En el mito, el minotauro —mitad
hombre mitad toro— permanece encerrado en su laberinto, construido por Dédalo.
¿Qué piensa en esas largas horas? Espera a su verdugo, Teseo, pero no lo sabe.
Está obligado al sacrificio y a pagar culpas de sus ancestros (la terrible
condición de los amores de fuego). Con estos elementos, el artista Diego Sierra
crea su nueva exposición: Hierro de minotauro, en técnica de tinta china que
desdobla, tal es la palabra, estas ancestrales simbologías para contarnos en un
lenguaje contemporáneo.
El poema de Borges lo dice: “No
habrá nunca una puerta. Estás adentro/ y el alcázar abarca el universo/ y no
tiene ni anverso ni reverso/ ni extremo muro ni secreto centro”. En cambio, en
‘La Casa de Asterion’ proclama: “Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de
misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su
debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también
es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche
a los hombres y también a los animales” (El Alep, 1949: http://goo.gl/B47pLZ).
Hay un profundo sentido de esta
visión con el laberinto. Tengo a mano el libro El poder mágico de los
laberintos, de Sig Lonegren. Pero el laberinto es más que unas hojas impresas,
es la posibilidad de perderse y, ojalá, no volver a salir. Ese es el dilema.
Ahora, Diego Sierra, un artista
que trabajó en máscaras (para los griegos también significaba la alegría de
vivir y no solamente un fantasma), nos devuelve las reminiscencias de los
orígenes. Es extraño, los escritores que vivimos en la “periferia” estamos
llenos de dragones y de sagas medievales mientras que los de la diáspora,
podríamos llamarla así, construyen su orbe de los recuerdos de sus perdidos
pueblos. Por eso, este intuitivo artista busca las esculturas de las
cornamentas de los toros, de la época minoica, de los primeros que tuvieron al
toro como rito. Es curioso, la traducción de vaca en kichwa es huagra huarmi. Y
está huagra huasi o la casa del toro.
La obra de Sierra, en esta etapa,
tiene una plasticidad de un tercer plano, casi podrían ser esculturas. Están
las cosas que siempre le han motivado: la condición humana. Su mérito está en
insistir. No hay poeta menor de antología que al cabo de muchos años no nos
deje una frase que lo justifique, le comento citando a la biblioteca borgiana.
Y, otra vez, volvemos a charlar como si estuviéramos en el centro de Creta.
Tengo un cuento en ese sentido y
con el título de Laberinto que lo comparto:
“El último latido parece quedarse
en las paredes ásperas del laberinto. Un nuevo esfuerzo, pero el cansancio no
parece ganar la partida. A lo lejos, se escucha un mar que es improbable que
exista. Desde hace varios días no ha dejado de correr con los ojos asustados y
con la certeza de lo que le espera. Tiene sudor en su frente, pero no intenta
limpiarse el torso afilado.
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/el-minotauro-en-su-laberinto
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