Antiguamente, la parroquia Pablo Arenas era
conocida como Cruzcacho, nombre designado por los habitantes que encontraron un
día, clavada, una cornamenta de buey en la cruz de su mirador.
Cruzcacho era entonces una aldea
de veinte casas de barro y bahareque construida en una sucesión de colinas, que
mostraban un paisaje para perder el aliento frente a montañas azules y abajo,
más abajo, los extensos cañaverales y algodoneras que databan de los tiempos
coloniales en que los curas jesuitas traficaban esclavos negros y trago, como
bien refiere el historiador Federico González Suárez, cura como ellos y Obispo
de Ibarra, quien defendía la verdad histórica.
El poblado, que debía su nombre a
una endeble cruz donde habían colocado una cornamenta de buey, había nacido
como el pueblo de Macondo, como se lee en ese prodigio que es Cien años de
Soledad, de Gabriel García Márquez y que después se lo conoció como la
parroquia Pablo Arenas, lugar al que se llegaba desde Ibarra. Sí, porque los
fundadores, quienes llegaron de Salinas, eran tres hermanos de la familia
Gordillo: Pascuala, José y Antonio, quienes junto con una parte de las familias
Torres, venidos del norte, y Félix, fueron atraídos, en el último cuarto del
siglo XIX, “por el ignoto espíritu de expansión, constituyéndose en un pequeño
grupo homogéneo que se ve en la necesidad de hacerse sedentario”, como se lee
en una suerte de pergaminos, en manos de Nelson Gordillo Torres, relatos de la
historia del actual Pablo Arenas, que lleva este nombre en memoria al prócer
guayaquileño, amigo de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, ultimado por los españoles
llegados desde Lima, junto con otros patriotas, allá en la matanza del 2 de
agosto de 1810.
Esos pergaminos, que permanecen
inéditos, fueron levantados por el profesor Hugo Ponce Carrera, a instancia de
Nelson Torres Gordillo, Lázaro Ruiz, y otros entusiastas jóvenes de entonces
quienes, al cumplir 50 años de fundación, cayeron en cuenta que desconocían la
historia de su propio pueblo. Les había pasado como al pueblo de Macondo
cuando, después de caer en el insomnio, llegó la peste del olvido. Pocos recordaban
a esas estirpes de fundadores, los motivos que los trajeron hasta el lugar o
las haciendas que les rodeaban, como Puchimbuela, El Ingenio o Cabuyal.
De esta manera, como si quisieran
nombrar a todas las cosas, fueron de casa en casa a entrevistar a los mayores
para armar ese rompecabezas en que se había convertido la historia del mítico
Cruzcacho. Fue así que se enteraron de las sucesivas mingas que se realizaron,
de las fiestas que se efectuaban una vez al año en homenaje de la Virgen de El
Carmen, de esa delicia que es el sango de sal o de la solidaridad que siempre
ha existido en esta familia extendida que es Pablo Arenas, bajo el influjo de
una cohesión espiritual, desde antes de que los mayores se vistieran de
cucuruchos.
Poco después de recopilar esa
valiosa información, los mayores de Cruzcacho comenzaron a morir en fila, dice
Nelson Torres Gordillo, quien cuando era niño conoció al entonces joven y
sencillo sacerdote Leonidas Proaño y estudió en la escuela de los Hermanos
Cristianos, cuando los religiosos aún les enseñaban poemas en francés y los
chiquillos acudían con la colación consistente en tostado yanga (negro en
quichua), elaborado en tiesto. Ese mismo maíz que es parte fundamental de las
cosechas y de la fiesta en su homenaje.
Desde tiempos antiguos, desde Eloy
Gordillo, quien propició la construcción de la iglesia, a Marco Tulio Félix,
que hizo lo propio con la capilla, los hombres y mujeres de Pablo Arenas han
sido generosos con su pueblo. Aunque Nelson Torres Gordillo no lo diga, se
conoce que donó una de sus propiedades para el Centro de Salud, entre otros
bienes.
Lector del Caballero de la Triste Figura, que no
es otro que Don Quijote, pero también de la literatura latinoamericana, como la
historia de Remedios la Bella que asciende en cuerpo y alma, y el coronel
Buendía que fabrica pescaditos de oro, este hombre también ha dedicado muchos
días para realizar acciones en beneficio de su pueblo. Vestido de impecable
traje negro y corbata delgada, se lo puede mirar en fotografías antiguas, donde
–junto con sus paisanos- impulsaba mejores días para el antiguo Cruzcacho.(I)
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