domingo, 30 de noviembre de 2014

Libro Las calles de Quito



 
Hace algún tiempo, para Trama, escribí el libro Quito: las calles de su historia, así que nada mejor que compartir tres microrrelatos como homenaje a esta urbe mágica. Iniciaré con la calle García Moreno:

En la Colonia, el Corpus Christi era pomposo. Para los altares se levantaron siete cruces, con telas pintadas y brocados. Años después, Eugenio de Santa Cruz y Espejo -al amparo de la noche- colgaba panfletos libertarios: ‘Salva Cruce Liber Esto. Felicitatem et Gloriam consequto’, que significa: ‘Felicidad y Gloria conseguiremos. Al amparo de la Cruz seremos libres’.

Para el siglo XIX la calle de las Siete Cruces se cubrió de sangre. Faustino Rayo, de catorce machetazos, ultimó al presidente Gabriel García Moreno, en una conspiración de varios frentes. A la altura de la iglesia de La Compañía -de fachada barroca- está un corazón de piedra sin espinas: representa la Piedad del Crucificado para esta calle que ha visto demasiado.

Paralela a esta memorable arteria se encuentra la calle Venezuela. Aquí su historia: De plata fueron hechas las lunas menguantes para los pies de las Vírgenes de madera. Los devotos iban a la calle de la Platería para pedir favores a sus santos a cambio de joyas o indulgencias que solicitaban los conquistadores cuando se hacían viejos, como perdón de sus pecados. Estos hombres de antiguas corazas acaso querían olvidar sus sangrientas masacres contra los indígenas.

Iban a las capellanías a pagar misas para toda la eternidad porque sabían que las imágenes de madera eran benévolas con las almas atormentadas.

En 1613, el Alguacil Mayor de Quito, don Diego Sánchez de la Carrera había llegado de allende el mar para decidir sobre la vida de los quiteños. Acaso, quisieron halagarlo y la calle se llamó De la Carrera.
En la misma calzada, Antonio José de Sucre, patriota venezolano, construyó su casa, con indicaciones que llegaban en cartas escritas en el fragor de las batallas de independencia. Unas balas de la infamia lo asesinaron en Berruecos, pero nadie olvida que de Venezuela también llegó el ejército libertario de llaneros.

Para finalizar mi adelanto a las fiestas de Quito, la emblemática calle de La Ronda, ahora tan visitada: Quito había sido construida entre quebradas. Esta calle formaba parte de la cañada de Ullaguanga-yacu, que fue rellenada como si se tratara de ocultar su antigua memoria. Significa ‘Quebrada de los gallinazos’, parte de una simbología andina desplazada ante la llegada de los primeros pendones y crucifijos transportados en carabela.

Las casas de este sector fueron singulares: enrejados de hierro, patios interiores y paredes que parecían ir en círculo. Así son algunas calles de España y por eso se llamó La Ronda. Ahora la calle se llama Juan de Dios Morales, inmolado junto a otros próceres en 1810, y a lo largo de la vía los artesanos retocan niños dioses y fabrican trompos y guitarras. Por esta senda angosta caminan los nuevos viajeros, por zaguanes que han olvidado el primitivo barranco. La calle está escondida en ese Quito eterno y por eso, acaso, tiene un hechizo que se cuela en el aire.


sábado, 22 de noviembre de 2014

10 años de leyendas en Quito



Al hombre que cabalga largamente por tierras selváticas le acomete el deseo de una ciudad, nos dice Ítalo Calvino. Así, al revés, en medio del asfalto y el neón, al humano de la ciudad le acomete el deseo del mito. Esas antiguas voces que le hablan de sus orígenes. Por ejemplo, de los volcanes que se aman o de los hombres y mujeres que subieron la cordillera para fundar una ciudad que no verían nunca, presente en el mito de Quitumbe.

En la mitología está la otra historia. No aquella de las batallas ni de los héroes que, con el tiempo, “son espectros en desvanecidos caballos”, como nos recuerda Borges. El mito es una construcción colectiva, voz de voces. La otra -respetable, por cierto- va con el vaivén de las épocas y también de los intereses (cuántos no se han colgado de la capa de Bolívar).

Hace diez años, en el Pensionado Universitario de Quito nació una idea sencilla y profunda. Consistía en que los colegiales amaran esas otras historia, pero en inglés. Entonces los jóvenes se vistieron de cucuruchos, de duendes, de cantuñas y almas en pena, para producir -al inicio de manera casi artesanal- videos de las leyendas ecuatorianas.

El pasado martes tuvieron su gala los cortometrajes de El cóndor enamorado, del colegio María Auxiliadora; La joven de la ciénega, del APCH; se paseó ese personaje esmeraldeño de la Tunda, a cargo de Ludoteca; el colegio Franz Schubert presentó La ciudad escondida de Chimborazo; por su parte la Academia del Valle -para desterrar esa idea del regionalismo- se inspiró en El naranjo encantado, un hermoso mito de Guayaquil sobre un árbol que florecía en el cerro Santa Ana; y los anfitriones recrearon al Señor de Sarabia.

El tesón del Pensionado Universitario, una verdadera familia guiada por la pasión de la educación, consiguió hace algunos años que el Municipio de Quito declarara a noviembre como el mes de la leyenda. Esta tarea de robustecer el orgullo de lo ecuatoriano, además de coadyuvar en lo pedagógico y el aprendizaje del inglés, ahora cuenta con sesiones de capacitación intercolegiales por parte del Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador.

Pero aún los cineastas nos deben la filmación de estas historias. Porque de eso se trata Harry Potter o El Señor de los Anillos, la valoración de los antiguos mitos que, para estos casos, vienen de la vertiente anglosajona, específicamente céltica. ¿Acaso nuestro Cantuña no merece estar en pantalla grande? Cada vez que miro el excelente filme El jinete sin cabeza, protagonizada por Johnny Depp, como el agente Ichabod Crane, me pregunto sobre lo fantástico que sería producir en el país la mítica Caja ronca y sus cucuruchos.

Eso es precisamente lo trascendente de este décimo evento: mostrar a los jóvenes que, amando su tierra, pueden armar la brújula para saber quiénes son, hacia dónde mirar primero. Ojalá que otros colegios preparen más festivales de esa diversidad que es Ecuador. Entonces sí, un día, a un joven le acometerá el deseo de conocer su propia historia, la que estaba escondida.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Carta a México



¿Por qué cuarenta y tres jóvenes han desaparecido?, se pregunta Jorge Volpi, a propósito de los muchachos del normal de Ayotzinapa, desaparecidos en Iguala. Y continúa: ¿Por qué no pronunciamos a diario, en voz alta, los nombres de Jhosivani, Luis Ángel, Marco Antonio, Saúl Bruno, Jorge Antonio, Abel, Carlos Lorenzo, Adán Abraján, Felipe Arnulfo, Emiliano Alen, César Manuel, Jorge, José Eduardo, Israel, Antonio, Christian Tomás, Luis Ángel, Miguel Ángel, Benjamín, Alexander, Leonel, Everardo, Doriam, Jorge Luis, Marcial Pablo, Jorge Aníbal, Abelardo, Cutberto, Bernardo, Jesús Jovany, Mauricio, Martín Getsemany, Magdaleno Rubén, Giovanni, José Luis, Julio César, Jonás, Miguel Ángel, Christian Alfonso, José Ángel, Carlos Iván, José Ángel e Israel? Elena Poniatowska, en el Zócalo, se pronuncia: “Así como se dice ‘Sin maíz no hay país’, sin los jóvenes no hay nada”. Ante esto, no queda más que las palabras de México.
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“-¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad. -No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti”. Juan Rulfo, en El llano en llamas.
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“No amo mi patria. / Su fulgor abstracto  es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, / gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas / -y tres o cuatro ríos”. José Emilio Pacheco, en Alta traición.
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“Dales la vuelta,  / cógelas del rabo (chillen, putas),  / azótalas,  / dales azúcar en la boca a las rejegas,  / ínflalas, globos, pínchalas,  / sórbeles sangre y tuétanos,  / sécalas,  / cápalas,  / písalas, gallo galante,  / tuérceles el gaznate, cocinero,  / desplúmalas,  / destrípalas, toro,  / buey, arrástralas,  / hazlas, poeta,  / haz que se traguen todas sus palabras”. Octavio Paz, en Las palabras.
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“Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores en cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: Se alquila paraíso en ruinas”. Juan José Arreola, en Armisticio.
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“El mundo ya no es mundo de la palabra / nos la ahogaron adentro / como te asfixiaron, como te desgarraron a ti los pulmones / y el dolor no se me aparta, solo tengo al mundo / por el silencio de los justos / solo por tu silencio y por silencio, Juanelo”. Poema de Javier Sicilia a su hijo asesinado.
“De los huesos también, / de la sal más entera de la sangre, / del ácido más fiel, / del alma más profunda y verdadera, / del alimento más entusiasmado, / del hígado y del llanto, / viene el oleaje tenso de la muerte, / el frío sudor de la esperanza, / y viene Dios riendo”. Jaime Sabines en el texto Algo sobre la muerte del mayor Sabines.
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“Yo no he visto candidato / que no sea convenciero; / cuando suben al poder / no conocen compañero. / Zapata le dijo a Villa: / -Ya perdimos el albur; / tú atacarás por el Norte, / yo atacaré por el Sur. / Ya con esta me despido / porque nosotros nos vamos / que se termina el corrido: / despierten ya mexicanos”. Corrido mexicano de inicios de la Revolución.
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domingo, 9 de noviembre de 2014

Juan Gelman y los contemporáneos



Corría el siglo XVIII en el país de los samuráis y de las geishas. Los poetas pensaban en las estaciones y escribían esas mínimas joyas llamadas haikus. Mukai Kyorai caminaba a su sitio habitual de contemplación, pero casi al llegar observó que otro poeta había ocupado su lugar. Escribió: “Cima de la peña: / allí hay otro huésped / de la luna”.

Borges se negó a escribir novelas porque consideraba que entre capítulo y capítulo hay demasiadas cosas farragosas. Y esto, porque acostumbrados como estamos a la literatura de Occidente, altamente barroca, hemos dejado a un lado los saberes de un Oriente que nos revela que la sencillez del verso corto no está exenta de profundidad. El propio Borges en uno de sus haikus lo muestra: “¿Es un imperio / esa luz que se apaga / o una luciérnaga?”.

Acá, en nuestra América -así como el microcuento- hay grandes cultores de los, llamémoslos, micropoemas (porque no cumplen necesariamente con los parámetros del haiku; primero, porque estos versos están basados en las estaciones y en otra rigurosidad ya abolida por el modernismo). Está el caso de Octavio Paz: “Hecho de aire / entre pinos y rocas / brota el poema”. Pero también nuestro entrañable Jorge Carrera Andrade: “Nuez: / Sabiduría comprimida / diminuta tortuga vegetal, / cerebro de duende / paralizado por la eternidad”.

Más, siempre es necesario volver a las fuentes. Así, tenemos la profundidad de Kobayashi Issa, nacido en la antigua provincia japonesa de Shinano en 1763. Nos ha dejado esto: “La lejana montaña / se destaca en los ojos / de la libélula”. Y este que es tan contemporáneo. “De no estar tú, / demasiado enorme / sería el bosque”. Hablando de este asunto comparto un pequeño relato de Eduardo Galeano, que nos acerca a esta realidad en El libro de los abrazos:

“¿Quiénes son mis contemporáneos? -se pregunta Juan Gelman. Juan dice que a veces se cruza con hombres que huelen a miedo, en Buenos Aires, París o donde sea, y siente que esos hombres no son sus contemporáneos. Pero hay un chino que hace miles de años escribió un poema acerca de un pastor de cabras que está lejísimos de la mujer amada y, sin embargo, puede escuchar, en medio de la noche, en medio de la nieve, el rumor del peine en su pelo; y leyendo ese remoto poema, Juan comprueba que sí, que ellos sí; que ese poeta, ese pastor y esa mujer son sus contemporáneos”.

En un momento de aparente velocidad hay que volver a las palabras de los antiguos porque acaso desde allí seamos curiosamente contemporáneos. Un haiku de Matsuo Basho, desde hace siglos, nos dice: “Este camino / ya nadie lo recorre / salvo el crepúsculo”. Por eso, quisiera compartir un micropoema, ahora que terminan las fiestas de Cuenca. Estaba sentado en la que, según dicen, la mejor esquina del mundo en el Mercado de las Flores, frente a la Catedral. Más allá se intuía el río. Pensé en el poema de Catalina Sojo: “Cae / el amanecer / las campanas ruedan en el aire desnudo”. Era casi la tarde y la promesa del último sol… Escribí: “Ciudad de cúpulas: / algo le falta / si no hay tus pasos”.