Había
una vez, hace mucho tiempo en San Juan Calle, un chiquillo tan curioso que
quería saber en qué sueñan los fantasmas. Sí, amable lector, fantasmas, esos
que atraviesan las paredes. Por eso escuchaba con atención la última novedad:
unos aparecidos que merodeaban en las noches de Ibarra, sin que nadie supiera
quiénes eran, pero seguro no pertenecían a este mundo.
Así
inicia el texto de la Caja Ronca que es, acaso, la más alta referencia de la
mitología de la urbe norteña. Pero esta leyenda -con sus variantes- se localiza
en casi toda la Sierra ecuatoriana, desde la vertiente de la cultura mestiza.
El recorrido del siniestro cortejo fúnebre era, para el caso de Ibarra, por el
denominado Quiche Callejón, en las actuales calles Maldonado y Colón.
El
sector se llamaba antiguamente el barrio de San Felipe y, antes del terremoto
de 1868 que devastó la urbe, se sabe que estaba colocada una cruz, que no es
otra cosa que el indicio de una probable pacarina, es decir, un sitio sagrado
para la cultura prehispánica. Como se sabe, los curas doctrineros tenían como
costumbre poner los símbolos cristianos -grutas o cruces- para disuadir a los
antiguos habitantes de sus antiguos sitios sagrados en torno al agua.
Como
sea, la Caja Ronca también recorría el tradicional barrio de San Juan Calle,
donde se encuentra el actual cementerio y ahora el barrio El Carmen es el sitio
donde se expenden ataúdes y existen dos amplios salones de velaciones. Así que
las procesiones -con ataúd al hombro- siguen por estas calles que enlazan de
esta manera una ruta interesante: los extramuros.
Según
refiere Manuel Espinosa Apolo, en su libro acerca de Pomasqui, precisamente los
seres mitológicos, como el diablo, presente en la Caja Ronca, pertenecerían a
la antigua visión prehispánica. Realizando una conjetura, se trataría de la
fuerza presente en la cosmovisión indígena de aquellos personajes del panteón
que fueron exterminados por los curas doctrineros en la extirpación de
idolatrías, efectuada en la temprana época de la colonia.
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