martes, 24 de diciembre de 2013

¡Odio la Navidad!

De las tradiciones de la humanidad, sin duda, el nacimiento de un niño -digamos migrante, para utilizar términos actuales- en un humilde pesebre, mientras lo buscan tres reyes magos para mirar al futuro rey, subyuga ya unos dos mil años. Por cierto, los nombres de los reyes, Gaspar, Melchor y Baltasar no constan en la Biblia sino en los evangelios apócrifos.
No seré cansino hablando de Papá Noel y sus renos, curiosamente anclado en los llamados malls, donde recibe cartas de los niños que le piden regalos, que acaso no podrá cumplir. No evocaré la idea del pesebre recreado por San Francisco, quien era amigo de los pájaros. Tampoco escribiré de los futuros rambos y barbies que se expenden entre el vértigo que son las nuevas catedrales de la posmodernidad, como son los centros comerciales, que incluso, como si fuera un altar, tienen al tótem del árbol nórdico.
Por cierto, los nombres de los reyes magos, Gaspar, Melchor y Baltasar, no constan en la Biblia sino en los evangelios apócrifos.No mencionaré, por ningún motivo, esa maravilla de cuento que es La niña de los fósforos, de Hans Christian Andersen, y peor traeré a escena a Ebenezer Scrooge, un hombre avaro y tacaño que no celebra la fiesta de Navidad a causa de su solitaria vida y su adicción al trabajo, que llega de la pluma de Charles Dickens. Pero sí mencionaré que en estos días acaba de publicarse Navidad de a perro, de Mónica Varea, ilustrado por María Paz Cordovez, donde una mascota nos da un sorprendente mensaje de lo que siente en la Nochebuena, no exento de sutileza, que es el verdadero sentido de contar un cuento.
No hablaré del pesebre más hermoso que he visto realizado por Yolanda Cabrera y su hija, Anita Albuja, en su local de venta de chicha de yamor, en Otavalo (en la calle Estévez Mora y Sucre, barrio Punyaro), donde toda la cultura popular se desborda en siete metros de extensión, en medio de una alegoría de lo que somos los ecuatorianos.
Aunque estoy tentado a escribir en defensa de los pavos no incurriré en semejante despropósito porque sería una afrenta a los pollos, que también tienen su legítimo derecho de asistir a su última cena. No caeré en la tentación de hablar del espíritu navideño, de los maravillosos villancicos de Salvador Bustamante Celi (Claveles y rosas/ la cuna adornad/ en tanto que un ángel/ meciéndola está…) o del trabajo de Margarita Laso. Aunque tenía previsto escribir sobre el tema de Belén, de los doctos volúmenes de Isaac Asimov, tampoco lo haré. Y eso sucede porque ya siento el olor inconfundible de los buñuelos, con su miel de panela, mi mejor regalo más allá de las luces de oropel. Porque, seré sincero, odio la Navidad si no hay buñuelos…


domingo, 15 de diciembre de 2013

El mensaje de Mandela

“Después de escalar una gran colina, uno se encuentra solo con que hay muchas más colinas que escalar”, dijo Nelson Mandela, el último gran libertador de almas del siglo XX, junto con Mahatma Gandhi, quien recibió ese nombre de Rabindranath Tagore, una mezcla de sánscrito e hindi que significa alma grande. El hombre que desafió al imperio británico tenía una consigna: “La violencia es el miedo a los ideales de los demás”.
El otro, sin duda, fue Martin Luther King y su potente discurso de ‘Tengo un sueño’: “Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad”.
Mandela, quien junto al pueblo sudafricano también padeció la opresión racial en su propia tierra, exclamó: “Porque ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás”. Y tuvo una clave: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”.
Un día, la diferencia por el color de la piel será un recuerdo de una época de oprobio de la condición humana.Estos tres seres humanos, al final, optaron por la vía de la no violencia. Mandela, como se sabe, fue acusado en 1964 y condenado a cadena perpetua. Aunque, en ese momento, reconoció que no tuvo más remedio que optar por la vía armada, dejó un mensaje: “La división política, basada en el color, es totalmente artificial y, cuando desaparezca, también lo hará el dominio de un grupo de color sobre otro. El Congreso Nacional Africano (CNA) se ha pasado medio siglo luchando contra el racismo. Cuando triunfe, no cambiará esa política.
Es una lucha de los africanos, movidos por su propio sufrimiento y su propia experiencia. Es una lucha por el derecho a vivir. Durante toda mi vida me he dedicado a esta lucha de los africanos. He luchado contra la dominación de los blancos, y he luchado contra la dominación de los negros. He anhelado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero lograr. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.
Un día, la diferencia por el color de la piel será un recuerdo de una época de oprobio de la condición humana. De allí que es importante volver a esos discursos que nos muestran cómo, bajo todo pronóstico, existieron y existen hombres y mujeres, quienes, como Mandela, pueden entregar su vida por lo que creen. Y ese hecho, aunque no lo busquen, los eleva de sus verdugos.

El artículo original está publicado en:

Imbabura, raíz cultural del Arte Nacional


En Expresarte se ofrece reportaje sobre: Imbabura, raíz cultural del Arte Nacional

http://www.youtube.com/watch?v=3T4oP9lfoWY



viernes, 29 de noviembre de 2013

El cuento: caracol del lenguaje

El cuento: caracol del lenguaje
Juan Carlos Morales, Escritor ecuatoriano
La tarde está opaca, como un espejo de alabastro. A lo lejos, los nubarrones son la promesa de una tormenta. No estamos en el descampado y la puerta es áspera. Adentro, no hay suficiente leña. En el libro, las primeras líneas traen la voz de las populosas calles. Una mujer pasa con abrigo rojo. Afuera, suena el relámpago. La mujer entra en un túnel, que es infinito. Sus pasos parecen bifurcarse como en un laberinto. De pronto, se escucha un rayo. Golpean la puerta: es un minotauro mojado. Creo que algo así es el cuento.
Por un lado, está esa socarrona forma de engañar al lector –contando una historia tribal- hasta conseguir un final sorprendente. De allí que Horacio Quiroga diga que el cuento es “una flecha que, cuidadosamente apuntada, parte del arco para ir a dar directamente al blanco”. De otro lado, está la utilización del lenguaje, como si se tratara de un artefacto, de una máquina engranada para seguir el cómputo (de allí viene su etimología del latín computus). No se puede eludir a los significados, refería Juan Bosch para afirmar: “Una persona puede llevar cuenta de algo con números romanos, con números árabes, con signos algebraicos; pero tiene que llevar esa cuenta. No puede olvidar ciertas cantidades o ignorar determinados valores. Llevar cuenta es ir ceñido al hecho que se computa. El que no sabe llevar con palabras la cuenta de un suceso, no es cuentista”.
Por eso afirmaba que la novela es extensa, el cuento es intenso, y Julio Cortázar –sabedor del box y del jazz- afirmaba: “los cuentos se ganan por knock-out, al contrario de las novelas que se triunfa por asaltos. Esto a propósito del reciente Premio Nobel de Literatura a la cuentista canadiense Alice Munro, que pone al cuento en otra dimensión, ante la impronta de la novela como género mayor.
Me propuse realizar un análisis de esta literatura presente desde tiempos antiguos a partir del texto Del cuento y sus alrededores, una excelente antología de la teoría del género; leí el prólogo de la famosaAntología de Literatura Fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo; leí los mejores relatos que nos recomienda Ernesto Sábato. Volví a esa memoria renovadora que fue Edgar Allan Poe o Antonio Chéjov, pero encontré un texto, del propio Bosch que lo dice todo, así que dejo para otra ocasión la teoría y, mejor, le propongo al lector una antología para entrar en materia. Sin olvidar que Cortázar dijo que el cuento es el caracol del lenguaje, incluyo un cuento de dragones, que es mi preferido antes de que nos sorprenda el rayo. Por eso, coloco uno mío como ejemplo, claro está:
“El cuento es el tigre de la fauna literaria; si le sobra un kilo de grasa o de carne, no podrá garantizar la cacería de sus víctimas. Huesos, músculos, piel, colmillos y garras nada más, el tigre está creado para atacar y dominar a las otras bestias de la selva. Cuando los años le agregan grasa a su peso, le restan elasticidad en los músculos, aflojan sus colmillos o debilitan sus poderosas garras, el majestuoso tigre se halla condenado a morir de hambre.
 El cuentista debe tener alma de tigre para lanzarse contra el lector, o instinto de tigre para seleccionar el tema y calcular con exactitud a qué distancia está su víctima y con qué fuerza debe precipitarse sobre ella.
Pues sucede que en la oculta trama de ese arte difícil que es escribir cuentos, el lector y el tema tienen un mismo corazón. Se dispara a uno para herir al otro. Al dar su salto asesino hacia el tema, el tigre de la fauna literaria está saltando también sobre el lector”.
 

domingo, 24 de noviembre de 2013

El gallito de la Catedral

Dos libros fundamentales están atribuidos al divino Homero -algunos dicen que era un rapsoda ciego-, La Ilíada y La Odisea. El primero inicia así: “Diosa, canta del pelida Aquiles la cólera desastrosa que asoló con infinitos males a los griegos y sumió a la mansión de Hades a tantas fuertes almas de héroes que sirvieron de pasto a los perros y a todas las aves de rapiña”.
El segundo, que prefiero, relata las asombrosas aventuras de Ulises, quien no podía volver a la amada Ítaca, bajo la maldición de Poseidón: “Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya, conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes”. La Ilíada es un libro de guerras, de traiciones, de embustes de un prodigioso caballo; el otro, en cambio, nos muestra a los cíclopes y a las sirenas. El uno muestra las historias de las batallas y su épica, el otro de la mitología y sus seres fantásticos.
Son diferentes miradas desde la época de los griegos, con un Platón que defendía el mito ante un Aristóteles que profesaba la razón. Y esta razón pura -a lo Kant- ha sido declarada como valor absoluto de la cultura de Occidente. Por eso los relatos de los abuelos y abuelas pasaron a ser una superchería porque el mito dejó de ser considerado como una revelación de los dioses.
Habría que esperar que llegaran otras ciencias -como la etnología- para que estas sabidurías guardadas de manera oral salieran a mostrar sus encantos. Para Lévy-Strauss los mitos son una expresión de una lógica impecable, propia de una forma de pensar distinta al racionalismo moderno, presente en culturas que tienen una lógica distinta a la lógica formal.
Esto a propósito de la IX edición del festival ‘Ecuador: tierra de leyendas’, que acaba de realizarse por iniciativa del Pensionado Universitario y el aval del Municipio de Quito, que ha declarado a noviembre como el mes de los mitos. De hecho, los colegios participantes: María Auxiliadora, Academia Militar del Valle, Ángel Polibio Chávez, Ludoteca, Franz Schubert y los anfitriones -quienes realizaron versiones en video y en inglés- recibieron una estatuilla del famoso gallito de la Catedral.
Se presentaron ‘El Uñaguille’, ‘Los shuar y la yuca’, ‘El castillo del gringo loco’, ‘Zhiro’, ‘El árbol de guayaba de Galápagos’ y ‘Las brujas de Urcuquí’. Ojalá, algún día, la historia de nuestro país tenga más de mitología que de trajes de generales. Eso solo será posible si la mitología de Ecuador entra como materia indispensable, tan válida como el período liberal.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Caballero de fina estampa


Cada pueblo tiene sus personajes. En Ibarra, aún camina por sus calles Fausto Yépez Almeida. Cuando nació, en 1928, la urbe continuaba levantando imponentes edificios públicos, casas de paredes anchas por temor a un nuevo terremoto, en medio de buganvillas y palmeras, y contaba con varios periódicos, hechos con plata y persona, que tenían una idea fija: la salida al mar por San Lorenzo.
Cuando las beatas cerraban sus rendijas, se reunían en la casa de Fausto Yépez Almeida los mejores cantantes para grabar en su reluciente equipo de cinta.Años más tarde, el joven Yépez, de bigote, amplia sonrisa y zapatos lustrosos, acaba de sorprender a sus paisanos con una bicicleta a motor, que lo lleva por las empedradas calles, hasta los pacientes que esperan por una inyección. Durante décadas estará al frente de la botica Ibarra, en el parque Pedro Moncayo y la evocación de su ceibo, preparando, al inicio, pócimas con láudano, hasta ser conocido como el “Señor de los Remedios”, apelativo que le agrada, en medio de su colección de llaveros, estampillas, réplicas de cuadros famosos e imágenes religiosas, artilugios médicos y, en cierto momento, hasta un cóndor disecado. El otro amor es inclaudicable: Ibarra. Por eso, junto con la Asociación Cultural Amigos de Ibarra, fue el artífice de la publicación de ocho tomos sobre la historia de esta ciudad.
Por las noches, cuando las beatas cerraban sus rendijas, se reunían en la casa de Fausto Yépez Almeida los mejores cantantes de música nacional para grabar en su reluciente equipo de cinta, adquirido ex profeso, en un tiempo en que las melodías del violín de Armando Hidrobo parecían deslizarse más allá de las callejas. Las grabaciones de esa época de oro de la música ecuatoriana son, sin duda, su mejor legado. La otra actividad que ocupaba el tiempo de este personaje de traje pulcro y leontina al bolsillo fue su labor por la patria chica, desde concejal ad honórem, pasando por gobernador encargado.
Se reconoce socialista, de los hechos a la antigua y críticos al sistema de hacienda, tal como se lee enHuasipungo, de Jorge Icaza, y sus lecturas preferidas son los textos en torno a Ibarra. Estuvo casado con Teresa Collantes y tiene tres hijos, además de nietos, y es, acaso, el ibarreño quien a más eventos ha asistido, siempre puntual y por su labor ha recibido condecoraciones, como la impuesta por el presidente Gustavo Noboa Bejarano. Fausto Yépez Almeida podría ser la inspiración del vals de Chabuca Granda: Fina estampa, caballero / caballero de fina estampa / un lucero que sonriera / bajo un sombrero... Al mirarlo cruzar el parque, es como si el abuelo de todos caminara con dirección a una ciudad evocada en medio de la bruma.



FOTOS: Fausto Yépez Almeida, en la exposición del libro Imbabura, auspicio del Gobierno Provincial de Imbababura, Diego García Pozo, prefecto. 












 FOTO2. El joven Fausto, por las calles de Ibarra, en su bicicleta a motor.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Congos del Valle del Chota

Entre las hendiduras de los barcos negreros se colaron las evocaciones de atabales y tambores. Del África no desembarcaron los instrumentos, pero vino la memoria. En medio de grilletes y cadenas perduraron los antiguos cantos, en un contrabando de murmullos. Hablaban del cambio de las estaciones, de los rituales de paso, de la vida y la muerte, de la piedad y el heroísmo, del sueño y el sexo, de la siembra y la cosecha, en la tierra de los leones.

Los primeros negros africanos, como se decía en la colonia, fueron traídos como esclavos al Valle del Chota, merced a su adaptación al clima porque los indígenas morían agobiados del calor y el paludismo. En 1586 trabajaban en los algodonales, frutales y viñedos, estos últimos erradicados y llevados a Ica y Callao. Sin embargo, serían los curas jesuitas, en 1610, quienes introdujeron a estos pobladores arrancados directamente de las sabanas donde pacen los elefantes.

Los negros de Esmeraldas tuvieron mejor suerte: un barco encalló y se escaparon, hasta que se toparon con el hombre blanco

Los jesuitas, como señala Rocío Rueda Novoa, “pasaron a formar parte de las redes de comercio de esclavos de las compañías negreras, a fin de importar esclavos negros directamente de África”. Afirma que en 1690 compraron a los primeros carabalíes provenientes del golfo de Biafra; más tarde, en 1695, llegaron los primeros congos de África Central: “Hacia 1850, el 34 por ciento de los esclavos existentes en la provincia de Imbabura aún mantenía los nombres de origen africano, tales como carabalí, congo, mina y mondongo”. A muchos les adjudicaron el apellido del amo, más para reconocerlos, como una suerte de marca que no recibía herencia

Los negros de Esmeraldas tuvieron mejor suerte: un barco encalló y se escaparon como náufragos fugitivos hasta que, como siempre, se toparon con el hombre blanco.

Entre las 132 haciendas y propiedades de los jesuitas, en el actual Ecuador, nueve se encontraban en el sector del antiguo Valle de Coangue: Caldera, Carpuela, Chalguayaco, Chamanal, Concepción, Cuajara, Pisquer, Santa Lucía y Tumbabiro, donde ocho estaban destinadas para la siembra de caña de azúcar y tráfico de aguardiente, como bien señalaba el obispo de Ibarra, Federico González Suárez. Aquiles Pérez investigó que, en la época, existían 1760 esclavos traídos del continente del ébano.

No les fue mejor a los esclavos afros con la expulsión de los jesuitas, en 1767, porque pasaron –como si fueran bienes muebles– a la administración de la Junta de Temporalidades de la Corona española y, años después, a la venta de particulares, que eran peores que los jesuitas, porque –con el fin de ganar más dinero– aumentaron la presión sobre los esclavos.

El artículo original está publicado en: 

sábado, 26 de octubre de 2013

Yamor: bebida de los dioses


En Imbabura, el próximo 31 de octubre, con el evento “Mojanda Arriba”, es el último día para saborear la chicha del yamor, elaborada con siete granos de maíz. Aunque en el sitio web del Municipio de Otavalo se afirma que el yamor lo trajeron los incas, la historia es mucho más lejana.
Curiosamente, los descendientes de los caranquis, que florecieron más de mil años, son los primeros en negar sus orígenes, creyendo que los 30 años que estuvieron los incas inauguraron el mundo. En Perú la chicha es de jora (en lengua quechua aqha); en Ecuador el yamor es de: chulpi, maíz negro, blanco, amarillo, canguil, morocho y jora (fermentado).
Hay que remontarnos más lejos… El maíz domesticado hace 8.500 años, según algunos en la península de Santa Elena y según otros en Mesoamérica, con el tiempo viaja a las montañas. Por eso, desde el centro ceremonial de las tolas, los caranquis agradecen al más sabio de los montes, el dios Taita Imbabura, por el prodigio de las cosechas de maíz, en medio de ocarinas y rondadores.
Aunque en el sitio web del Municipio de Otavalo se afirma que el yamor lo trajeron los incas, la historia es mucho más lejanaDesde hace miles de años -de mano en mano- han domesticado al maíz, y ese colorido esplendor está presente un poco más lejos, en el mercado o tianguis, en el sector de Salinas. Un mindalae o comerciante camina por entre los sitios dispuestos y le ofrecen chicha, elaborada con semillas diversas que cada familia cultiva y selecciona con esmero.
Para Juan Martínez Borrero, en el libro “Sara Llakta” (Tierra del maíz), el control de la producción de variedades de maíz para chicha, generalmente con granos de colores que añaden elementos simbólicos, posibilita a los curacas movilizar el trabajo. Paul Golstein lo ha resumido: “Caracterizado por la fácil conversión del excedente de granos en bebida, de la bebida en trabajo comunitario y el trabajo en prestigio individual, los festejos posibilitan el surgimiento de la desigualdad social. En tanto los más ricos o más poderosos grupos corporativos promueven fiestas con más y más chicha, cada vez menos participantes pueden sostener la carga de la responsabilidad”.
Y con chicha de maíz se levantaron las 5.000 tolas caranquis, en un territorio desde el Valle del Chota hasta Guayllabamba (incluido Otavalo), desde el 500 al 1500 de nuestra era, en los llamados señoríos étnicos, así que la chicha ya estaba antes de la invasión de los incas en el siglo XVI. El yamor, además, seguía presente en las fiestas de la Virgen de Monserrate, en el siglo pasado, cuando los jóvenes volvían al terruño.
Ojalá, algún día, la chicha del yamor sea industrializada, ahora que estamos en el cambio de matriz productiva.




lunes, 21 de octubre de 2013

Ecuador: tierra de volcanes


Este jueves, las montañas de la serranía ecuatoriana estuvieron cubiertas de nieve. Se pudo observar al taita Imbabura y a la mama Cotacachi envueltos en un manto blanco. Lo propio sucedió con el Cayambe o el Cotopaxi.
En el siglo XIX, con la llegada de los extranjeros, como Alexander von Humboldt, primero, y después Teodoro Wolf o Joseph Kolberg, este último jesuita y vulcanólogo, pudimos  apreciar la dimensión de nuestros colosos (40 por ciento de los ecuatorianos vivimos bajo un volcán).
Se sabe que el presidente Gabriel García Moreno, quien realizó expediciones al guagua Pichincha y que después presentó el informe en París, era un amante de las montañas. Ahora mismo tenemos a un presidente, Rafael Correa, que ha realizado excursiones a nuestros majestuosos nevados. Estos hechos traen una mitología caranqui, que comparto:
Cuentan que en los tiempos antiguos las montañas eran dioses que andaban por las aguas, cubiertas de los primeros olores del nacimiento del mundo. El monte Imbabura era un joven apuesto y vigoroso. Se levantaba muy temprano y le agradaba mirar el paisaje en el
crepúsculo.
Un día, decidió conocer más lugares. Hizo amistad con otras montañas a quienes visitaba con frecuencia. Mas, una tarde, conoció a una muchacha-montaña llamada Cotacachi. Desde que le contempló le invadió una alegría como si un fuego habitara sus entrañas.
No fue el mismo. Entendió que la felicidad era caminar a su lado vislumbrando las estrellas. Fue así que nació un encantamiento entre estos cerros, que tenían el ímpetu de los primeros tiempos.
-Quiero que seas mi compañera, le dijo, mientras le rozaba el rostro con su mano.
-Ese también es mi deseo, dijo la muchacha Cotacachi, y cerró un poco los ojos.
El Imbabura llevaba a su amada la escasa nieve de su cúspide. Ella le entregaba también la escarcha, que le nacía en su cima. Era una ofrenda de estos colosos envueltos en amores.
Después de un tiempo estos amantes se entregaron a sus fragores. Las nubes pasaban contemplando a estas cumbres exuberantes que dormían abrazadas, en medio de lagunas prodigiosas.
Esta ternura intensa fue recompensada con el nacimiento de un hijo. Yanaurcu (Cerro negro) lo llamaron, en un tiempo en que los pajonales se movían con alborozo.
Mas, el monte Imbabura –con el paso de las lunas– se volvió viejo. Le dolía la cabeza, pero no se quejaba. Por eso hasta ahora permanece cubierto con un penacho de nubes.
Cuando se desvanecen los celajes, el Taita contempla nuevamente a su amada Cotacachi, que tiene sus nieves como si aún un monte-muchacho le acariciara el rostro con su mano.

sábado, 12 de octubre de 2013

Premio Nobel al cuento

Julio Cortázar decía que los cuentos se ganan por knock-out, al contrario de las novelas, que se triunfa por asaltos, para explicarnos que en el primer caso debe ser una suerte de orfebrería, casi una máquina perfecta. De allí que para los escritores de cuentos –muchas veces ninguneados como la literatura infantil- el Premio Nobel de Literatura a la canadiense Alice Munro es un aliciente en un mundo de vértigo y de 140 caracteres. Hay que esperar que, en pocos años, reciba un premio un creador de microcuentos o haikus. En el siglo XVIII el nipón Kobayashi Issa escribió: De no estar tú, / demasiado enorme / sería el bosque.

Munro es el genio indiscutible de las novelas, capaz de hacernos ver a través de una banal circunstancia toda la gama de nuestras pasiones...Es curioso, porque los personajes de Munro, como Nita en el cuento Los radicales libres (que nos recuerda a las teorías de Isaac Asimov), leen reiteradamente novela, como Los hermanos Karamazov. A propósito de su escritura sobre el mundo femenino, el escritor y traductor estadounidense Davil Homel afirma: “ella escribe sobre mujeres y para mujeres, pero no está demonizada por los hombres”. En la sección cultural de El País se lee al crítico argentino Alberto Manguel: “Las grandes obras de la literatura universal son vastos panoramas globales o minúsculos retratos de la vida cotidiana.

Munro es el genio indiscutible de estas últimas, capaz de hacernos ver a través de una banal circunstancia toda la gama de nuestras pasiones y de nuestras pequeñas derrotas y victorias”. Comparada con Chejov, Maupussant y Borges, lo que sorprende de su literatura es, en primer término, un lenguaje pulcro y cotidiano que esconde –como bien lo saben los grandes cuentistas- eventos que pueden desencadenar rupturas impredecibles. De un “realismo psicológico”, dice el veredicto de la Academia. No hay que olvidar a ese precursor que fue el atormentado Edgar Allan Poe.

Su padre, Robert Laidlaw, que trató infructuosamente de sacar adelante un criadero de zorros, era un hombre humilde pero amante de la literatura, pero –aunque no fanático- inculcó a su familia una estricta ética, bajo el influjo de los presbiterianos escoceses. Y un dato interesante que se lee en el artículo La vida secreta de Alice Munro, quien vivió pobremente en una granja: “Mientras que en Estados Unidos, el elefante dormido al otro lado de la frontera, la religión siempre estuvo aliada con la ambición económica, en estas familias de pioneros escoceses el trabajo era un fin en sí mismo y mostrar un excesivo interés por el dinero o hacer evidente cualquier tipo de veleidad ajena a la vida común era considerado un pecado de vanidad”. El mundo del cuento está de vestido de minifalda.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Ibarra, tierra de caranquis


El tema de la fundación de Ibarra, el 28 de septiembre de 1606, a diferencia de Quito que fue un hecho de conquista, se inscribe en un tema comercial, debido a que para esa época la producción de textiles en la Sierra Norte, con obrajes, era importante. Sin embargo, se tiende a olvidar que en estas tierras, por lo demás cedidas por la nieta de Atahualpa, Juana Atabalipa, existieron otros pueblos que, dicho sea de paso, han tenido una permanencia de más de 1.500 años, comparados con los 407 años de fundación de la Villa. Por eso hay que dejar a un lado ese tema que nos vincula únicamente con el legado de los españoles, quienes -a fin de cuentas- destruyeron y esclavizaron a los pueblos ancestrales, un tema que aún está presente en la exclusión y la pobreza de nuestro país.
Los incas trajeron a sus dioses, como el Sol. Pero poco duró esta dominación  porque en el siglo XVI llegaron los conquistadores castellanosAsí tenemos que en el valle, donde está asentada Ibarra, eran las antiguas tierras de los caranquis. Pertenecían a los llamados señoríos étnicos, que eran confederaciones de tribus que comercializaban recíprocamente y que se unían en caso de invasiones, a tal punto que su sitio de influencia se lo denomina País Caranqui, donde lo más representativo son las tolas funerarias que construyeron. Sus límites eran desde el Valle del Chota hasta Guayllabamba y construyeron más de 5.000 tolas, muchas de ellas en peligro, como las ubicadas en Socapamba. Los caranquis, desde el 500 de Nuestra Era, adoraban a los montes -como el dios mayor, el Taita Imbabura-, a lagunas, vertientes, cascadas y árboles.
La invasión de los incas fue un hecho terrible para los caranquis. Por defender su tierra murieron más de 20.000 caranquis, quienes fueron arrojados a la laguna de Yahuarcocha, que significa Lago de Sangre, nombrada así porque sus aguas se tiñeron con la masacre. Los incas trajeron a sus dioses, como el Sol.
Pero poco duró esta dominación -apenas 15 años- porque en el siglo XVI llegaron los conquistadores castellanos, con otros dioses, la Cruz, aliada de la espada, desplazando también a los incas. Los curas doctrineros exterminaron a los antiguos ídolos mientras que los indígenas fueron obligados a trabajar en mitas y obrajes, además de pagar tributo. Eso hizo que la miseria se asentara por estas comarcas. En estas condiciones, para propiciar el comercio entre el Virreinato de Nueva Granada y el Reino de Quito -es decir entre Santa fe de Bogotá y San Francisco de Quito- se necesitaba fundar una ciudad que sirviera como puerto de tierra, es decir la base para que los productos llegaran al mar.
Ibarra no es entonces únicamente la hidalga villa española.


 

martes, 24 de septiembre de 2013

Ibarra, una ciudad para volver

Ibarra, la Ciudad Blanca, o la Ciudad a la que siempre se vuelve... ¿Se puede hablar de un eslogan de la capital imbabureña?
Tradición que se fue. Desde la década de los años 60 hasta inicios de 1990, el eslogan fue 'Ibarra, Ciudad a la que siempre se vuelve', escrito en un letrero ubicado al ingreso sur de Ibarra, que daba la bienvenida a quienes llegaban a la ciudad.
De regreso a la Ciudad Blanca. Paulina Escobar nació en Ibarra y a los tres años de edad salió de la ciudad para vivir con su familia en Riobamba, de vez en cuando retornaba a Ibarra por vacaciones y siempre le llamó la atención aquel letrero. En septiembre de 1988, nuevamente regresó a Ibarra con su familia, actualmente tiene 34 años y piensa que aquel letrero tenía mucho sentido, porque finalmente, retornó a la Ciudad Blanca, en donde vive ya durante 25 años.
Asociación de emprendedores. Ibarra, acogedora por su clima templado, que para algunos consultados es lo que más atrae, también es la única ciudad del país en la que se concentran las tres etnias culturales: mestiza, afrodescenciente e indígena; es una ciudad a la que regresa la gente con fe en progresar.
Este es el caso de los migrantes que formaron una asociación integrada por 70 personas, que regresaron de España, la mayoría, otros de Londres y Estados Unidos. Mónica Viteri, presidenta de la Asociación de MigrantesRetornados del Extranjero, dijo que debido a la crisis en España, muchos retornaron.
Ella cree que Ibarra sí es la ciudad a la que siempre se vuelve porque "nuestras raíces nos traen acá, queremos estar en nuestra Ibarra que nos vio nacer", comentó.
Reconoce que pese a ser la capital de provincia, aún no cuenta con el desarrollo de otras ciudades, "pero queremos apoyarnos con proyectos de emprendimiento, que poco a poco vamos a ir desarrollando, queremos que las autoridades seccionales sepan de nuestro regreso y nos puedan dar una mano en lo que es inserción laboral. Cree que Ibarra sí puede ser una ciudad de oportunidades, con emprendimiento y apoyo.
De dónde nació el eslogan de Ibarra
El escritor ibarreño Juan Carlos Morales, explicó que Ibarra, la Ciudad a la que siempre se vuelve fue un eslogan preparado por Abelardo Morán Muñoz, que estuvo al frente de la feria exposición de 1966-1967.
Morán, radiodifusor y exrector del Teodoro Gómez, de la Torre, aportó con este eslogan básicamente con un enfoque turístico.
Turismo. Juan Carlos Morales precisó que el sentido de la Ciudad a la que siempre se vuelve fue turístico, "de decir usted conoce Ibarra, mire las bondades, cuente y regrese". El letrero de Ibarra, Ciudad a la que siempre se vuelve, se retiró del ingreso sur de la ciudad a inicios en la década de 1990, pero no se va de la mente de los ibarreños.
Emprendedor que progresa
Jimmy Guzmán vivió 12 años en España, forma parte de la Asociación de Migrantes Retornados del Extranjero, dijo que decidió regresar a Ibarra por su clima, paisaje y proyección turística. “Es una ciudad pequeña, pero con mucho calor humano”, recalcó.
con fe en ibarra. Calificó a Ibarra como una “mina que no se ha explotado todavía”.
Jimmy escogió a Ibarra para emprender en su negocio de centro de eventos y comida típica, al que denominó “Como en casa”. Logró su sueño, tras ganar un fondo económico no reembolsable, denominado Cucayo.
Regresó hace tres años de España y dice que ha tenido aceptación, que explota sus ideas, pero sobre todo es optimista y cree en la Ciudad Blanca Ibarra.
Ciudad Blanca, por salud
El eslogan Ciudad Blanca nace de un tema de salubridad, cuando Ibarra estaba afectada por el paludismo.
En la década de 1930 y 1940 llega el médico Jaime Rivadeneira, para combatir la enfermedad.
cuestión de salud. Juan Carlos Morales recordó que para contrarrestar la enfermedad se pintaban de blanco las fachadas de las casas y también se les colocaba cal.
“Fue una cuestión de higiene; no es que aquí vivían los blancos y en otra parte los indígenas”, enfatizó el escritor.
Agregó que la cal se utilizó también para combatir las niguas que proliferaban por la presencia de chancheras.
Historia. Morales agregó que no hay que olvidar que ciudades blancas , además de Ecuador, existen en Arequipa (Perú) y Popayán (Colombia).
“Una versión, desde la literatura, la trae Roberto Morales (+) cuando afirma que fue a partir del texto de Gonzalo Zaldumbide, ese portento que es Égloga Trágica, donde por primera ocasión se señala a la urbe como la Ciudad Blanca”, enfatiza en uno de sus escritos.
“Tenemos una cámara edilicia que está más preocupada en los grafitis de los jóvenes que en hacer cumplir una ordenanza para que las casas al menos del Centro Histórico Republicano sean pintadas de blanco, pero nadie toma en cuenta”, recalcó.
“Ibarra fue fundada no para que vivan los blancos... son esas visiones las que no permiten construir el Ecuador real que es el de las diversidades”, manifestó Morales, en una ciudad en la que hay que aprovechar la riqueza diversa, con afros, indígenas y mestizos.


http://www.elnorte.ec/ibarra/actualidad/41756-ibarra,-una-ciudad-para-volver.html
 

domingo, 15 de septiembre de 2013

SOS por el río Tahuando

Cuando Carlos Suárez Veintimilla compuso el poema “Río”, el Tahuando aún era el lugar donde los ibarreños aprendían a nadar en sus vados: “Río infantil de mi tierra, / pequeño y tímido, / que en las quebradas destrenzas / tu tenue hilo; y vas, dulce y asombrado, / al mar, al mar infinito, / y te vas cantando solo / un sollozo o un trino”.
Del siglo XIX, según se lee en los relatos de los viajeros extranjeros, data esta canción: “En el río de Tahuando / un sombrero va nadando / y en la copa va diciendo / que mi amor se va acabando”. Era una música que aún se escuchaba hasta hace pocas décadas antes de que empezaran los juegos deportivos.
Pero, ahora, al mirar el descuido por el que atraviesa este río -que podría ser con un buen proyecto como la iniciativa de recuperación al estilo del Tomebamba- llega insistente la letra de la canción “Padre”, de Joan Manuel Serrat: “Padre / decidme qué / le han hecho al río / que ya no canta. / Resbala / como un barbo / muerto bajo un palmo / de espuma blanca”.
Desde la antigua escalinata donde hace una década era posible acceder hasta sus riberas, un propietario ha colocado improvisadas verjasY como si Serrat conociera al río Tahuando, en Ibarra, exclama: “Padre / que están matando la tierra. / Padre / dejad de llorar / que nos han declarado la guerra”. Y esto, porque al río Tahuando lo han privatizado. Sí, desde la antigua escalinata donde hace una década era posible acceder hasta sus riberas, por el sector del Valdoré, un propietario ha colocado improvisadas verjas. Aunque la Municipalidad ha dicho que tomará cartas en el asunto, ya han pasado varios años.
Era precisamente en este lugar donde las lavanderas acudían a sus labores y, un poco más arriba, existían unas termas, que ahora -como muchas casas de Ibarra- son presa de la desidia y la destrucción, mientras algunos concejales están más preocupados en crear ordenanzas contra los murales que hacen los jóvenes.
En medio de esta desolación, muy cerca del lugar, está la famosa piedra Chapetona, donde, según la oralidad, se paró el mismísimo Simón Bolívar para dirigir a sus tropas en la Batalla de Ibarra, el 17 de julio de 1823. El sitio tampoco tiene ningún cuidado, pese a que Ibarra ha sido declarada Ciudad Bolivariana y hasta se ponen ofrendas florales en cada una de estas fechas.
En fin, cuando se conoce el nacimiento del río Tahuando, por las breñas del Imbabura, se puede entender por qué los abuelos escuchaban la leyenda de tres jóvenes que acudieron a bañarse al río y, debido al acoso de unos tunantes, se convirtieron en tres piedras. Así está Ibarra, sus pobladores han dado la espalda a su río. A propósito, la tercera acepción de SOS es “Save or Succumb” (salvadnos o morimos).

lunes, 9 de septiembre de 2013

Imbabura de fiesta

En los antiguos tiempos, los dioses andinos andaban libremente por las lagunas. Eran los montes tutelares que se entregaban a las nieves de sus cumbres. Ese es el caso del Taita Imbabura y la Mama Cotacachi, las dos montañas que representan a la “Provincia Azul”, como se conoce a esta región al norte de Ecuador, con más de una veintena de lagos y lagunas.
Esto a propósito de que la provincia de Imbabura, en septiembre, tiene sus mayores fiestas fundacionales, en Otavalo (con la chicha del Yamor), en Cotacachi (con la chicha de jora) y en Ibarra, lugar de los centenarios helados de paila. Sin embargo, muchos olvidan que este territorio estuvo habitado por los caranquis, del 500 al 1500 de nuestra era y que el maíz -como ahora- está presente en la cotidianidad, aunque sus más de 5.000 tolas estén en peligro o, simplemente, han desaparecido ante la indolencia.
En la cascada de Peguche, un sitio mágico a escasos cinco minutos de Otavalo, aún es posible contemplar los antiguos ritualesLa provincia de Imbabura es privilegiada: en una superficie de 4.559.3 km2 se asientan culturas diversas en un paisaje espléndido que incluye una diversidad de climas, debido a su geografía que va desde las nieves hasta el intenso trópico.
Sus antiguos dioses -en la época de los señoríos étnicos- eran precisamente las lagunas, cascadas, árboles sagrados y el mayor protector: el cerro Imbabura (4.560 m), el Taita o Padre protector. En la actualidad se conservan los centros ceremoniales, construidos como tolas, que nos hablan de un pasado donde la comunión con sus deidades y el comercio entre hermanos era una de las claves de su cosmovisión, antes de la expansión del imperio inca y la conquista española.
Sin embargo, el viajero aún puede encontrar esta milenaria sabiduría, como los rituales en las cascadas, durante las celebradas fiestas de los sanjuanes, en el solsticio de junio, que es un agradecimiento a las cosechas, anterior a la llegada de los incas, quienes trajeron la deidad del Sol. Por eso, en la cascada de Peguche, un sitio mágico a escasos cinco minutos de Otavalo, aún es posible contemplar los antiguos rituales o asistir a una “limpia”, de los yachacs, o shamanes indígenas, quienes purifican el alma. No hay que descartar tampoco la amplia gama de complejos en el Valle del Chota, que han incluido acercamientos a esta realidad andina, en una provincia que se precia de tener una de las mejores infraestructuras hoteleras de Ecuador. Además de las termas de Chachimbiro o los textiles de Atuntaqui. Por eso es posible hospedarse en las cabañas comunitarias de San Clemente, a cinco minutos de Ibarra, un turismo que tiene su razón en esta región multicultural.

sábado, 31 de agosto de 2013

La tortuga y el venado

El tema del Yasuní también convoca a la mitología. Porque, como afirmé la anterior semana, no solamente se trata de una disputa binaria entre la extracción del petróleo o la protección de aves, sino que tendemos a olvidar a los pueblos ancestrales que habitan en la Amazonía.  
Acaso, en su milenaria sabiduría, esas culturas nos muestran metáforas que son comunes a otros pueblos, porque se trata de eventos fundacionales. Es parte de un libro que escribí hace años, “Los dioses mágicos del Amazonas”, que lo comparto en esta época de vértigo:
Las patas ágiles del venado llegaron hasta el río. Su cornamenta grácil se reflejó, mientras divisaba su propia cabeza en la ondulación del agua. No alcanzó a mirar alrededor porque sus ojos iluminados se lo impedían.
Meció su pelambre y respiró ufano, como si fuera el animal más hermoso de toda la selva y, además, el más veloz.
El venado corrió nuevamente donde creía que estaba la tortuga, pero siempre había una voz que le respondía cada vez más lejosCon esta idea trotó leve hasta donde se encontraba la tortuga, que mordisqueaba unas hierbas con lentitud, como si toda la tarde le perteneciera. El venado habló:
“Cuñado, mañana temprano vienes para saber quién corre mejor”. Aunque el venado habló de que era un simple juego, la competencia en realidad había sido acordada para cubrir la distancia de un mar al otro mar.
Al otro día la tortuga acudió como si sus pasos llevaran el peso de su caparazón.
El venado tenía prisa por ganar la contienda y exclamó:
¡Corramos y corramos hasta ver quién llega primero al mar!
Antes de dejar los primeros árboles, la tortuga dijo que tenía que comer algo para tener energías y que el venado siguiera corriendo, pero su contrincante aprovechó para descansar.
La tortuga se escabulló por unos arbustos y llegó donde sus parientes para contarles lo sucedido. Pactaron una estrategia para ganarles a los venados.
Cuando la tortuga volvió, el venado le esperaba con impaciencia, pero pudo más su orgullo y le dio ventaja:
Ve tú primero, le dijo, y la tortuga reinició su andar.
Pero por más que el venado corría no podía alcanzarla. Al poco tiempo el venado estaba exhausto y gritó:
¿Dónde estás motelo (tortuga)?
Desde la distancia le contestaron:
¡Ouuu... ouuu!
El venado corrió nuevamente donde creía que estaba la tortuga, pero siempre había una voz que le respondía cada vez más lejos. Sus patas desesperadas cubrían distancias y había perdido el rastro. Así corrió hasta que reventó del cansancio y murió...
Enseguida salió otro venado a correr, pero tampoco alcanzó a la tortuga. Y salió otro más ágil, pero pronto fue vencido. Es que las tortugas se habían echado a lo largo del camino y hace tiempo que habían llegado al mar.


lunes, 26 de agosto de 2013

Petróleo versus pájaros

En el imaginario ecuatoriano, la Amazonía -a finales del siglo XIX- era un conjunto de árboles emergiendo del Paraíso eternizados en los lienzos de Rafael Troya. Con el romanticismo, que trajo a los viajeros, la noción de nación, además de las pinturas de paisajes, se construyó también desde la literatura: “Cumandá”, de Juan León Mera, era la encarnación del ideal de unión entre civilización y barbarie. Algo curioso, el libro “Atala”, escrito con anterioridad por el Vizconde de Chateaubriand, tiene una similitud a la obra del ambateño, pero en esa época era algo usual en los argumentos de las recientes novelas de América.
Antes del boom del petróleo, el Oriente, como aún lo llamamos, era el sitio de los colonos y los aucas, como eran llamados despectivamente los shuarEsa disputa entre los dos mundos también ocurría en otros lares, como Argentina, con obras como “Facundo”, de Domingo Faustino Sarmiento, la disputa entre la naturaleza y el hombre; o el “Martín Fierro”, de José Hernández, donde al final el gaucho pierde ante el embate de la urbe. La Amazonía, desde el inicio de la hispanidad, también fue un lugar de aventuras, que “el valiente gran Orellana”, como nos enseñaban en la escuela, se enfrentaba a las indómitas amazonas que lo dejaron tuerto. Después vendría el libro “Argonautas de la selva”, de Leopoldo Benites Vinueza.
Como se sabe, dichas mujeres aguerridas parecían salidas de las sagas griegas de Homero y así quedaron hasta que Steve Jobs se apropió del nombre más fácil que comprar el Washington Post. La otra aventura que cobijó nuestra selva fue la emprendida por parte de los geodésicos o más bien por Isabel Grandmaison de Godín, quien siguió a uno de ellos a la sazón su esposo y, tras 20 años de separación, pudieron al fin abrazarse, como refiere Robert Whitaker en su libro “The Mapmaker’s Wife”.
Existe también el viaje realizado por Alexander von Humboldt y su amigo Carlos Montúfar, hijo del Marqués de Selva Alegre, Juan Pío Montúfar, este último más monárquico que su vástago, quien terminó fusilado en Buga. Antes del boom del petróleo, el Oriente, como aún lo llamamos, era el sitio de los colonos y los aucas, como eran llamados despectivamente los shuar. Después fue la tragedia de la pérdida del territorio en la guerra del 41 a manos de los vecinos peruanos (otro imaginario que se construyó y que pronto mostrará la otra cara en el largometraje “Mono con gallinas”, de Alfredo León).
Aún falta la impresionante mitología de los pueblos originarios, que referiré la próxima semana, ahora que el tema del Yasuní suele verse como una disputa de petróleo versus pájaros, una mirada que nos recuerda al ideal romántico del siglo XIX y sus relucientes coches de madera o del cristal con que se mire.