jueves, 21 de febrero de 2019

sábado, 9 de febrero de 2019

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De Sarajevo a Caracas, 2019/02/07


Cuando, a la distancia, miramos los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial nos encontramos con la frase de Christopher Clark, en el premonitorio libro <em>Sonámbulos</em>: “La contienda no pasó de ser la culminación de un conflicto de familia”.

Así lo señala Xavier Casals: “El zar Nicolás II, el káiser Guillermo II y Jorge V de Inglaterra eran primos. Asimismo, el káiser y el zar eran tataranietos del zar Pablo I. A la vez, el káiser, el rey de Inglaterra y la esposa del zar, Alejandra de Hesse-Darmstadt, eran nietos de la reina Victoria. En España, Alfonso XIII estaba casado también con una nieta de esta, y su madre estaba emparentada con el emperador de Austria”.

Después llegó el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, en medio de los nacionalismos. La situación se caldeó y vino la exclamación del káiser Guillermo II en alusión al zar y al rey de Inglaterra: “¿Pude haber soñado que Nicolás y Georgie me engañarían? ¡Si mi abuela viviera, jamás habría permitido esto!”.

¿Qué podemos decir de la guerra de Irak o de Libia? Mientras la CNN, en el primer caso, transmitía en vivo un conflicto con “daños colaterales”, en decir miles de víctimas que jamás salieron en los noticieros. ¿Qué podemos mencionar del desangre en Siria o Yemen? Hay un elemento común: petróleo. ¿Cómo escribirán con objetividad los historiadores del futuro lo que ahora acontece en Venezuela?

Lamentablemente, como nos recuerda Walter Benjamin, en su Tesis de Historia, traducida por Bolívar Echeverría, existen historiadores que tienen empatía con el vencedor. “Todos aquellos que se hicieron con la victoria hasta nuestros días marchan en el cortejo triunfal de los dominadores de hoy, que avanza por encima de aquellos que hoy yacen en el suelo”, junto con el botín de guerra, añadió.

Albert Camus lo dijo: “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”. Hay vientos de guerra en estos días y hay muchos que alientan con gasolina, de lado y lado, mientras unos pocos miran desde lejos haciendo cuentas.


Los duendes andan por Carchi, 2019/01/31


Con diferentes nombres los duendes y su mitología están presentes en todo el orbe. En España, en la zona norte, se llaman trasgos, y solo piden un abrigo cada año y un pozuelo de leche; están los elfos nórdicos; los gnomos. En Ecuador, hay de varios tipos: riviel, en Esmeraldas, tintín en Manabí, chuzalongos en Imbabura… Cada uno tiene su diferencia.

Los duendes de Carchi son melódicos y enamoradizos: les encanta la música y son bailarines. Por eso viven cerca de las cascadas, donde permanecen en sus mágicas celebraciones. Viven en sitios inaccesibles y “pesados”, es decir de mala energía. Cuando alguien los ve, no pasa nada. Pero cuando un duende o una duenda mira primero, inmediatamente la persona queda “enduendada”.

Por ese motivo acuden a sus llamados en lo que se denominan las malas horas: seis y doce, de la mañana, tarde y noche. Aparentemente, son atraídos por la maravillosa música que entonan y los duendes -como en todo el mundo- son traviesos. Estos seres mágicos los colman de obsequios y de pasteles, pero cuando el “enduendado” llega feliz a su casa, las tortas son en realidad majada de ganado, aunque el encantado siga insistiendo lo contrario, así lo cuenta Rosa Cecilia Ramírez, una incansable promotora de la cultura de Mira.

A diferencia de los duendes de características indígenas, como el chuzalongo, que vive en la Sierra central y que es un tanto sátiro, los duendes de la zona de Mira son más bien juguetones. Su rostro no tiene verrugas y son hermosos. Las duendas, según dicen, tienen la cabellera larga. La música es de apariencia celestial, porque los duendes son espíritus o ángeles caídos.

Tienen un sombrero de ala ancha y sus trajes son de colores brillantes. Eso sí, se desplazan a varios centímetros del suelo y cuando escuchan aullidos desaparecen. Acaso, los duendecillos que viven en Carchi se acercan más a la mitología europea que a la andina. Por eso, no hay que olvidar llevar un collar de ajo para que los duendes corran despavoridos.