigo los huesos de mis padres!”.
El poema “Coplas a la muerte de su padre”, de Jorge Manrique, desde el siglo XV, clama: “Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando, / cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado, / da dolor; / cómo, a nuestro parecer, / cualquier tiempo pasado / fue mejor”.
Siempre es doloroso enfrentarse a las tumbas de nuestros mayores, porque nos devuelven un espejo de lo que un día seremos. De allí que el tema “Vasija de barro” sea también un recordatorio de ese regreso a la tierra. La primera estrofa, de Jorge Carrera Andrade, dice: “Yo quiero que a mí me entierren / como a mis antepasados / en el vientre oscuro y fresco / de una vasija de barro”. En un antiguo documental, el pintor Oswaldo Guayasamín, cuya una de sus obras fue motivo de inspiración de la canción, muestra el libro donde fue escrito este tema emblemático.
Curiosamente las sucesivas estrofas, del mentado poeta más Hugo Alemán, Jaime Valencia y Jorge Enrique Adoum, están borroneadas en las guardas y contraguardas de la obra “En busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust. En esta época, vuelvo al poema “La lluvia”, de Borges: “…La mojada tarde / me trae la voz, la voz deseada, / de mi padre que vuelve y que no ha muerto”.



Tomada de la edición impresa del Sábado 03 de Noviembre del 2012