En estos días, el tema de la
cultura está en debate, debido a las elecciones de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana, en sus diversos núcleos. En nuestro país, aún persisten las
visiones de las Bellas Artes, legado del siglo XIX, donde la pintura -al óleo,
de preferencia-, la danza -clásica, de ser posible- y la música -al menos,
música nacional-, como parte de un imaginario falso. Todo bajo el canon
europeizante, como si siempre nos negáramos a reconocer lo que somos.
También es una antigua
disputa desde Aristóteles cuando se separan las ciencias duras -física,
matemáticas- frente a las ciencias blandas, que vendrían a ser las expresiones
culturales. Aún creemos -como lo suponían los románticos- que los escritores
debían vivir en áticos y beber ajenjo, como todo un poeta maldito.
En Ecuador, a esas visiones,
se suma el desprecio del otro, con altas dosis de racismo y, aunque no se dice,
una ignorancia de lo que sucede en el mundo. Eso nos vuelve hacia una lógica
casi costumbrista en lugar de interrogar lo contemporáneo.
No hay un plan de lectura,
para poner solo como ejemplo, porque vivimos la desolación de no entender que
precisamente el cambio de la matriz productiva tiene profunda relación con el
cambio de la matriz cultural. En otras palabras, el cambio de chip, que
significa estar orgullosos de quienes somos y eso pasa por el tema de la
identidad.
¿Cómo vamos a ser
emprendedores o innovadores si no reconocemos de dónde venimos ni apreciamos
nuestros productos?
Los diagnósticos culturales
son de espanto: 1. Conocimiento fragmentario de la realidad cultural
territorial. 2. La cultura coyuntural y de eventos. 3. Indiferencia a la
memoria y el patrimonio. 4. Insuficientes (o casi nada) incentivos a las artes
y la creatividad. 5. El deterioro físico y social del espacio público. 6. La
participación ciudadana sin empoderamiento y acción. 7. Falta de visiones
contemporáneas y referentes. 8. Aislamiento y falta de trabajo en redes. 9.
Agenda cultural ausente. 10. Qué mismo son las industrias culturales. La lista
es larga…
Fabián Saltos Coloma lo
dice: “Entendido lo cultural como proceso, este posibilita el
fortalecimiento de las identidades, la decolonialidad, la autoestima, la
cohesión social y la integración simbólica. Tarea que debe ser vigorizada desde
una educación con carácter emancipatorio”.
También señala: “Desde el
campo político, lo cultural debe considerar que las expresiones y
representaciones de la cultura no son bienes, servicios o productos, sino
procesos, interacciones incesantes, que se producen y reproducen continua y
situacionalmente generados por distintos sujetos sociales que pugnan por la
construcción y legitimación de sentidos y significados”.
La Casa de la Cultura
representa una parte de esta realidad, lo otro está en los colectivos
culturales que requieren apoyo, como muestra de la diversidad. Es una
construcción en conjunto. Porque podremos tener las mejores carreteras, pero
nunca sabremos hacia dónde nos conducen. Y eso porque la cultura es el alma de
un país, aunque nadie la vea. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/la-casa-y-el-poeta-maldito
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