domingo, 31 de enero de 2016

Sancho Panza y Dulcinea

Uno de los personajes más tiernos de la literatura universal es Sancho Panza. Siempre a lado de su amo, en espera de la prometida ínsula o recibiendo palazos, en medio de las ventas donde el hidalgo caballero pretendía deshacer entuertos. Don Quijote -al final- le entrega la prometida herencia y hasta el pobre y lloroso Sancho se queda con una talega de monedas que encontró en una de estas empresas.

El tema en torno al Caballero de la Triste Figura es inagotable. Siempre se presta -como en el texto de Borges, Pierre Menard, autor del Quijote- a múltiples lecturas. Esta ocasión viene del creador de La metamorfosis, aquel Gregorio que amanece convertido en un insecto. El otro microcuento es de Denevi, autor argentino que -literalmente- nos transporta a un mundo irreverente en torno a ese otro prodigio que es Dulcinea. Hay que recordar que debemos también a Sancho los refranes que aún perduran: “Dime con quién andas, decirte he quién eres”. Algo curioso, como muchas cosas del inmortal libro del Manco de Lepanto, es que no conocemos el nombre del asno de Sancho, mientras que nadie olvida a Rocinante, el caballo de Don Quijote. Dicho esto, aquí está lo prometido.

Franz Kafka, en La verdad sobre Sancho Panza, refiere: “Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote, que este se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin”.


Mario Denevi, en el texto El precursor de Cervantes, señala hablando de otro personaje memorable, Dulcinea: “Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchuelo y Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosas novelas de esas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besaran la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía treinta años y pozos de viruela en la cara. Finalmente se inventó un galán, a quien dio el nombre de Don Quijote de la Mancha. Decía que Don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de lances y aventuras, al modo de Amadís de Gaula y de Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, aguardando el regreso de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que a pesar de las viruelas estaba prendado de ella, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario don Quijote. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Dulcinea había muerto de tercianas”.

domingo, 3 de enero de 2016

Los retos de Ecuador

El problema -reconozcamos que es un problema- del país podría resumirse en una cosa: el cambio de chip. Y eso involucra a todos los aspectos. Por ejemplo, en el campo de la cultura no se puede únicamente creer que el país se construye desde lo étnico (esto en muchas ocasiones, además del paternalismo, insufla al mismo racismo).

También en el plano de la economía. Los verdaderos empresarios no pueden ser aquellos que compran un auto y lo venden más caro, con toda una línea de estrategias que incluye propio crédito y propio banco.

Se tiende, erróneamente, a pensar que los problemas de un país están directamente relacionados con el accionar político. Esa es una parte. La otra es lo que la propia sociedad construye. Y, como van las cosas, el tema del cambio de la matriz productiva -es decir pasar de agrarios a industriales o también al conocimiento- implica una apuesta de todos los sectores, pero fundamentalmente del área educativa. No es posible que aún existan universidades que se ufanen en mostrar como emprendimientos una poma de mermelada de frutillas (sin etiqueta, sin registro sanitario, sin adecuado diseño, sin comercialización, sin marketing…).

Obviamente, la tarea es dura y otra vez nos lleva al cambio de chip; en otras palabras, a instalar el adecuado software en nuestras cabezas. Wayne Dyer lo dijo: “La gente rígida nunca crece. Tiene la tendencia a volver a hacer las cosas de la misma manera que la han hecho siempre”. Hay que decirlo: nuestro país, en su gran mayoría, aún es agrario o exportador de materia prima, lo que le hace altamente conservador y aún apegado a los designios de las lluvias (de allí su afición por las deidades).

Y para saber de emprendimiento hay que mirar en otras realidades. Así, Henry Ford recién tuvo éxito en su tercer intento como emprendedor en 1903 con la introducción del auto Ford T, que revolucionó el transporte y la industria mundial. Nacido en una granja pobre de Míchigan, se sorprendió en sus inicios ante un invento que modificó al mundo: la máquina de vapor. Tras lanzar a su segunda empresa a la bancarrota, por dedicarse a mejorar sus prototipos, este inventor se constituyó en el padre de las cadenas de producción, bajando costos, pero elevando los salarios de los trabajadores.

Este es uno de los casos más notables de emprendimiento que, como muchos, nació en un garaje. Un siglo antes, en 1803, Jean-Baptiste Say concebía al emprendedor como un agente económico que une la tierra de uno, el trabajo de otro y el capital de un tercero para vender un producto. Para 1934  Joseph Alois Schumpeter aseguraba que un emprendedor era alguien que rompía con el statu quo porque creaba nuevos productos mediante la innovación. Y esto era precisamente el secreto del desarrollo económico.

Otra vuelta de tuerca la dio Peter Drucker al afirmar en 1964 que un emprendedor es alguien que tiene como propósito el cambio. En este sentido, Michael Porter dice: “La competitividad de una nación depende de la capacidad de su industria para innovar y mejorar. Las empresas consiguen ventajas competitivas mediante innovaciones”.