Con chulpi, maíz negro, blanco,
amarillo, canguil, morocho y jora, se fermenta en toneles de roble la Chicha
del Yamor, presente en las antiguas fiestas de la Virgen de Monserrate en
Otavalo.
Frente al mar están las mujeres. Son
sacerdotisas en un ritual del maíz. Hace varias generaciones han logrado
domesticar este grano que llegó desde la selva o de otros mares lejanos. Llevan
en sus cuellos y en su cintura unas figurillas de exuberantes atributos
femeninos, que reflejan la fertilidad o ritos de pasaje, como refiere Pedro
Porras. Con el tiempo, la primera cerámica de América, de 4.500 años antes de
Nuestra Era, pasó a llamarse Venus de Valdivia, con su infinidad de arreglos de
cabelleras hechas de arcilla en una época, como dicen los expertos, probablemente
matriarcal.
El maíz, domesticado hace 8.500 años,
según algunos en la Península de Santa Elena y según otros en Mesoamérica, con
el tiempo viaja a las montañas. Por eso, desde el centro ceremonial de las
tolas, los caranquis agradecen al más sabio de los montes, el dios Taita
Imbabura, por el prodigio de las cosechas de maíz. Hay fiesta en el aire y los
danzantes llegan al sonido de los pututus (strombus), ocarinas y rondadores.
Desde hace miles de años —de mano en
mano— han domesticado al maíz, y ese colorido esplendor está presente un poco
más lejos, en el mercado o tiánguez, en el sector de Salinas. Un mindalae o
comerciante camina por entre los sitios dispuestos y le ofrecen chicha,
elaborada con semillas diversas que cada familia cultiva y selecciona con
esmero. Para Juan Martínez Borrero, en el libro Sara Llakta (Tierra del maíz),
el control de la producción de variedades de maíz para chicha, generalmente con
granos de colores que añaden elementos simbólicos, posibilita a los curacas
movilizar el trabajo. Paul Golstein lo ha resumido: “Caracterizado por la fácil
conversión del excedente de granos en bebida, de la bebida en trabajo
comunitario y el trabajo el prestigio individual, los festejos posibilitan el
surgimiento de la desigualdad social. En tanto los más ricos o más poderosos
grupos corporativos promueven fiestas con más y más chicha, cada vez menos
participantes pueden sostener la carga de la responsabilidad”.
Y con chicha de maíz se levantaron
las 5 mil tolas caranquis, en un territorio desde el Valle del Chota hasta
Guayllabamba desde el 500 al 1.500 de Nuestra Era, en los llamados señoríos
étnicos, aunque algunos creen que esta bebida de los dioses la trajeron los
incas en el siglo XVI. En Perú la chicha es de jora, (en lengua quechua Aqha) y
es de uno de los 7 granos; en Ecuador el yamor es de chulpi, maíz negro,
blanco, amarillo, canguil, morocho y jora (fermentado).
Como sea, la chicha del yamor estaba
presente en las antiguas fiestas de la Virgen de Monserrate en Otavalo, en la
primera mitad del siglo XX. Era el encuentro de los jóvenes estudiantes que
volvían de vacaciones al terruño. Con el tiempo, esta tradición estaba por
extinguirse hasta que una mujer “en la peor esquina de Otavalo” conservó su
secreto, a base de 7 granos de maíz. Se trata de Yolanda Cabrera Rodríguez, del
barrio Punyaro. Ella también tiene su historia personal.
A finales del XIX, por falta de
hospedaje como en casi todos los pueblos, muchos indígenas se alojaban en los
corredores de las casas, previo al día de la feria. Cerca de los ‘poyos’ o
bancos de piedra, los indígenas colocaban sus esteras para dormir, junto a sus
textiles. María Rodríguez, una mujer amable los recibía, sin cobrar un calé,
moneda de la época. Una niña observaba. Era Yolanda, quien, con el tiempo,
aprendió la elaboración de la chicha del yamor de su madre. Ese sentido de
solidaridad que miró en el improvisado tambo se impregnó en esta mujer de ojos
vivaces.
Pero la tradición del yamor debía
esperar, porque Yolanda tuvo que ir a trabajar de obrera en la fábrica San
Miguel hasta que, antes de jubilarse, se animó —durante las fiestas
septembrinas— a sacar su mínimo tiesto para vender tortillas bonitísimas, con
pepa de zambo, con la tímida chicha del yamor.
Poco a poco, gentes del lugar
—algunos con terno y corbata, como dice— acudían a la esquina de las calles
Estévez Mora y Sucre, en la antigua casa de su madre.
Después, el modesto local se
convirtió en un lugar infaltable de los otavaleños, porque tenían su chicha,
acompañada ahora por tortillas de papa, mote y fritada. Por eso, cuando se
visita a esta mujer, que también hace el pesebre más grande de Otavalo, de 7
metros, se entiende porqué tantas personalidades han acudido a degustar esta
antigua bebida de los caranquis. Merced a ganar el premio de los pesebres,
recibe cada año a la prestigiosa Banda Municipal y sus ojos parecen iluminarse.
Allí, en medio de la laboriosidad y
de las empanadas de maqueño, están los inmensos toneles de roble y 5 ollas de
100 litros, cada una, donde se fermenta esta delicia aún en espera de su
industrialización.
Es tal la generosidad de Yolanda que
ha compartido la receta con todos quienes quieren oírla, y así la tradición
está viva. Por este motivo ha recibido condecoraciones del Municipio, pero ella
continúa siendo la misma de siempre.
Esa misma actitud tuvo cuando hace
poco recibió a 80 chefs de Cuenca, quienes fueron a investigar para aprender
sobre el yamor. “Eso es imposible. Esto hay que hacer viendo”, les dijo, para
explicarles que la teoría tiene que ir con la práctica. Aunque no lo dice, se
sabe de su generosidad con cualquier grupo artístico que le solicite un fiambre
e incluso, la popular caminata Mojanda arriba, del 31 de octubre, termina
siempre en una de las esquinas más tradicionales del Valle del Amanecer.
Entre risas recuerda algunas
anécdotas, como los voladores que entraron al colegio de las monjas marianitas.
Mientras muestra con orgullo un niño Jesús, con ropas relucientes, que es el
invitado principal de apoteósicos Pases del niño, habla de una época en que su
madre escogía los granos del maíz. Ahora, su hija, Anita Albuja, es la tercera
generación de un legado que viene de los tiempos en que las mujeres frente al
mar entrelazaban finas cabelleras, allá en Valdivia. (I)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/regional-norte/1/yolanda-cabrera-aun-prepara-la-antigua-bebida-de-los-caranquis
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