domingo, 25 de octubre de 2015

Quito y su reto turístico

Quito tiene múltiples caras: la espalda de la Virgen del Panecillo; el olor de las colaciones; un indio que levanta un atrio y se disputa con el diablo; el temor del volcán; las sinuosas calles; los zaguanes sin pasado y una modernidad inconclusa; las tertulias y los desencuentros; la ciudad cosmopolita y la beata que se persigna… Quito, la ciudad eterna, como la pensara fray Agustín Moreno, acaso inspirado en aquel fraile de Flandes que quiso otra urbe, acaba de recibir un nuevo premio como “Destino Líder de Sudamérica” en los World Travel Award (WTA).

Sin embargo, hay que decirlo, los propios quiteños –aquellos que han nacido o viven- no entienden su centro histórico, motivo para el mentado reconocimiento. Es preciso que sus habitantes recorran estos lugares de historia y que no miren únicamente la arquitectura sino la ciudad viva.

Es por sus calles por donde transita también su memoria. Ahora, evocaré dos, como la calle Venezuela: De plata fueron hechas las lunas menguantes para los pies de las Vírgenes de madera. Los devotos iban a la calle de la Platería para pedir favores a sus santos a cambio de joyas o indulgencias que solicitaban los conquistadores cuando se hacían viejos, como perdón de sus pecados. Estos hombres de antiguas corazas acaso querían olvidar sus sangrientas masacres contra los indígenas.

Iban a las capellanías a pagar misas para toda la eternidad porque sabían que las imágenes de madera eran benévolas con las almas atormentadas.

En 1613, el Alguacil Mayor de Quito, Don Diego Sánchez de la Carrera, había llegado de allende el mar para decidir sobre la vida de los quiteños. Acaso, quisieron halagarlo y la calle se llamó De la Carrera.

En la misma calzada Antonio José de Sucre, patriota venezolano, construyó su casa con indicaciones que llegaban en cartas escritas en el fragor de las batallas de Independencia. Unas balas de la infamia lo asesinaron en Berruecos, pero nadie olvida que de Venezuela también llegó el ejército libertario de llaneros.

La otra es la calle Rocafuerte: Desde la Mama Cuchara se divisan las cúpulas de tejuelos verdes de Santo Domingo. Desde allí hasta la plaza hay 37 pequeñas tiendas: sitio de encuentro de los vecinos. En las noches, los niños de la calle Rocafuerte juegan canicas.

La calle trae la memoria del guayaquileño Vicente Rocafuerte, uno de los fundadores de la Patria. Es considerado el más ilustre ecuatoriano del siglo XIX por sus obras de reforma del naciente país. Este republicano creía en un gobierno productivo que no descuidara la educación.


Arriba de esta vía, al pasar el arco de Santo Domingo, otra ciudad parece vivir un tiempo paralelo porque atrás ha quedado el sentido del barrio. Es preciso atravesar la arquería para sentir esa transformación del pujante comercio. A la altura de la calle García Moreno la calle respira incienso que emerge de los bazares de trajes de oropel de niños dioses que viven una perpetua Natividad. 


miércoles, 14 de octubre de 2015

Poemas-danza en Ibarra


La poesía –que en sí mismo tiene su ritmo- es atraída por la danza. Ésta –que tiene su propia música- se ilumina por las palabras. El resultado: poemas-danza. Si a esto se añada la influencia de la tradición de Oriente y una puesta en escena que nos recuerdan antiguos rituales a la luna o al mar, pero desde la influencia contemporánea, estamos ante una propuesta en busca de la espiritualidad (como si se tratara de un acto zen).
Eso, se podría decir, de la obra “El árbol, la montaña y tú”, de Camino Rojo, danza-teatro, del director Rodrigo Herrera Rosas, que se presentará el viernes 16 y sábado 17 de octubre, 20h00, en el teatro Gran Colombia, de la ciudad de Ibarra, con el auspicio del Municipio de Ibarra, a través de su Departamento de Cultura y Turismo, y varias empresas que apuestan por la Cultura, como parte de la construcción de una identidad que es múltiple.

El evento dancístico es una adaptación libre de los libros de micropoemas El poeta y la luna, El poeta y el mar y El poeta y la amada, del escritor Juan Carlos Morales Mejía, una serie de obras literarias que nos recuerdan a los haikus japoneses pero, obviamente, cantados en el lenguaje de nuestro tiempo, como La muralla: Un beso suyo / y se desmorona / todo el imperio; o El resplandor: Un poeta sueña en su amada / bajo la luna nómada / ese instante es más eterno / que el resplandor / de miles de espadas / en el campo de batallar.

Como se sabe, el haiku ha sido cultivado en el país del Sol Naciente desde hace varios siglos y, al tener una estructura corta no exenta de profundidad, ha encontrado –lejos de su aparente rigidez- nuevos formas interpretativas que han llamado la atención de poetas como Jorge Luis Borges (¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga?) o el poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade (Nuez: / Sabiduría comprimida / diminuta tortuga vegetal, / cerebro de duende / paralizado por la eternidad).

En la obra, de una duración aproximada de 45 minutos, estarán en escena Carlos Cortez Terán, Paola Cabrera , Maikol Estacio  y Richard Vallejos, acompañados por las diversas melodías de Jhon Williams, Shakuhachi, Sopor Aeternur, Owain Phyfe, que han interrogado la profundidad de la música de la tierra de los samuráis, pero también de las geishas.

Camino Rojo, danza-teatro, que ha montado proyectos como Vacío, ha recorrido parte de América Latina mostrando su trabajo y acaba de estar, hace pocos días, en un festival de danza en el sur de Colombia. Por su parte, el escritor Morales –especializado en mitologías de Ecuador- ha publicado libros como Fabulario del dragón, premio latinoamericano en Buenos Aires, Argentina, y es autor de títulos como Graffiti: en clave azul; cuentos como Tierra de centauros, además –como músico- se ha acercado a las obras de Whitman, Huidobro, Vallejo, Borges, Dávila Andrade, Carrera Andrade, entre otros, además de sus propias canciones.



Teatro Gran Colombia, Ibarra
16 y 17 de octubre, 20h00.

Obra de CAMINO ROJO DANZA TEATRO
“EL ÁRBOL, LA MONTAÑA Y TÚ”

Adaptación libre de los libros de micropoemas El Poeta y la Luna", El Poeta y el mar y El poeta y la amada, de Juan Carlos Morales Mejía.

Interpretes: Carlos Cortez Terán - Paola Cabrera - Maikol Estacio - Richard Vallejos
Música: Jhon Williams, Shakuhachi, Sopor Aeternur, Owain Phyfe
Duración: 45 Minutos
Diseño: William Vladimir Chamorro Reina
Fotografía: Juan Carlos Morales Mejía
Escenografía: Sala de Artes Escénicas LA CAJA
Vídeo: Fernando Gudiño
Producción: La Caja Sala De Artes Escénicas

Una obra de: Rodrigo Herrera Rosas




sábado, 10 de octubre de 2015

El ciervo escondido

Es el título de un cuento muy antiguo para un sábado de ocio. Son las historias que pertenecen al mundo de los sueños, pero también a la posibilidad de la astucia. Está en el magistral libro escrito y recopilado por Bioy Casares, Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges, acerca de la literatura fantástica, un género ya practicado en ese prodigio que es Las mil y una noches, que Occidente tardó en descubrir. Si algo tiene de importante el cuento es precisamente que nos lleva a vivir un mundo donde todo es posible, y más aún cuando se trata del tema de los sueños que, por lo demás, siempre intriga a los seres humanos.

Acostumbrados como estamos, en esta época de vértigo, a creer que todo está dicho, este relato de más de dos mil años nos muestra que los clásicos, cuándo no, tienen mucho que decirnos. Borges decía que los griegos escribían como verdaderos románticos, mientras que estos lo hacían como si fueran clásicos.

Esta pieza perfecta pertenece a Liehtsé (c. 300 a.C.), quien es parte de ese asombro que significa la literatura fantástica de Oriente:

Un leñador de Cheng se encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que otros lo descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Poco después olvidó el sitio donde lo había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Lo contó, como si fuera un sueño, a toda la gente. Entre los oyentes hubo uno que fue a buscar el ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa y le dijo a su mujer:

-Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvido dónde lo había escondido y ahora yo lo he encontrado. Ese hombre sí que es un soñador.

-Tú habrás soñado que viste un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo un leñador? Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe ser verdadero- dijo la mujer.

Aun suponiendo que encontré el ciervo por un sueño –contestó el marido-, ¿a qué preocuparse averiguando cuál de los dos soñó?

Aquella noche el leñador volvió a casa pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el sueño soñó el lugar donde había ocultado el ciervo, y también soñó quién lo había encontrado. Al alba fue a casa del otro y encontró el ciervo. Ambos discutieron y fueron ante un juez, para que resolviera el asunto. El juez le dijo al leñador:

-Realmente mataste un ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era verdad. El otro encontró el ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa que soñó que había encontrado un ciervo que otro había matado. Luego, nadie mató al ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que se lo repartan.

El caso llegó a oídos del rey de Cheng y el rey de Cheng dijo:


-Y ese juez, ¿no estará soñando que reparte un ciervo? (O)




viernes, 9 de octubre de 2015

Claves del pasillo

En uno de sus vertiginosos ensayos, Sofismas sobre la cultura popular, en ‘El escritor y sus fantasmas’, Ernesto Sábato se preguntaba acerca de la cultura popular, en un mundo “envenenado por el folletín de la historieta y la fotonovela”, dictadas desde las centrales electrónicas. Se refería, obviamente, a la cultura de masas, a esa banalización de la cultura que esbozaron hace algunas décadas los filósofos posmodernos.

Sugería que los antiguos pueblos tenían un sentido profundo y verdadero del amor y la muerte, de la piedad y del heroísmo, y que esas manifestaciones se expresaron en sus mitologías o en su música. Es decir, en los hechos esenciales de la existencia: al nacimiento y la muerte, a la salida y puesta del Sol, a las cosechas y al comienzo de la adolescencia, al sexo y al sueño.

Esto se explica porque la función social de la música precisamente se manifiesta en los calendarios festivos y en los rituales, pero cómo podía expresarse un pueblo que estaba atravesado por una religiosidad y un proceso colonial que lo llevó a suplantar a sus antiguos dioses hasta que llegó el proceso independentista, que inauguró la construcción de un país en ciernes. Esa es la primera interrogante que nos acerca al pasillo ecuatoriano.

Si por un lado está la música emparentada con los antiguos rituales, para mencionar el mundo andino, se encontraba una música que, como en las cortes europeas, era una imposición del poder. Había que esperar la llegada de los aires independentistas y más tarde la revolución alfarista para que también la música adquiriera otras características. Está, además, el ‘nacionalismo musical’ o, entrado el siglo, las migraciones.

En lo referente a la afirmación nacional del pasillo, se señalan dos hitos importantes, por un lado el desarrollo de la industria fonográfica y su difusión a través de las emisoras de radio, y en segundo término la reactivación nacionalista, luego del conflicto bélico con Perú, en 1941.

Una clave de esa primera difusión hay que encontrarla en la radio, donde se crearon audiencias para el pasillo y su difusión continental. Sin embargo, hay que decirlo también, las músicas de Argentina y México tuvieron en la cinematografía una amplia difusión y Ecuador no logró proyectar a su género emblemático por no contar con propuestas en este sentido.


No hay que olvidar que, por ejemplo, una de las mejores intérpretes del pasillo, Carlota Jaramillo, apenas pudo grabar un especial para televisión poco antes de su muerte, justo en los canales tradicionales que apuestan por la frivolidad. Ese es el reto: los nuevos cineastas deberían grabar a los nuevos talentos y mostrar en canales alternativos de difusión planetaria, tipo YouTube. Hay muchos artistas, como Juan Mullo, Quimera, Juan Fernando Velasco, Paco Godoy o Carlos Grijalva o María Tejada y Daniel Mancero, quienes vuelven más contemporáneo al pasillo en su fusión con el jazz. Nadie puede defender solo una estética. Lo otro, la declaratoria de Patrimonio: https://www.youtube.com/watch?v=6HxBfwb9h80 (O)


El poeta y la luna / obra de danza

El árbol, la montaña y tú, es la obra de danza contemporánea de Camino Rojo, dirigida por Rodrigo Herrera, basada los micropoemarios El poeta y la luna, El poeta y el mar y El poeta y la amada, del escritor Juan Carlos Morales Mejía. Participan Paola Cabrera, Carlos Cortez y Maikol Estacio. Video: Fernando Gudiño.


Viernes 16 de octubre y sábado 17, 20h00, Teatro Gran Colombia, Ibarra / Ecuador.


jueves, 1 de octubre de 2015

Ciudadano Kane y Robocop

Se sabe, que el nacimiento de los grandes periódicos norteamericanos -muchos de ellos desde una vertiente sensacionalista- fue una disputa no necesariamente desde los postulados positivos de la comunicación: el servicio a una comunidad, no solo para que esté informada sino para generar procesos de transformación que permitan entender nuestro entorno y el mundo.

La génesis de ese periodismo, hay que decirlo, inició en la disputa de dos visiones, tras los acontecimientos falsos del hundimiento del barco USA Maine, que dio inicio a la guerra hispano-cubano-norteamericana iniciada en los titulares. Sin esperar el resultado de una investigación, la prensa sensacionalista de William Randolph Hearst publicaba al día siguiente el siguiente titular: “El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo”. Algunos documentos desclasificados hacen suponer la polémica hipótesis que fueron los propios estadounidenses quienes estuvieron atrás de los hechos para tener un pretexto de invasión. Al final, España perdió y Cuba quedó bajo su tutela. Fue una guerra que se libró en los titulares a finales del XIX.

De esa experiencia, del abuso del poder comunicacional, nos queda la película Ciudadano Kane, dirigida por Orson Welles, que retrata al inescrupuloso dueño de un medio que, por asuntos de ventas, puede inventarse cualquier cosa. El otro que enfrentaba al sensacionalista era Joseph Pulitzer, que nos legó los premios y una actitud del periodista hacia la búsqueda de la verdad y la excelencia.

Estos orígenes, a veces controversiales, no deberían ser aplicados en la realidad actual, no solo porque aparentemente estamos bien informados, sino porque la comunicación, como todas las profesiones, requieren de una ética. Si un médico diagnostica mal a un paciente, este muere; si un comunicador desinforma, no solo que puede causar una catástrofe, sino que inocula falsedad a la sociedad que dice servir.

En un país donde algunos se ufanan de no precisar asistir a las universidades para entender el oficio, están los periodistas de a pie que requieren urgentemente salir de esa noticia de micrófono para pasar a contextualizar la realidad, a mirar con objetividad. Esto, acaso, vaya acompañado de un elemento casi olvidado: la curiosidad. Pero nada de eso es posible sin lecturas y, hay que decirlo, los periodistas -convertidos en una suerte de Robocop, porque toman fotos, suben la noticia a redes y hacen informes- casi no leen.

Gabriel García Márquez, el premio Nobel de Literatura, cuando inició el “mejor oficio del mundo” lo hizo como un simple reportero corriendo con su libreta -siempre desconfió de la grabadora- atrás de un hecho. Un día, en Cartagena, supo la historia de Sierva María mordida por un perro rabioso, en la época colonial. Ese suceso -transfigurado en literatura- le sirvió para en 1994 escribir el libro El amor y otros demonios. Obviamente, como Cervantes, el Gabo leía hasta los papeles de las calles. (O)