Corría el año 1974. El periodista
estaba pendiente de la grabadora. Por el estrecho pasillo -nos imaginamos que
era así- caminaban dos hombres, el uno furiosamente apasionado por la
literatura, al punto que dejó la física, y el otro, creador de laberintos sobre
laberintos. La vida, por sus recelos, los había separado.
Creo que se tocaron las manos,
escribe Orlando Barone. Eran Borges y Sabato. “A un escritor puede estarle
permitido inventar una fábula, pero no la moraleja”, dijo el maestro ciego
citando a Kipling, recordando que el libro de Swift, sobre Gulliver, quedó como
un libro para chicos, en lugar del alegato contra el género humano, que era su
propósito. Obviamente, hablaron de Dios. Curiosamente, a su modo, los dos eran
ateos.
Para el uno, el asunto era
existencial, para el otro, simple literatura. “Las ideas nacen dulces y
envejecen feroces”, dice en la entrevista, recordando las cosas feroces que se
hicieron en nombre de los Evangelios. Sabato, inquisidor como siempre, espeta:
Borges, ¿a usted le interesa el budismo en serio? Quiero decir como religión.
¿O solo le importa como fenómeno literario?
Borges responde: Me parece
ligeramente menos imposible que el cristianismo (ríen). Bueno, quizá crea en el
karma. Ahora, que haya cielo e infierno, eso no.
Barone, pulsa: ¿Y qué opina de
Dios, Borges? Borges: (Solemnemente irónico) ¡Es la máxima creación de la
literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada
comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un ser perfecto,
omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica.
Sabato: Sí, pero podría ser un
dios imperfecto. Un dios que no pueda manejar bien el asunto, que no haya
podido impedir los terremotos. O un dios que se duerme y tiene pesadillas o
accesos de locura: serían las pestes, las catástrofes.
Borges: O nosotros. (Se ríen.) No
sé si fue Bernard Shaw quien dijo: “God is in the making”, es decir: “Dios está
haciéndose”.
Sabato: Pero dígame, Borges, si no
cree en Dios, ¿por qué escribe tantas historias teológicas? Borges: Es que creo
en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género. “El
infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no
merecen tanto”, era su argumento.
Sabato, en El escritor y sus
fantasmas, titulado Los dos Borges da con la clave. “El círculo de Viena
sostuvo que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Y este
aforismo que enfureció a los filósofos se convirtió en la plataforma literaria
de Borges”.
Sabato, más tarde, escribió: “A
usted, Borges, heresiarca del arrabal porteño, latinista del lunfardo, suma de
infinitos bibliotecarios hipostáticos, mezcla rara de Asia Menor y Palermo, de
Chesterton y Carriego, de Kafka y Martín Fierro; a usted, Borges, lo veo ante
todo como un Gran Poeta. Y luego, así: arbitrario, genial, tierno, relojero,
débil, grande, triunfante, arriesgado, temeroso, fracasado, magnífico, infeliz,
limitado, infantil e inmortal”.
Y recién son 30 años de que el
demiurgo dejó esta insólita tierra. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/borges-y-sabato-conversan-de-dios
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