El mes de junio, en la serranía
ecuatoriana, existe una explosión de colores. Se celebra la Fiesta del Solsticio
o Hatun Puncha (Fiesta grande, en quichua), aunque en las dos últimas décadas
erróneamente se las llama Inti Raymi (curiosamente como una reivindicación
inca, analizada acertadamente por Josefina Vásquez Pazmiño, en su artículo ‘Si
quieren ser inkas... que sean felices’).
Como en algún momento los llamados
mestizos buscaron unos ‘ancestros’ en lo español -de allí la paella, el cante
jondo y los toros de las Fiestas de Quito- cierta élite indígena ha difundido,
y con éxito, un pasado glorioso emparentándose precisamente con quienes mataron
a sus abuelos, como es el caso de los caranquis ultimados en la laguna de
Yahuarcocha. De allí el nombre Lago de Sangre por los más de 20.000 muertos que
tiñeron sus aguas, según refiere el cronista de raigambre indígena Guamán Poma
de Ayala, cuando se descubrieron sus manuscritos después de siglos escondidos
en una biblioteca de Alemania.
Como sea, esa ‘invención de la
tradición’ es parte de las estrategias étnicas que los grupos tienen para
reivindicarse ante el otro. De allí que proliferen los paucar raymis y hasta la
Municipalidad de Otavalo promueva la Cruz Andina en su simbología como si estas
tierras no tuvieran historia y los 30 años de los incas por estas tierras
fueran lo único.
Me refiero al profundo desconocimiento
del pasado caranqui, el señorío étnico que floreció del 1250 al 1550 y
construyó más de 5.000 tolas, en una geografía que iba desde el Valle del Chota
hasta Guayllabamba y cuyo eje central era y sigue siendo el maíz. Por eso
resulta incomprensible que, después de tantas investigaciones, en la región de
Otavalo exista una suerte de incanización de su pasado.
De hecho, la deidad de
agradecimiento por las cosechas no sería el Sol inca sino, siguiendo a los
caranquis, el Taita Imbabura, dios protector y dador de agua. Por eso
precisamente, las vertientes, cascadas, lagunas, son parte de esa simbología.
En fin, se dirá que la cultura
está en permanente construcción. Es así, pero no resiste cuando -como se sabe-
en una visita al Cusco, unos viajeros asombrados se trajeron todas las fiestas
y hasta su iconografía. Sin embargo, se ha callado que el Inti Raymi ya está
declarado como patrimonio cultural de Perú así que, si vamos por esas, tenemos
las de perder.
De allí que es preferible volver a
la denominación de los orígenes y, de manera especial, conocer ese legado
caranqui que sigue vivo. Porque otra situación que nos ocurre es mirar a la
historia como una pieza de museo. ¡Los caranquis siguen vivos! Por ejemplo, en
la comunidad de San Clemente, a pocos kilómetros de Ibarra y en las faldas del
Imbabura, se celebra el agradecimiento a las cosechas cada 28 de junio.
Lo otro está en el legado de la
hacienda. Aún hoy, el único día que los indígenas del sector de Zuleta pueden
acceder a este sitio, construido por los jesuitas en la época colonial, es el
21 de junio para las respectivas loas.
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/las-fiestas-del-otro-pais
No hay comentarios:
Publicar un comentario