El tema de las herencias, tan debatido en estos días, también puede
mostrarse desde la literatura. “Come a gusto y placentero, y que ayune tu
heredero”, nos dice el refranero popular que también acota: “Lo heredado, no es
hurtado”.
Por su parte, Virgilio ya nos advirtió: “Admira y ensalza las extensas
posesiones, pero tú cultiva una pequeña heredad”. En este sentido, el
periodista estadounidense nos legó una metáfora: “Solamente dos legados
duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas”.
Y, en este punto, viene la frase de la bailarina Isadora Duncan: “La mejor
herencia que se le puede dar a un niño para que pueda hacer su propio camino,
es permitir que camine por sí mismo”.
Como notará el lector, el tema de la heredad no solamente, al menos para
estos pensadores, se traduce en labrado metal. También hay ironía. Así,
Randolfe Wicker comentaba: “Si no fuera clonado antes de morir, dispondré en mi
testamento que sea clonado después”.
Gaspar Melchor de Jovellanos escribía: “Perezcan de necesidad y de miseria
los que, habiendo disipado la herencia de sus padres o no sabiendo sacudir su
desidia, quieren todavía mantener el esplendor, rodeados por todas partes de la
miseria”. De esa misma esencia llega la voz de Pedro Calderón de la Barca
cuando señalaba: “¡Qué presto se consolaron los vivos de quien murió! Y más
cuando el tal difunto mucha hacienda les dejó”.
Jorge Cafrune escribió un legado: “Yo quisiera que mis hijas aprendan a
defenderse, a entender a una futura sociedad más justa. Que sepan no hacer
diferencias entre la gente, que sean normales, que quieran, que respeten al
semejante. Esa es la herencia que les voy a dejar: concepción social del mundo
en que viven. Que sean gente bien, no ricos ni pobres, sino buenos. Que sepan
dar, que sepan hacerse querer”.
Desde el Renacimiento, del siglo XV, nos habla el arquitecto y escritor
italiano Leon Battista Alberti para decirnos: “El mejor legado de un padre es
un poco de su tiempo cada día”. Y desde la filosofía oriental, Lao-Tse nos dejó
una frase que, con el tiempo fue atribuida a Confucio: “Si das pescado a un
hombre hambriento, le nutres una jornada. Si le enseñas a pescar, le nutrirás
toda la vida”.
¿Cuál puede ser la mejor herencia? Hay que leer la parábola del hijo
pródigo y de los talentos, pero también las profundas enseñanzas del islam, de
la cábala, de lo que nuestros abuelos andinos nos decían. Tal vez, para el
poeta, la mejor herencia es una frase que lo justifique, como decía Borges.
En Monólogo del insumiso, de Juan José Arreola,
podemos leer: “Estoy acribillado de deudas para con los críticos del futuro.
Solo puedo pagar con lo que tengo. Heredé un talego de imágenes gastadas.
Pertenezco al género de los hijos pródigos que malgastan el dinero de los
antepasados, pero que no pueden hacer fortuna con sus propias manos. Todas las
cosas que se me han ocurrido las recibí enfundadas en una metáfora. Y a nadie
le he podido contar la atroz aventura de mis noches de solitario, cuando el
germen de Dios comienza a crecer de pronto en mi alma vacía”. (O)
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