“No amo mi
patria. / Su fulgor abstracto es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la
vida/ por diez lugares suyos, / ciertas gentes, / puertos, bosques de pinos,
fortalezas, / una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su
historia / montañas / (y tres o cuatro ríos)”, dice el poema del mexicano José
Emilio Pacheco.
En una entrevista el escritor nos da pistas: “Hoy
sabemos que todo texto nace de otro texto. Los orígenes de ‘Alta traición’
están por partes iguales en mi experiencia íntima e insustituible (los
‘puertos’ son Veracruz, Coatzacoalcos, Campeche; los ‘bosques de pinos’ los que
rodeaban en mi infancia a la ciudad de México y ahora han desaparecido o se
hallan en agonía; las ‘fortalezas’, Chapultepec, San Juan de Ulúa, los
baluartes de Campeche; etcétera, y en los poemas que había leído”.
Acaso, el poema que habla de un Ecuador telúrico sea
‘Catedral salvaje’, de César Dávila Andrade: “¡Y vi toda la tierra de
Tomebamba, florecida! / ¡Sibambe, con sus hoces de azufre, cortando antorchas
en la altura!... ¿Qué profundos centauros pacen sobre tu corteza embrujada?”.
Y es del ‘Fakir’ también ese vendaval de ‘Boletín y
elegía de las mitas’: “Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña, /
Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal y Tanlagua, / Si, mucho agonicé / Sudor de
sangre tuve en mis venas / Añadí así más dolor y blancura a la cruz que
trajeron mis verdugos”.
En el artículo también disponible en la red
Cartografía mínima para un país telúrico, de Valeria Guzmán, en Ecuador
Infinito, se habla precisamente de los diversos momentos en que los poetas han
nombrado al país. Allí está Gonzalo Escudero: “La línea ecuatorial es un
columpio / Tejido con estrellas / Para que los volcanes se cuelguen sobre el
mundo”.
Y suenan las voces de la negritud, como la de Antonio
Preciado: “Junto al mar / Como almohada que le aliviana el cansancio /
Reverdece mi tierra / La generosa y ciega / Entre el agua y el mar / Y el agua
coloquial de un río manso”.
Los ecuatorianos tenemos el placer de esta otra
geografía que se vuelve visible, palpable, audible, que se muerde y huele a
través de la palabra, dice la poeta radicada en México y remarca: “Los versos
de estos poetas muestran los contornos íntimos de un Ecuador al que nos convoca
la subjetividad que transforma el espacio físico en una creación simbólica del
espíritu humano y, si cabe, del espíritu ecuatoriano. Eso que está más allá, lo
que tanto andaban buscando los primeros cartógrafos separados de la pura
representación.
De entre los tantos que en la antigüedad hicieron
mapas, un tal Crates, allá por el siglo II a.C., dibujó un orbe esférico y lo
dividió en hemisferios. El Ecuador se ubicaría en lo que él llamó “Terra
incognita –Antoeci” y creo que en gran parte seguimos siendo esa tierra
desconocida. Al ser ibarreños, es inevitable rememorar el texto de Carlos
Suárez Veintimilla: “Tierra mía / la de los días claros de la infancia. / Les
dio tu cielo la lección primera / de azul a mis pupilas asombradas, / los
primeros anhelos a mis labios / y los primeros sueños a mi alma”. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/cartografia-de-un-pais-telurico
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