Hace algún tiempo, para Trama, escribí el libro Quito:
las calles de su historia, así que nada mejor que compartir tres microrrelatos
como homenaje a esta urbe mágica. Iniciaré con la calle García Moreno:
En la Colonia, el Corpus Christi era pomposo. Para los
altares se levantaron siete cruces, con telas pintadas y brocados. Años
después, Eugenio de Santa Cruz y Espejo -al amparo de la noche- colgaba
panfletos libertarios: ‘Salva Cruce Liber Esto. Felicitatem et Gloriam
consequto’, que significa: ‘Felicidad y Gloria conseguiremos. Al amparo de la
Cruz seremos libres’.
Para el siglo XIX la calle de las Siete Cruces se
cubrió de sangre. Faustino Rayo, de catorce machetazos, ultimó al presidente
Gabriel García Moreno, en una conspiración de varios frentes. A la altura de la
iglesia de La Compañía -de fachada barroca- está un corazón de piedra sin
espinas: representa la Piedad del Crucificado para esta calle que ha visto
demasiado.
Paralela a esta memorable arteria se encuentra la
calle Venezuela. Aquí su historia: De plata fueron hechas las lunas menguantes
para los pies de las Vírgenes de madera. Los devotos iban a la calle de la
Platería para pedir favores a sus santos a cambio de joyas o indulgencias que
solicitaban los conquistadores cuando se hacían viejos, como perdón de sus
pecados. Estos hombres de antiguas corazas acaso querían olvidar sus
sangrientas masacres contra los indígenas.
Iban a las capellanías a pagar misas para toda la
eternidad porque sabían que las imágenes de madera eran benévolas con las almas
atormentadas.
En 1613, el Alguacil Mayor de Quito, don Diego Sánchez
de la Carrera había llegado de allende el mar para decidir sobre la vida de los
quiteños. Acaso, quisieron halagarlo y la calle se llamó De la Carrera.
En la misma calzada, Antonio José de Sucre, patriota
venezolano, construyó su casa, con indicaciones que llegaban en cartas escritas
en el fragor de las batallas de independencia. Unas balas de la infamia lo
asesinaron en Berruecos, pero nadie olvida que de Venezuela también llegó el
ejército libertario de llaneros.
Para finalizar mi adelanto a las fiestas de Quito, la
emblemática calle de La Ronda, ahora tan visitada: Quito había sido construida
entre quebradas. Esta calle formaba parte de la cañada de Ullaguanga-yacu, que
fue rellenada como si se tratara de ocultar su antigua memoria. Significa
‘Quebrada de los gallinazos’, parte de una simbología andina desplazada ante la
llegada de los primeros pendones y crucifijos transportados en carabela.
Las casas de este sector fueron singulares: enrejados
de hierro, patios interiores y paredes que parecían ir en círculo. Así son
algunas calles de España y por eso se llamó La Ronda. Ahora la calle se llama
Juan de Dios Morales, inmolado junto a otros próceres en 1810, y a lo largo de
la vía los artesanos retocan niños dioses y fabrican trompos y guitarras. Por
esta senda angosta caminan los nuevos viajeros, por zaguanes que han olvidado
el primitivo barranco. La calle está escondida en ese Quito eterno y por eso,
acaso, tiene un hechizo que se cuela en el aire.