domingo, 15 de marzo de 2020

Troya, el esplendor del paisaje, 2020/03/12




La ciudad de Ibarra ahora se precia de exhibir la obra de uno de sus más insignes hijos: Rafael Troya Jaramillo (1845-1920). En el remodelado Centro Cultural El Cuartel se encuentra el denominado Salón de los Clásicos, donde el visitante podrá admirar en gran formato icónicos lienzos, como la fundación histórica y mítica de la urbe, erigida en la tierra de los caranquis con el propósito de buscar una salida al mar en 1606, empresa que se tardó 400 años por la insidia del centralismo porteño (hasta cartas enviaban al rey para que no se abriera el camino argumentando la llegada de piratas). Veamos el contexto.

Los cristos sangrantes de la época colonial debían quedar atrás. El nacimiento de las repúblicas clamaba nuevos temas para el arte. Había que inaugurar todo. Dejar la oscuridad y las cadenas. Una nueva luz -siguiendo a la Ilustración- debía bañar a estas tierras aún inhóspitas. Dos corrientes se mezclaron a finales del siglo XIX: neoclasicismo, presente en la pintura histórica, y romanticismo, donde la naturaleza adquiere un sentido sacro. Estas tendencias del arte a finales del XIX se remiten a lo bello (orden, forma y color), lo sublime (elevación del espíritu) y lo pintoresco (placer de lo singular).

“Alexander von Humboldt descubrió en 3 años lo que los españoles no lograron en tres siglos”, dijo Simón Bolívar. Así, los nuevos naturalistas llegaron al recién creado Ecuador y precisaban capturar el paisaje para fines científicos. La misión alemana de Alphons Stübel y Wilhelm Reiss contrata al joven Troya para documentar en 160 lienzos a este país de volcanes, que tenía subyugados a los viajeros del XIX, pero que a ojos de los lugareños pasaban desapercibidos. Ese es el mérito de Troya: lograr que -por primera vez- el paisaje de Ecuador se convierta en un símbolo. Lo otro fue encontrar un lenguaje propio para mostrarnos una geografía que, después de un siglo, no terminamos de conocer.

https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/troya-esplendor-paisaje

El evangelio de Ernesto Cardenal, 2020/03/05


Desde sus inicios, los curas trapenses, orden nacida en la abadía de la Trapa en 1664 (Francia), tuvieron una historia de persecuciones. Mal vistos por los otros clérigos, aquellos de la mitra y el oro, son auténticos seguidores de aquel hombre que repartía el pan y los peces, más que el de las estampas del crucificado.

Con el tiempo, esa vida monástica –ese silencio de la oración y los votos de silencio– no fue suficiente para el poeta Ernesto Cardenal, quien era novicio en Kentucky, EE.UU. Al igual que sus hermanos o como acaso algunos milinaristas jesuitas que fundaron las misiones en América, especialmente en Paraguay, el poeta decide establecerse en la isla de Solentiname, en el gran lago de Nicaragua, para fundar una sociedad utópica.

La dictadura de los Somoza la destruye, en medio de los muertos y torturados. Cardenal abandona su país para volver junto a las campañas sandinistas hasta convertirse en Ministro de Cultura, vinculado a esa fuerza que es la Teología de la Liberación, y, por lo tanto, suspendido por el Vaticano. Incluso el papa Juan Pablo II lo recriminó en público, aunque recientemente le concedieron un indulto.

El domingo anterior falleció en Nicaragua. Cardenal, con El Evangelio en Solentiname, sus salmos, epigramas… se configura en esa voz poderosa que necesitamos en estas tierras nuestras tan llenas de injusticia.

Nos dice en Salmo 5: “Escucha mis palabras, oh Señor / Oye mis gemidos / Escucha mi protesta / Porque no eres tú un dios amigo de los dictadores / ni partidario de su política / ni te influencia la propaganda / ni estás en sociedad con el gánster… Al que no cree en la mentira de sus anuncios comerciales / ni en sus campañas publicitarias, ni en sus campañas políticas / tú lo bendices / lo rodeas con tu amor / como con tanques blindados”.

Un clásico trasciende el tiempo, Cardenal está en ese camino.


Chile, entre mapuches y “alienígenas, 2020/02/27


En el turístico Mercado Central, en Santiago, la centolla mediana -un pantagruélico cangrejo- cuesta $ 100, el 25% del salario de un obrero, que no toma vino de exportación. Según el informe OCDE, que critica la evasión de impuestos, cuatro chilenos, incluido el presidente Sebastián Piñera, tienen la misma cantidad de dinero que un millón de compatriotas, el mismo número que salió a protestar en la Plaza de la Dignidad: “Yo pisaré las calles nuevamente / de lo que fue Santiago ensangrentada…”, canturreando a Pablo Milanés.

Circula en videos que en la Quinta Vergara, de Viña del Mar, la gente grita y asocia a Piñera con la dictadura de Augusto Pinochet. Durante los días de las protestas de octubre, que causaron $ 4.500 millones en pérdidas en la infraestructura, la primera dama Cecilia Morel decía en un audio filtrado: “Es como una invasión extranjera, alienígena… vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”.

“Chile es un verdadero oasis”, exclamaba el mandatario dos semanas antes de comer pizza mientras la ciudad ardía. “¡Este país es una plasta! / ¡Aquí no se respeta ni la ley de la selva!”, escribía hace tiempo el centenario antipoeta Nicanor Parra. Alguna ocasión, en un condominio santiaguino, leí un letrero furioso: “Prohibido que jueguen los niños en el jardín o llamamos a los carabineros”.

Chile, tierra de mapuches y de Altazor, de Huidobro: “Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada”; del Canto general de Neruda: “Patria, mi patria, vuelvo hacia ti la sangre”; de los piecitos fríos de Gabriela Mistral; de Violeta Parra: “Miren cómo sonríen los presidentes cuando le hacen promesas al inocente”; de Víctor Jara y sus plegarias: “Líbranos de aquel que nos domina / en la miseria”; de Los Prisioneros con “El baile de los que sobran”: “Ellos pedían esfuerzo, ellos pedían dedicación / y para qué, para terminar bailando y pateando piedras…”.


Parásitos, el malestar como metáfora, 2020/02/20


Arhur Young, viajero del siglo XIX, cuenta sin una pizca de complejos que vendió su caballo en 600 libras tornesas (cuatro años de salario anual para un “sirviente ordinario”), refiere Thomas Piketty, en “El capital en el siglo XXI”. Los novelistas del XIX, dice, describen un mundo donde la desigualdad era en cierta manera necesaria: si no existiera una minoría suficientemente rica, todo el mundo debería preocuparse por sobrevivir. “Esta visión de la desigualdad tenía por lo menos el mérito de no describirse como meritocrática”, acota.

Parásitos, del director surcoreano Bong Joon Ho, está construida de anti-héroes y con un aire kafkiano de cucarachas. Roberto R. Aramayo increpa: “Quien vea esta película queda bien motivado para leer a Piketty. E igualmente para releer el “Discurso sobre el origen de la desigualdad” de Rousseau. Bajo los malos gobiernos -advierte Rousseau- la igualdad proclamada por las leyes no pasa de ser aparente e ilusoria. No debería consentirse -dice- que un puñado de gentes rebose de superfluidades mientras la multitud hambrienta carece de lo necesario”.

En las primeras escenas, la familia Kim del subsuelo busca desesperadamente conexión wifi y la halla en el retrete, entre el “olor de pobres”. Afuera la realidad vergonzante: ocho hombres, sin ruborizarse, tienen la misma cantidad de dinero que 3.600 millones de seres humanos.

Corea del Sur está entre las 10 economías más importante del mundo, pero un Kim requiere –con salario promedio de allá- 564 años de trabajo para tener una tétrica casa como la de los Park (el glamuroso tacho de basura cuesta $ 2.000 y fue prestado para el film). ¿Necesitamos todos una casa como la de los Park con su horrendo secreto? Le Corbusier tenía una casa de 3x3. Hay que leer “El intestino del Leviatán”, de Santiago Zarria, en Plan V, donde dice que hay que domar a la bestia –el sistema capitalista- porque terminará por hundirse.


De Gangnam Style a Parásitos, 2020/02/13


De la mano del rapero surcoreano PSY, estudiado en Berklee, llegó en 2012 Gangnam Style: una crítica a las clases acomodadas de la populosa Seúl, que incluía el “baile del caballo” y un jalón de orejas a las Doenjang Girl (chicas que comen comida barata –doenjang– a fin de comprar caros frappuccinos en Starbucks).

Curiosamente, el rapero nació en ese distrito –no le diré barrio, que es otra cosa– donde su padre es el gerente ejecutivo de DI Corporation y su madre, dueña de varios restaurantes glamurosos. Su nombre real es Park Jae-sang (en Corea primero se dice el apellido). El video tiene un millón de reproducciones, solo debajo de Despacito.

Ahora, en la ganadora absoluta de los Óscar, la película Parásitos, de 2019, del director Bong Joon-ho, la historia se desarrolla precisamente en la lujosa mansión de otros Park y en el sótano y meadero de los Kim –el apellido más común–, donde los pícaros “pobres” tratan de aprovecharse de los ingenuos “ricos”; la lujosa casa guarda un secreto y fue adquirida como ascenso social (los pudientes norteamericanos de posguerra fueron coleccionistas del arte impresionista, casi sin entenderlo).

La historia se inicia con un talismán: la piedra Gongshi que traerá riqueza. Es una sátira al capitalismo contemporáneo que se desarrolla como una matrioshka, pero al revés. Bong no es un sociólogo acomplejado. Como nos recuerda el libro El nombre de la rosa, de Umberto Eco, la única posibilidad de burlar al miedo es la risa. En un planeta donde ocho personas –Jeff Bezos, Bill Gates, Amancio Ortega, Warren Buffett, Carlos Slim, Mark Zuckerberg, Larry Ellison y Michael Bloomberg– tienen la misma cantidad de dinero que 3.600 millones de humanos, tal vez llegó la hora de compadecerlos.

Espero la película de nuestros Gran cacao gastándose la plata con las bailarinas del Moulin Rouge, sin mirar el subsuelo de los “guandos” ni comprar un óleo de Manet. (O)